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Cuando algo funciona, quizá no hay que tocarlo a corto plazo. Pero, automáticamente, hay que empezar a pensar creativamente en escenarios de futuro que nos permitan seguir cosechando éxitos, uno tras otro. Tan importante como hacer algo bien es comprender que la vida necesita renovación y cambio. Apalancarse en los éxitos, como hacen muchas empresas, y no tener una actitud de innovación permanente puede llevarnos al desastre.
PUBLICADO EN LA EDICION NÚMERO 37 DE MANAGEMENTSociety

Por Franc Ponti, Director del Centro de Innovación de EADA Business School

SOBRE EL AUTOR

Franc Ponti. Es profesor en el Departamento de Dirección de Personas de EADA Business School desde mediados de los noventa, especializado en el área de creatividad e innovación y Director del Centro de Innovación y Emprendeduría. Imparte conferencias en escuelas y universidades de todo el mundo y es autor de una gran variedad de libros, siendo sus últimas publicaciones “Pasión por innovar”, “Innovacción” y “Si funciona, cámbialo”. Es licenciado en Humanidades y Master en Sociedad del Conocimiento por la UOC, universidad en la que actualmente prepara su tesis doctoral. Es diplomado en Psicología Empresarial y Dirección General (PDG) por EADA.

Cuando algo funciona, quizá no hay que tocarlo a corto plazo. Pero, automáticamente, hay que empezar a pensar creativamente en escenarios de futuro que nos permitan seguir cosechando éxitos, uno tras otro.
¿Cuántas veces habremos oído la expresión “Si funciona, no lo toques”? se trata de una de las frases más características de una determinada manera de ver las cosas en la empresa.
Significa que, ante un éxito, lo importante es saber mantener las condiciones que lo han creado, y alargarlas durante el máximo tiempo posible (quizá para siempre).

No hay nada negativo en querer mantener un éxito. Al contrario, lo inexplicable sería echarlo a perder. Sin embargo, tan importante como hacer algo bien es comprender que la vida necesita renovación y cambio. Apalancarse en los éxitos, como hacen muchas empresas, y no tener una actitud de innovación permanente puede llevarnos al desastre.
Cuando algo funciona, quizá no hay que tocarlo a corto plazo. Pero, automáticamente, hay que empezar a pensar creativamente en escenarios de futuro que nos permitan seguir cosechando éxitos, uno tras otro. Este es el espíritu de las empresas innovadoras, capaces de crear una cultura donde los éxitos se producen a partir de una sistematización consciente de los mecanismos de innovación que permiten, en efecto, empezar a cambiar las cosas desde el mismo momento de su triunfal aparición. Es el caso de empresas como Google, Apple o Ikea, de restaurantes como El Bulli o de productos como el Ipad.

Obsesionarse en no tocar lo que funciona es peligroso porque auspicia y legitima comportamientos ultraconservadores. Directivos y trabajadores con el miedo en el cuerpo e incapaces de plantearse cómo las cosas podrían ser de otra manera y de desafiar convencionalismos. Sin una actitud de desafío constante a lo que parece normal y obvio es difícil innovar. Los innovadores franquean los límites de la normalidad y exploran en terrenos poco transitados, con actitud tranquila y analítica, para ver lo que nadie más es capaz de ver.

Nos ha tocado vivir en un mundo tan sumamente cambiante, turbulento y agitado (las sociedades líquidas del profesor Zigmunt Bauman), que quedarse quieto conformándose con lo que ya existe es cada vez más desaconsejable. Las empresas, para innovar, tienen que moverse a una velocidad superior a la de su entorno. Una empresa quieta, que no toca lo que funciona por imperativo categórico, puede tener los días contados. Si el mundo va acelerado, la innovación tiene que ser también veloz. La lentitud es poco deseable en las circunstancias actuales: las empresas innovadoras cambian burocracia, jerarquía excesiva, departamentalización, etc. por equipos interdisciplinares, estructuras planas, relación directa con los clientes, etc. Sin rapidez no hay posibilidad de innovar más eficientemente que los competidores.

Pero para que una firma tenga posibilidades de innovar, necesita sin duda contar con personas creativas, capaces de romper los tópicos y de pensar fuera de los esquemas habituales. Josep Mª Ferrer Arpí y quién esto escribe hemos planteado en nuestro libro que la actitud innovadora tiene que basarse en una mentalidad provocativa, lo que el célebre maestro Edward de Bono llamó una mentalidad PO (Provocative Operation).

Provocar es subvertir el sentido habitual de las cosas. Si el agua es transparente, una provocación sobre el agua es pensar que podría ser oscura u opaca. Si los celulares se agarran con la mano una excelente provocación consistiría en pensar en celulares que se agarraran con el pié. La provocación no es el resultado final del proceso creativo, excepto en algunos casos particulares. A través de la provocación descubrimos caminos insospechados, abrimos vías nuevas al pensamiento y a la acción que, a su vez, facilitan la innovación. Innovar, cuidado, no es solamente tener buenas ideas. Significa trabajarlas convenientemente, desarrollarlas como proyectos y conseguir resultados que agreguen valor para un cliente o consumidor. La innovación es un proceso largo y no exento de dificultades. Pero sin ideas provocativas es difícil acceder a lo que está más allá del límite. Los innovadores buscan allende las fronteras de lo conocido. Se arriesgan, pero siempre con una tupida red de seguridad.

Cuando algo funciona, es imprescindible empezar a pensar que pasaría si dejara de funcionar o si alguien en la competencia descubriera cómo mejorarlo de forma disruptiva.
Si no lo hacemos nosotros, corremos el riesgo de que alguien se nos adelante. Es por ese motivo que afirmamos con contundencia que hay que empezar a pensar en cambiar incluso lo que parece funcionar correctamente.

Haga el lector un simple ejercicio de imaginación. ¿Cómo evolucionarán las famosas notas Postit? ¿Se harán virtuales para enviarlas a través del celular? ¿Cómo se reinventará Andrés Carne de Res? ¿Con qué sorpresas nos maravillará Ferran Adriá y “El Bulli”? ¿Cómo serán los aviones del futuro? ¿Habrá clases de super lujo? ¿Pasajeros de pie en trayectos cortos? ¿Cómo serán los conciertos musicales dentro de 20 años? ¿Podremos comprar una entrada y verlos desde casa, en una pantalla 3D? ¿Cómo serán los periódicos? ¿Se publicarán los mejores artículos enviados por lectores, bajo rigurosa votación, para asegurar una mayor objetividad en la información?

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