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La permanencia de Grecia en la zona euro parecía menos precaria a fines que al principio de la semana pasada, pero dista de estar garantizada, señala Simon Nixon de The Wall Steet Journal.

De cara a una creciente corrida bancaria y el rápido deterioro de las finanzas públicas, Atenas finalmente se rindió a lo inevitable e hizo lo que había jurado que no haría: pedir una extensión de su programa de rescate vigente y dar su palabra de que lo honraría. Con ello, el nuevo gobierno griego evitó un colapso económico y ganó tiempo para romper otra promesa: negociar un nuevo rescate.

Poco fue lo que se decidió el viernes en la reunión de ministros de Finanzas de la zona euro que no se haya podido acordar el día que el gobierno asumió sus funciones.

Atenas perdió gran parte del mes persiguiendo la fantasía legal pero políticamente imposible de obtener préstamos incondicionales del Banco Central Europeo y los contribuyentes de la zona euro. Siempre estuvo claro que la única fuente de dinero disponible para cubrir las necesidades de financiamiento de corto plazo de Grecia era el rescate acordado en 2012 y que expiraba el 28 de febrero. Los intentos del nuevo gobierno griego de deshacer ese acuerdo estaban destinados al fracaso porque cualquier nuevo acuerdo tendría que haber sido ratificado por varios parlamentos, incluido el Bundestag alemán.

Lo máximo que pudo extraer el primer ministro griego, Alexis Tsipras, de sus semanas de cálculos políticos fue un acuerdo para que Atenas pudiera sustituir algunas de las reformas exigidas por la “troika” conformada por la Comisión Europea, el BCE y el Fondo Monetario Internacional, con sus propias propuestas. Sin embargo, estas aún deben ser aceptadas por la “troika”, ahora sido rebautizada como las “Instituciones para evitarle bochornos a Atenas”, que continuará el monitoreo del progreso.

Atenas también recibirá cierto margen de maniobra sobre sus metas fiscales de este año, algo inevitable dado el saldo que tres meses de crisis han provocado sobre las finanzas públicas. Pero la realidad es que la extensión con la que acordó Tsipras es básicamente la misma que la acordada en diciembre por su predecesor, Antonis Samaras.

De todos modos, ni siquiera esta concesión es definitiva. En realidad, todo lo que se acordó la semana pasada fue que los países que requieren aprobación parlamentaria para una extensión del rescate empezarán el proceso de ratificación. Cuando y si ese proceso culmina dependerá de que Grecia alcance un acuerdo con la “troika” sobre sus compromisos de reformas.

Incluso si Grecia recibe una extensión de su rescate esta semana, sus problemas difícilmente se habrán acabado. El país no puede acceder a ningún préstamo hasta que ponga en marcha sus reformas, lo que no se prevé que ocurra antes de fines de abril. Esto asume que Tsipras puede obtener el apoyo del Parlamento para lo que sea que acuerde con la “troika”. Eso no se puede dar por descontado ya que una sección de su partido está bastante más a la izquierda incluso de él y su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis.

De hecho, Tsipras y su partido pasaron los últimos tres años oponiéndose enérgicamente a la mayoría de las reformas del programa vigente y que ahora han debido prometer que no revertirán. Mientras tanto, Atenas podría quedarse sin dinero el próximo mes.

Mientras tanto, Grecia y la zona euro deben empezar a negociar un nuevo rescate. Este necesita estar implementado para fines de junio, para permitirle a Grecia cumplir con grandes pagos de deuda que vencen en julio y agosto. Esto podría ser aún más difícil que acordar la extensión del plan vigente.

Hay muy poco margen de maniobra entre la exigencia de la zona euro de que no puede haber una reducción de la deuda nominal y la exigencia de Grecia de una política fiscal más relajada. Incluso si la zona euro acepta relajar las condiciones de la deuda existente de Grecia, será difícil colocar esas deudas en una trayectoria descendente si Atenas registra superávits más pequeños.

La tarea es complicada por el daño económico infligido por los eventos de los últimos meses. El acceso al mercado que el gobierno, bancos y el sector empresarial habían empezado a recuperar el año pasado ahora se ha perdido y el sistema bancario se ha debilitado por la reciente fuga de depósitos.

Es poco probable que la “troika” comparta la confianza del gobierno griego en una recuperación liderada por el consumo alimentado por deuda y seguramente insistirá, en cambio, en más medidas de liberalización para alentar la inversión.

Una negociación exitosa finalmente dependerá tanto de la confianza como de los factores económicos. Como están las cosas en este momento, la confianza escasea. Tsipras y Varoufakis han pasado el último mes insultando a potenciales aliados alrededor de Europa, adulando al público local y promoviendo una histeria anti-alemana con burlas de la era Nazi imprudentes.

Cualquier tiempo ganado por Grecia por la extensión del programa vigente también es tiempo a favor de Tsipras y Varoufakis para demostrar que pueden convertirse en estadistas, contrapartes confiables y dispuestas a respetar las reglas que rigen la moneda común de Europa.
Hasta el momento, esta es una incógnita. Tsipras se rindió a muchas de estas condiciones la semana pasada conforme se da de bruces con la realidad política y económica. Pero más compromisos serán necesarios si se quiere despejar cualquier duda sobre el lugar de Grecia en la zona euro.