Compartir

“¡Esto es un país normal no pasa!”, “¿Por qué no podemos ser un país normal?” “La Argentina tiene que volver a ser un país normal”…

Se escucha en las calles, en las reuniones de amigos, en los medios de comunicación y en los discursos de los políticos.

A este corresponsal, al que antes de aterrizar en Buenos Aires tanto le habían hablado de la arrogancia y aires de superioridad de los argentinos, siempre le extrañó por qué los argentinos parecen tener tan claro que no viven en “un país normal”, como si más que arrogancia llevaran a cuestas la cruz de una supuesta decadencia, recuerda Ignacio de los Reyes de BBC Mundo.

Esta obsesión con la normalidad resurge cada vez que hay una noticia que sacude a la sociedad, como la reciente muerte del fiscal Alberto Nisman, que todavía está envuelta en misterio.

Pero la recurrente frase de “esto en un país normal no pasa” se puede oír también cuando se corta la luz, cuando fallan los teléfonos o cuando la carretera queda cortada por una protesta.

¿Pero por qué exactamente se sienten tan “anormales” los argentinos?
Según Alejandro Grimson, autor de Mitomanías Argentinas, el local tiende a interpretar la historia de su país como la de una nación que pasó de ser una gran potencia de glorioso destino a ser un absoluto desastre.

“En el imaginario se ve a la Argentina de finales del siglo XIX y principios del XX como un país europeo ubicado en un lugar equivocado, con la idea de que es una gran potencia mundial, el granero del mundo.

“En aquella época eso era muy discutido, pero 100 años después se tiene a ese país totalmente idealizado, como si hace un siglo la Argentina hubiese sido totalmente maravillosa”, le explica Grimson a BBC Mundo.

“Algunos dirían que Argentina fue una potencia a principios del siglo XX, otros que lo fue en los años del peronismo (años 50), pero todos parecen coincidir en que ahora el país vive en una permanente crisis”, cuenta el doctor en antropología en la Universidad Nacional de San Martín.

Luis García Fanlo, profesor de Sociología de la argentinidad en la Universidad de Buenos Aires, asegura que la obsesión con ser normal tiene que ver con la construcción misma de la nación argentina “frente a la gran inmigración de fines del siglo XIX y principios del XX”.

“El Estado implementó una serie de dispositivos patrióticos y un discurso sobre el argentino normal, buen argentino, argentino sano, basado en el positivismo médico y el darwinismo social de la época”, le dice a BBC Mundo.

“Un argentino normal era quien adhería a la cultura del trabajo, no se metía en política y profesaba sentimientos patrióticos y de sumisión ante el orden social.

“Según el discurso de la clase dominante, fue primero el anarquismo, luego el Yrigoyenismo (por la presidencia de Hipólito Yrigoyen, de la Unión Cívica Radical) y finalmente el peronismo los que degradaron al buen argentino, generando un país ‘anormal’. Estos discursos se reprodujeron en el teatro, el cine, la TV, la literatura, la historieta, los diarios… hasta convertirse en el sentir común”, añade.

¿Qué es lo normal?
Sin embargo, todos los países parecen sentirse únicos en sus conflictos. De algún modo, todos son un poco anormales.
En mi país de origen, España, muchos no entienden que con el paso de los siglos se siga discutiendo sobre las lenguas, territorios e identidades de cada región.

Cuando estudiaba en Bélgica, a nadie le parecía razonable que su país pudiera pasarse meses sin tener gobierno por la falta de acuerdo de sus partidos.
En Estados Unidos no se entendía cómo una potencia mundial podía caer en el cierre de oficinas federales, con miles de funcionarios sin trabajar, por falta de acuerdos políticos.

Y viviendo en México escuchaba con frecuencia aquello de que el surrealismo se inventó en su país.

Pero entonces, ¿cómo es la normalidad a la que aspiran los argentinos?

“El modelo era Estados Unidos para Justo José de Urquiza o Domingo F. Sarmiento (expresidentes durante el siglo XIX) y una simbiosis entre Inglaterra, Francia y Alemania para los positivistas oligárquicos de la época del centenario de la Revolución de Mayo (1910)”, explica García Fanlo.

“Pero en décadas siguientes los nacionalismos de derecha y los populismos radical y peronista, así como los militares, propugnaron que había que encontrar un modelo argentino propio sin ningún tipo de injerencia extranjera. Combinar las tradiciones con el desarrollismo, una modernidad conservadora auténticamente argentina”, añade.

“¿Por qué no se alcanzó ese país normal? Para unos por el populismo, para otros por la izquierda revolucionaria, para otros por el imperialismo, para otros por las dictaduras militares o el peronismo; en general, por existir una conspiración internacional para evitar que los argentinos tengamos un destino de grandeza”, según García Fanlo.

El ideal de lo normal
Hoy en día, apunta Grimson, muchos argentinos siguen mirando a EE.UU. y, sobre todo, a Europa.

“Pero con un problema: la Europa que ellos imaginan es un lugar idealizado, donde a los mismos europeos les gustaría vivir. No es real”, aclara.
“Es algo que vemos habitualmente en sociología: se anulan todos los problemas del otro, dejando solo los aspectos positivos, y se idealiza. Pero eso no sirve para un país, porque todos los países tienen problemas”.

Los argentinos se refieren habitualmente a sí mismos como un pueblo que vive de crisis en crisis, con una capacidad de adaptación infinita.
Acostumbrados a quedarse al borde del abismo por las sacudidas económicas y la inestabilidad política de las últimas décadas, pero sin llegar a dar el paso al vacío.

La normalidad que muchos añoran podría interpretarse, entonces, como ansias de estabilidad.
“Este es un país estresante”, señala Alejandro Grimson.

“Lo es en términos económicos y políticos, porque es un país vertiginoso: los tiempos políticos son cortos cuando se la compara con otros países de la región y no hay continuidad política. Hasta los medios construyen la creencia de que cada diez años llega una crisis al país”, dice.

“Anormales, pero orgullosos”
Los argentinos quieren ser normales, pero no es tan sencillo, dicen los sociólogos.

Cualquier extranjero en Argentina aprenderá en cuestión de días que en pocos lugares hay tanta gente dispuesta a hablar mal de su propio país… y a su vez, tanta gente dispuesta a exclamar que como Argentina no hay otra en el mundo.

Como el vino, el fútbol o la carne argentina no hay dos, dirán. Pero ningún país tiene tantos políticos corruptos y “vivos” como éste, o tantos “chorros” (ladrones), argumentarán.

Los argentinos se quejan a menudo de vivir en “un país de m…”, pero a la vez dicen convencidos que es mejor que cualquiera de sus vecinos (“¡Si vas a las cataratas de Iguazú, mucho mejor del lado argentino!”).

Nunca me imaginé que tendría la experiencia de vivir en el mejor y en el peor país del mundo al mismo tiempo.

“Hay una contradicción que es que por un lado el resto del mundo está convencido de que los argentinos somos soberbios, pedantes, arrogantes, insoportablemente creídos… y que los argentinos dentro de la Argentina nos la pasamos hablando pestes de nuestro país”, dice Grimson.
Y al mismo tiempo, dice, “todavía existe esa obsesión con ser los mejores, los campeones del mundo. Y esa es una trampa para la posibilidad de ser un país normal”.

“Nos impusieron que teníamos que ser normales y a la vez nos dicen que no lo somos. Nos dicen que tenemos un destino de grandeza y a la vez que cada vez estamos peor”, argumenta García Fanlo.

“La combinación entre la frustración por lo que deberíamos ser pero nunca llegamos a ser y esa idea de la conspiración internacional –explica– dan como resultado algunos de esos estereotipos”.

Será que al fin y al cabo, como dice el sociólogo, “es difícil ser argentino”.

ARGENTINE-OBSECION