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Estados Unidos, ¿república bananera?, se pregunta la revista Semana de Colombia.

Sonaría absurdo que la primera democracia del mundo fuera descrita ahora mismo con esa expresión que el escritor norteamericano O. Henry incluyó en 1904 en su novela Cabbages and Kings (Repollos y reyes), para la cual se inspiró en historias de familias influyentes en la Centroamérica del siglo XIX. Sonaría absurdo, sí, pero lo cierto es que, en lo que se refiere a poderosos clanes familiares, ningún país del mundo cuenta ya con dos con tanto poder como los Bush y los Clinton en Estados Unidos.

No es solo porque, de cara a las elecciones presidenciales que tendrán lugar en noviembre del año entrante, el más probable candidato del Partido Republicano sea Jeb Bush y la más probable aspirante del Partido Demócrata sea Hillary Clinton, sino por la presencia que ambas familias han tenido en los últimos tiempos en la política estadounidense. El caso es simple: en ese país de 320 millones de habitantes, cuya edad promedio es de 36,8 años, prácticamente ningún ser humano ha vivido un ambiente político sin un Bush o un Clinton mandando en Washington.

En las últimas dos décadas, la Casa Blanca, con la excepción de los seis años que Barack Obama lleva en el poder, parece haber sido escriturada a nombre de las dos familias. George H. W. Bush inauguró el ciclo cuando el 20 de enero de 1989 tomó posesión de la Presidencia, un cargo que conocía muy bien pues en los ocho años anteriores había sido vicepresidente de Ronald Reagan. No logró la reelección porque fue derrotado por el entonces gobernador de Arkansas, Bill Clinton, que aunque sí consiguió estar dos periodos en la Presidencia no pudo dejarle el puesto a su vicepresidente Al Gore porque fue vencido en las elecciones de 2000 por George W. Bush, hijo del antecesor de Clinton, a su vez sucedido por Obama.

Es verdad que Estados Unidos ha sido un país de potentes dinastías políticas. John Adams fue el segundo presidente al suceder a George Washington –que curiosamente se negó a gobernar más de dos periodos– y su hijo John Quincy fue el sexto. Teddy Roosevelt fue el 26 y su primo Franklin el 32. John Kennedy, que fue el 35, nombró en un acto de nepotismo a su hermano Robert como fiscal general y apoyó a su hermano Edward en su carrera al Senado. No es raro. A lo largo de la historia estadounidense, 400 dúos padre-hijo y 190 dúos de hermanos han sido elegidos al Senado o a la Cámara de Representantes. Otro dato ilustrativo es que dos o más integrantes de unas 700 familias se han sentado en un escaño en el Capitolio.

Pero lo que sucede ahora es casi de escándalo. “Lo que pasa con los Bush y los Clinton, que parecen perpetuarse y que ha elevado mucho el umbral para los ‘outsiders’, recuerda lo que ocurría en la América Latina del siglo XIX, donde gobernaban ciertas dinastías como los Mosquera en Colombia, y recuerda también a lo sucedido con los Alessandri en Chile en los siglos XIX y XX, con los Batlle en Uruguay”, le dijo a SEMANA Héctor Schamis, profesor de Gobierno en la Universidad de Georgetown.

Y la cosa no para ahí porque en caso de que uno cualquiera, entre Hillary o Jeb Bush, llegue a imponerse en la cita electoral del año entrante y sea reelegido para un segundo periodo, eso significaría que las dos familias habrían ocupado la Casa Blanca durante la friolera de 28 años casi consecutivamente. Ninguna otra democracia moderna tendría una historia semejante. Ni Costa Rica con los 14 años de los Figueres, ni Colombia con los diez de los López ni con los nueve –que en 2018 serán 12– de los Santos.

Hillary o Jeb Bush, que fue gobernador de Florida, no son los últimos miembros de sus respectivas familias ni de las grandes dinastías gringas que se meten de lleno en la política. Joseph Kennedy III, nieto de Robert Kennedy, fue elegido representante a la Cámara por Massachusetts el pasado 5 de noviembre. Una semana más tarde, el 14, George P. Bush, hijo de Jeb y de su esposa la mexicana Columba Bush, fue elegido comisario de Tierras del estado de Texas en lo que constituye una novedad en su clan familiar: nunca un Bush –ni su bisabuelo Prescott, ni su abuelo George H. W., ni su tío George W., ni su padre Jeb– había ganado la primera elección a la que se presentaba. Y Chelsea Clinton puede lanzarse en cualquier momento a algo: es hija de la pareja más poderosa del planeta. Y eso pesa.

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