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Es febrero de 2016 y el cielo se nos cae sobre la cabeza. Donald Trump acaba de ganar la asamblea electoral de Iowa y las primarias de New Hampshire. Aquellos que predijeron que en poco tiempo implosionaría corren a hacer nuevas predicciones. Seguro se apagará en el Súper Martes, insisten. En las primarias de la Florida de Jeb Bush, los votantes se desharán de él, agregan.

DESAFIA-PRONOSTICOS-TRUMP

En el peor de los casos, se encontrará con su Waterloo en la convención republicana en julio. No teman, nos tranquilizan las mentes sabias, ese hombre nunca podrá ser presidente de Estados Unidos.

La sabiduría popular debería finalmente estar en lo correcto en cuanto a Trump. Es lo que esperan todas las personas sensatas. Hace días, dos de los más aguerridos seguidores del multimillonario golpearon a un indigente hispano. Todo lo que Trump pudo decir inicialmente fue que sus partidarios estaban “enardecidos”. No se equivoquen: el magnate de la construcción que busca ser presidente no es una persona agradable.

 

Los conservadores deben estar especialmente preocupados, dice Edward Luce en el Financial Times. El plan de Trump de reunir y deportar a los 11,5 millones de inmigrantes indocumentados requeriría el poder federal de un Estado policial. Su idea de eliminar el derecho a la nacionalidad estadounidense por haber nacido en el país –incluido en la enmienda 14– corroería el alma de EE.UU.

Y sin embargo, hay que tomarlo en serio. A primera vista parecía ser una moda pasajera. La gente comparaba su repentino ascenso a la contienda republicana de 2012 cuando surgieron varios candidatos atípicos: Primero fue Michele Bachmann, la conservadora cristiana de línea dura del estado de Minnesota. Luego fue Herman Cain, el anterior rey de la pizza con su estrafalario plan de impuestos ‘999’. Después llegó Newt Gingrich, el anterior presidente de la Cámara de diputados. Y así sucesivamente. Pero todo finalmente salió bien, como siempre sucede. El sistema prevaleció y Mitt Romney se llevó la nominación.

¿Por qué sería diferente ahora? Porque ya lo es. Trump viene ganando todas las encuestas hace varias semanas. Cuando el pueblo está inquieto por probar algo nuevo, no permanece tanto tiempo con uno solo. Tampoco puede la “Trumpmanía” atribuirse a que los ciudadanos no están prestando atención. Al contrario, están encantados.

El debate republicano este mes tuvo 24 millones de espectadores. También fue el programa más visto de Fox News. Atrajo más de cuatro veces la audiencia récord en un debate de primarias republicanas (6,7 millones a fines de 2011). Sin duda muchos querían ver sangre más que política. Pero desde entonces la posición de Trump se ha fortalecido.

Los veteranos políticos dicen que tiene que producirse algún acontecimiento para que el meteoro de Trump regrese a la tierra. Tendrá que ser algo especial. Cada vez que comete un desliz parece mejorar en las encuestas. Ya sea que haga comentarios denigrantes sobre sus compañeros republicanos, los hispanos, las presentadoras de televisión o mujeres en general, no importa. A pesar de sus tres matrimonios y su tendencia a hablar de mujeres como objetos sexuales, le va bien en las encuestas con los conservadores cristianos. La popularidad de Trump descansa en parte en su comportamiento ofensivo. Su forma de actuar va en contra de todas las reglas de campaña. Es difícil imaginar qué podría decir o hacer para verse perjudicado.

Eso nos lleva a la línea final de defensa: la convención. Con 17 candidatos compitiendo y ninguno de ellos, excepto Trump, habiendo obtenido la delantera, las probabilidades ya se inclinan hacia una convención abierta.

Aún sin Trump, éstas son las elecciones primarias más fracturadas y divididas que tienen los republicanos en tiempos modernos. Supongamos que Trump gane una cuarta parte de los delegados en las primarias y el resto de los otros tres cuartos se divida entre Jeb Bush, Scott Walker, Marco Rubio – y tal vez Ted Cruz y John Kasich. Sumando todo, Trump podría fácilmente quedar fuera de la competencia. Pero eso implica que los demás candidatos se deben unir tras uno de los candidatos restantes. Es fácil imaginar a Rubio pasándole sus delegados a Bush, o viceversa. Pero ¿qué pasará con Cruz, el candidato de Texas apoyado por el Tea Party? El “establishment” republicano sólo puede prevalecer si está de acuerdo.

Supongamos que sí está de acuerdo y Bush surge después de unos amargos días de negociación como el candidato republicano. ¿Qué hará Trump entonces? ¿Admitir que el juego terminó después de una buena pelea? ¿O entrar al juego como un candidato del tercer partido? Apuesto a que sería la última opción.

Sería técnicamente muy complicado poner su nombre en las urnas a esa altura del proceso, pero el dinero puede hacer milagros y Trump tiene mucho.
Su prioridad siempre ha sido él mismo. Si prevalece hasta llegar una convención abierta, no se detendría ahí.

Con respecto a las predicciones, aventuraré una más. Trump nunca será presidente de EE.UU. De hecho, se está asegurando que tampoco lo logre ninguno de sus rivales republicanos.