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Durante 66 años, el Kibutz Sasa en Israel, una granja colectiva en la cima de una montaña cerca de la frontera con Líbano ha dependido para su subsistencia de las manzanas, las vacas lecheras y, más recientemente, de una fábrica de blindaje de autos.

KUBITZ-ISRAEL-TECH

Hoy en día, sin embargo, su negocio de mayor crecimiento es Sasa Software, una startup de ciberseguridad que produce software para filtrar y proteger datos y redes. Desde su lanzamiento a mediados de 2012, la firma —que no da a conocer sus datos financieros— ha cosechado 90 clientes, destaca Sara Toth Stub en un artículo del Wall Street Journal.

“No podemos estar aislados de todos los cambios”, explica Michael Piha, miembro del kibutz y vicepresidente de marketing de Sasa Software.
Los miembros de estas comunidades en Israel trabajaron tradicionalmente por la misma remuneración y por el bien de sus relativamente aislados grupos. Ahora, combinando su colectivismo tradicional con la nueva filosofía del emprendimiento tecnológico, están asumiendo una mayor participación en el éxito del sector de nuevas empresas de tecnología en Israel.

A pesar de viajar por todo el mundo para ofrecer los servicios de su empresa de software, Piha todavía lava su ropa en la lavandería colectiva del kibutz, almuerza en el comedor comunitario y gana el mismo sueldo que sus compañeros que trabajan los huertos.

En general, la fortuna económica de estas comunidades es fluctuante, pero el Kibutz Sasa vive un buen presente. La comunidad no da a conocer sus cifras financieras, pero tiene suficientes recursos para construir 42 nuevos apartamentos para sus 220 residentes. Cada año, el kibutz financia una vacación en el extranjero para cada uno de sus miembros, una política generosa para los estándares tradicionales de los kibutz.

Tal beneficio habría sido inaudito para los austeros fundadores de los kibutz. Hasta los años 90, estos eran verdaderos colectivos económicos donde todos los miembros vivían en apartamentos o dormitorios idénticos. Los que ganaban dinero fuera del kibutz se lo daban a la tesorería de la comunidad para que lo redistribuyera de manera igualitaria.

Esos días han terminado. Alrededor de 75% de las comunidades han abandonado en diverso grado el colectivismo económico y los que todavía siguen esos principios igualitarios, como Sasa, son más flexibles. Muchos han recortado costos como los comedores comunitarios y han buscado nuevas fuentes de financiación, como el alquiler de bienes raíces y la administración de hoteles.

La Asociación de Industrias de Kibutz, una agrupación que representa a las empresas basadas en este tipo de comunas, estima que el kibutz promedio (hay 270 en todo Israel) posee entre 10 millones y 20 millones de séqueles (entre US$2,7 millones y US$5,4 millones) para invertir en nuevas empresas.

Muchos están buscando invertir ese dinero en alta tecnología, industria en la que Israel juega un papel relevante. Eso se debe en parte a que poseen un importante grupo de veteranos del Ejército con gran conocimiento de estos temas y prestigiosas universidades tecnológicas.
Hay pocos datos disponibles sobre los patrones de inversión de los kibutz, pero los que hacen seguimiento a estas comunas y los ejecutivos del sector tecnológico señalan una creciente evidencia anecdótica.

“Los kibutz tienen tierras y tienen dinero”, afirma Shay Mey-Tal, fundador y presidente ejecutivo de Agam Advanced Agronomy, firma que analiza datos agrícolas recogidos a través de satélites y drones. En 2014, la empresa se mudó de una ciudad en la región central de Israel al Kibutz Meguido, en el norte del país.

En el último año, Agam sumó tres kibutz de la zona como inversionistas, otorgándoles un total de 60% de las acciones de la empresa. Cinco empleados de la compañía se sientan frente a sus computadoras en una oficina junto al taller metalúrgico y garaje del kibutz, donde se arreglan los tractores que trabajan el campo.

Los miembros del kibutz suelen tener partes iguales en sus inversiones. No obstante, las decisiones —incluso en aquellos kibutz que siguen siendo estrictamente colectivos— son tomadas por un pequeño comité, a menudo asesorado por consultores externos, según varias comunas.

La empresa genera ganancias y apunta a tener clientes globales. Recientemente contrató a un nuevo presidente ejecutivo de fuera del kibutz y está renovando su fuerza laboral tanto con jóvenes de la comuna como con empleados de la zona.

El kibutz Revivim, emplazado en el desierto de Negev, en el sur de Israel, está invirtiendo alrededor de 1,5 millones de shekels para convertir un criadero de pollos de 745 metros cuadrados en un acelerador de alta tecnología. Su apertura está prevista para octubre. Hospedará 10 nuevas empresas centradas en la web y en productos y servicios móviles.

El kibutz tendrá una participación del 15% en cada nuevo negocio que se inscriba en el programa de aceleración, que dura tres meses. Su objetivo es adquirir acciones en unas 40 nuevas empresas de alta tecnología en un año.

En el kibutz Sasa, la empresa de software de seguridad cibernética de Piha utiliza como espacio de oficina un sector que ya no es utilizado por la fábrica de carrocerías. Para obtener espacio adicional trajo un contenedor de transporte marítimo.

El Kibutz Sasa, fundado en 1949 por jóvenes sionistas de América del Norte, se dedicó durante años al cultivo de manzanas y otros productos de huerta. En 1985, cuando muchos kibutz empezaron a incorporar operaciones industriales, estableció su fábrica de blindaje de vehículos, Plasan.
Al igual que muchos otros kibutz, Sasa se endeudó fuertemente en los años 80 para financiar esta expansión. En la década de 1990, se estaba ahogando en deuda, particularmente afectado por las altas tasas de interés impuestas por el banco central de Israel para frenar la galopante inflación.

“Durante muchos años, Sasa estuvo en el fondo”, cuenta Piha.

La situación financiera del kibutz se reanimó a principios de la década de 2000 gracias a una avalancha de pedidos que Plasan recibió del gobierno de Estados Unidos para blindar vehículos que serían usados en Irak.

Piha, quien pasó años recolectando manzanas en las huertas del kibutz, trabajó en Plasan entre 1997 y 2013. Fue parte del grupo de empleados que persuadieron al kibutz para que escindiera como empresa independiente la unidad que había desarrollado el software de seguridad cibernética para proteger los pedidos sensibles de Plasan.

“Para mantener la comunidad tienes que ser un emprendedor”, sostiene Piha. “Hoy en día no es suficiente tener las mejores huertas de manzana. La gente quiere trabajar en otros campos”.