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La evolución, más que la revolución, ha sido el lema de la industria automotriz mundial durante décadas.

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Pero las modificaciones en los motores y los nuevos diseños ocultan un hecho importante: que los autos conducidos hoy por más de mil millones de personas son básicamente iguales a los que rodaban lentamente por las carreteras hace medio siglo.

Sin embargo, la revolución quizás ya esté en camino, destaca Peter Campbell en un artículo del Financial Times.

Los modelos de negocios de las automotrices tradicionales reciben ataques desde muchos lados. Se espera que el auge de los vehículos eléctricos, impulsado por las regulaciones sobre emisiones y encabezado por personas como Elon Musk de Tesla, debilite la demanda de motores a combustión.

Sobre los motores diesel flotan nubes negras desde que, en 2015, Volkswagen estremeció a la industria al admitir que había instalado dispositivos en 11 millones de vehículos diseñados para burlar las pruebas de emisiones.

Otras investigaciones sobre los dispositivos para medir emanaciones en todo el mundo implicaron a otros fabricantes, desde Mitsubishi hasta Daimler.

Las investigaciones empañan la integridad del sector, señaló Stuart Pearson, analista de automóviles de Exane BNP Paribas. “Los consumidores no sabrán en quién confiar’.

El avance imparable de la tecnología permitió que los autos estén cada vez más conectados, en parte con la intención de volverlos más atractivos para los jóvenes -a quienes les interesa más estar online todo el tiempo que la cantidad de caballos de fuerza. Con el acceso a Internet viene incluido el riesgo de los revoltosos que buscan causar estragos. Los peligros que significan los ataques cibernéticos que podrían provocar fatalidades son la pesadilla de los ejecutivos de la industria automotriz.

La tecnología genera nueva competencia. Las sombras de Apple y Google se ciernen sobre los fabricantes de autos que están cargados de historia.

Otros se están preparando para entrar al mercado. Samsung ha desarrollado sistemas telemáticos de rastreo de vehículos junto con Tantalum, un grupo tecnológico del Reino Unido, y se ha informado que está trabajando en su propio auto autónomo.
Estas marcas son muy bien -y hasta adoradas- y dichos desafíos técnicos amenazan con amargar a las automotrices más antiguas para quienes la confianza del consumidor es esencial.

En la cumbre de Davos de este año, Mary Barra, presidenta ejecutiva de General Motors, dijo: “Estamos pasando de una industria que, durante 100 años, confió en los vehículos mecánicos e impulsados por combustibles derivados del petróleo a una con autos interconectados, controlados electrónicamente y alimentados por diferentes fuentes de energía”.

“Creo que la industria automotriz va a cambiar más en los próximos cinco a diez años que en los últimos 50 años”, dijo.

Los fabricantes más antiguos están respondiendo a estos desafíos. Para muchos, la cuestión no es cómo hacer funcionar un motor eléctrico o cómo conseguir que un sensor active el freno, sino cómo lograr que estas tecnologías sean lo suficientemente accesibles como para introducirlas en los autos familiares, en lugar de ser dispositivos sólo para la gente rica.

Pero una forma de “disrupción” amenaza con debilitar las ventas de automóviles: la economía colaborativa, personificada en firmas como Uber de transporte compartido.

Se cree que en los próximos años nadie va a ser propietario de una auto. La conducción – o “movilidad” – será un servicio a pedido, el cual se activará con un simple clic en un teléfono inteligente, un servicio que Uber ya ofrece.

A las automotrices les preocupa mucho que las generaciones más jóvenes no tienen interés en ser dueños de auto y que los vehículos individuales terminen igual que el caballo y la carreta.

“Lo que pretendemos de nuestros autos está cambiando”, Tim Lawrence, especialista en fabricación de PA Consulting Group. “A los consumidores más jóvenes les interesa menos ser dueños de un auto”.

“Eso significa que las compañías tradicionales deben estudiar modelos de negocios alternativos y usar el potencial de las nuevas tecnologías para satisfacer, de diferentes maneras, una serie de necesidades de movilidad”, agregó.

Los millennials (la generación nacida entre los ’80 y 2000) causa especial preocupación. Este año, un estudio de la Universidad de Michigan realizado en EE.UU. concluyó que en 2014 el 69% de quienes tienen 19 años tenían licencia para conducir, en comparación con el 87% de 1983.

Sin embargo, otras evidencias sugieren que estos temores pueden ser infundados. Según el grupo de investigación JD Power, los menores de 34 años representan una quinta parte de las ventas de GM, una cifra que aumentó 5% desde el inicio de la década.

Los temores se basan en la idea de que las tasas más bajas de propiedad de automóviles impliquen menores ventas para los fabricantes. Sin embargo, un análisis de Deutsche Bank sugiere que, contrario a lo que sostiene este punto de vista, en realidad las ventas pueden aumentar dado que la disminución del número de vehículos será compensada por los reemplazos más frecuente, porque los coches compartidos se deterioran más rápido.

BMW ofrece DriveNow, su sistema de transporte compartido que está disponible en Londres y Europa, así como en EE.UU., mientras que Daimler, propietaria de Mercedes-Benz, tiene su servicio car2go. Audi está lanzando un sistema de transporte compartido llamado Audi at home y General Motors ha obtenido una participación de Lyft, la empresa rival estadounidense de Uber.

Los nuevos operadores en este mercado enfrentan grandes problemas. Además de la falta de reconocimiento de marca, deben tener la envergadura suficiente como para competir con la propiedad de automóviles. Construir esto desde cero significa que sólo tienen dos opciones: conductores que entreguen los autos a los clientes o suficientes puntos de recogida para hacer viable el servicio, algo que requerirá de una importante inversión en las grandes ciudades donde la demanda es mayor.

Los jóvenes de las ciudades pueden utilizar los subtes o Uber y muchos no cuentan con garaje. Esto se suma al inconveniente de tener un activo que según las investigaciones está en desuso durante más del 90% de su vida.

Aprovechar exitosamente ese tiempo en que el vehículo no se utiliza será el paso que evite que grandes compañías de hoy se conviertan en los dinosaurios del mañana.