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En Tucson, una ciudad del desierto de Arizona, los patrones locales se reúnen regularmente en el bar Pueblo Vida para hablar del fracaso.

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El lugar está en el sofocante centro urbano y la sesión se llama F*ckUp Night (Noche jodida). Todos los asistentes están de pie y relatan abiertamente los percances que han sufrido, como el del tipo que quería convertir la grasa de restaurante en biodiésel y nunca lo logró.

Estar preparado para el fracaso es esencial para emprender y los empresarios más ambiciosos deben asumirlo, grita Felipe García por encima del ruido de un bar atestado. García importó el formato de Ciudad de México y señala que “la gente tiene miedo a equivocarse. A nadie le gusta reconocer: vaya, metí la pata”.

Bebiendo una cerveza que se fabrica en el propio bar, los empresarios comparten ideas sobre productos que van desde platos ecológicos y aviones no tripulados hasta tecnología para enfriar los asientos del auto.

Sin embargo, el espíritu de este rincón de Tucson, un área metropolitana llena de cactus a 60 millas de la frontera con México, es más difícil de encontrar en otras partes del país, señala Sam Fleming en un artículo en el Financial Times.

Aunque en San Francisco, Boston y Nueva York las empresas florecen, una serie de indicadores revela que a lo largo de todo Estados Unidos se está perdiendo la fiebre emprendedora que lo convirtió en el mayor éxito económico del siglo XX.

Según el Grupo de Innovación Económica, entre 2010 y 2014 veinte condados aportaron la mitad de lo que aumentó la creación de empresas. El de Pima, donde se encuentra Tucson, fue uno de los muchos que perdieron firmas durante ese periodo.

Esta irregularidad se suma a otros indicadores que muestran que Estados Unidos ya no es la Startup Nation que solía ser. A pesar de las noticias sobre los unicornios de Silicon Valley que copan los periódicos, el porcentaje de la población activa del país que trabaja en empresas nuevas ha ido cayendo, igual que el ritmo en el que se fundan compañías. Otra muestra de pérdida de dinamismo es que los estadounidenses cambian de trabajo y de ciudad menos a menudo.

Según la Fundación Kauffman, que analiza el espíritu emprendedor en la primera potencia mundial, el porcentaje de compañías que son startups y tienen al menos un empleado fue el segundo más bajo de toda la serie histórica (el primero fue 2013) y un 20% inferior al previo a la recesión. En el cuarto trimestre de 2015 se produjo un rebote que llevó el indicador a su nivel más alto en 10 años, pero la mejora no ha disipado el olor a moho que rodea a amplias partes de la América empresarial.

Las compañías son cada vez más viejas, la competencia es menos feroz y en muchos ámbitos la posición de dominio se está consolidando en manos de un reducido número de marcas. En el 75% de los sectores, el porcentaje de ingresos de las 50 mayores empresas aumentó entre 1997 y 2007, según un estudio realizado por Jason Furman, presidente del Consejo de Asesores Económicos de Barack Obama, y Peter Orszag, economista y banquero. El nivel de concentración aumentó en la venta al por menor, en las finanzas y en el transporte.

“Sin duda hay menos fluidez en la economía americana; las personas cambian menos de trabajo y se crean y cierran menos empresas”, dice Furman. La menor creación “es un asunto que nos debemos tomar en serio, porque, por desgracia, los académicos y los expertos no entienden totalmente lo que está ocurriendo”.

La sugerencia de que Estados Unidos tiene un problema con los emprendimientos generó un sobresalto en un país que se enorgullece del espíritu capitalista que dio lugar a figuras de la talla de Henry Ford, Ray Kroc y Steve Jobs.

Ese liderazgo fue el elemento principal que utilizó Hillary Clinton para arrojar la imagen optimista de una América dinámica en el discurso en que aceptó su candidatura durante la convención demócrata. En contraste con el sombrío panorama de decadencia que presentó su oponente Donald Trump una semana antes, la ex secretaria de Estado elogió a los emprendedores americanos y señaló que eran los más innovadores del mundo: “Tenemos las personas más dinámicas y diversas”, dijo.

¿SUPRIMIR LA COMPETENCIA?
En muchos sentidos Clinton tiene razón. En los rankings internacionales que evalúan la facilidad para hacer negocios y la actividad emprendedora, Estados Unidos ocupa el primer lugar o los inmediatamente siguientes. En zonas con numerosas tecnológicas de renombre mundial, como San Francisco y Silicon Valley, hay una actividad bulliciosa en muchos otros nichos de mercado.

Andrew Geffken, un consultor de energía que ahora es empresario, señala que en su sector, la elaboración de cerveza artesanal es un ejemplo de crecimiento frenético: nuevas fábricas y destilerías están surgiendo por todo el país. Geffken dejó un trabajo estable para ayudar a impulsar un negocio de fermentación de aguamiel en Baltimore que está previsto duplique sus ingresos este año hasta u$s 850.000. “Es un buen momento para lanzarse, al menos en mi segmento”, dice.

Aunque desde hace años el porcentaje de startups ha ido disminuyendo en todo el país, un análisis de la OCDE muestra que la tendencia es similar en el resto de los miembros de la organización, lo que demuestra que el declive no es de ningún modo exclusivo de Estados Unidos.

Sin embargo, la preocupación por esta pérdida de ímpetu capitalista y por el envejecimiento de las compañías ha llegado a los más altos niveles políticos. Ya está siendo objeto de debates en el Congreso y ha dado lugar a declaraciones de inquietud por parte de la Reserva Federal y del Fondo Monetario Internacional.

Hay mucho en juego, sobre todo porque se suma a la decepcionante evolución de la productividad, al estancamiento de los ingresos y al aumento de la desigualdad, un tema que ha centrado la campaña presidencial. Las nuevas empresas suelen ser más innovadoras que las establecidas, y el FMI advertía en un informe reciente que la falta de startups está afectando negativamente al bienestar.

Por otra parte, el poder de las empresas establecidas está restando oportunidades a las nuevas, y los trabajadores de compañías con grandes ingresos pueden ser reacios a cambiar de trabajo. Reconociendo el problema de la concentración, el presidente Obama emitió el pasado mes de abril una orden ejecutiva a las agencias gubernamentales en la que les urgía a tomar medidas para promover la competencia.

“La mayoría de los nuevos empleos los están creando las firmas jóvenes, que son también las más innovadoras y las que generan más riqueza. La ralentización del ritmo de aparición de nuevos negocios es preocupante”, dice Arnobio Morelix, analista senior de la Fundación Kauffman.

¿Por qué está sucediendo esto? No hay consenso. Algunos analistas opinan que se trata de un problema específico de los millennials, que pueden lanzar menos negocios debido a los niveles récord de deuda contraída para pagar sus estudios o a la escasez de capital familiar para cancelarla.

Pero no se puede echar la culpa de todo a una generación en concreto, ya que el declive se remonta a los años 70. De hecho, según datos de la Fundación Kauffman, en los dos últimos años se ha producido un repunte de la actividad emprendedora entre las personas de 20 a 34 años de edad, aunque el porcentaje de nuevos empresarios en ese grupo sea inferior que en la década del 90.

Según otro estudio, la regulación onerosa y los problemas de acceso al capital son los principales obstáculos. El papeleo necesario para ejercer ciertas profesiones se ha multiplicado desde 1950 y esto, que afecta desde las manicuras a los diseñadores de interiores, desincentiva el cambio de actividad, la movilidad de estado a estado y las oportunidades de empleo, lo que ha llevado a la Casa Blanca y a algunos políticos a exigir que se hagan reformas en este campo.

Además, las pymes no tienen los recursos de los que disfrutan las firmas establecidas para navegar por la maraña de reglamentos locales, estatales y federales, que pueden dificultar el funcionamiento de las startups. Steve Glickman, del Grupo de Innovación Económica, señala que las nuevas empresas también carecen de los presupuestos necesarios para presionar e influir en la regulación.

La escasez de capital, debida en parte a las mayores exigencias para conceder créditos tras la crisis y a una regulación financiera más estricta, está empeorando las cosas, dice Patrick McHenry, vicepresidente republicano del Comité de Servicios Financieros del Congreso y representante por Carolina del Norte. En julio logró el apoyo de ambos partidos para dos proyectos de ley cuyo objetivo es facilitar el acceso a la financiación. Los textos pasarán ahora al Senado. “Tenemos desiertos de capital en lugares donde hay muchísimas ideas nuevas, mientras casi cuatro quintas partes del capital riesgo va a tres estados: Nueva York, Massachusetts y California. Lo que tenemos que hacer es difundir más ampliamente estas oportunidades entre el resto de los estados”.

Las quejas sobre las dificultades de financiación se oyen con frecuencia en Tucson, lugar que está fuera de las grandes rutas del capital riesgo, al igual que amplias zonas del país. Manny Teran, presidente de Aztera, una compañía de desarrollo de tecnología de Tucson entre cuyos productos figura una máquina que da la vuelta en la cama a los pacientes hospitalarios, dice que la falta de fondos es un grave problema. “Los jefes del capital riesgo pasan de largo y no se detienen aquí”.

SALTAR AL ABISMO
En el Condado de Pima, donde está Tucson, la cifra de startups cayó un 1,9% entre 2010 y 2014, según el Grupo de Innovación Económica, mientras que tras las recesiones de 1990 y 2000 aumentó el 10%. Donde por el contrario creció un 3,5% fue en el condado de Maricopa, donde está Phoenix, una ciudad mucho más grande situada a hora y media de Tucson.

Algunos empresarios argumentan que Tucson carece de masa crítica para albergar un gran número de emprendedores. Vivek Kopparthi, consejero delegado de NeoLight, una joven firma de Phoenix que fabrica equipos para el tratamiento de la ictericia en bebés, dice que los emprendedores como él necesitan grandes ciudades muy bien conectadas, como la capital de Arizona. “En Phoenix es donde sucede todo. La gente va de Tucson a Phoenix, no de Phoenix a Tucson”.

Sin embargo, los defensores de Tucson afirman que disponen de materia prima suficiente para convertirse en un gran centro de negocios. Los cursos que imparte la organización Startup Tucson para ayudar a los emprendedores locales están llenos. Para cubrir las 18 plazas de uno de ellos se han presentado 40 solicitudes.

Uno de los asistentes es Brian Herrera, ex estudiante de la Universidad de Arizona de 23 años, que presentó de forma simulada el lanzamiento de su compañía de realidad virtual Vidi VR. Para poner fin al declive de las startups será necesaria más gente como él. “Muchas personas son muy cómodas y no están dispuestas a asumir riesgos. Tienes que saltar al abismo y descubrir el modo de que te broten alas antes de estrellarte contra el suelo”, dice Herrera, que comenzó a trabajar en la cámara 3D que ahora vende en su vivienda.