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Estos jóvenes se enfrentan a la inseguridad laboral porque no se sabe cuáles profesiones podrían seguir ofreciendo una trayectoria viable dentro de 10 años.

Sienten una intensa competencia, que yo nunca sentí, ya que pertenezco a una generación en la cual menos del 10% ingresaba a la universidad, dice Robert Shrimsley en The Financial Times.

Al igual que todos los hombres de mediana edad, desde hace mucho tiempo me preocupa el carácter de la juventud mientras espero en privado que mis propios hijos sean la excepción. Desafortunadamente, hechos recientes que se produjeron en mi hogar me demostraron que definitivamente esta generación se está descarrilando.

Nuestra saga comenzó el jueves pasado, cuando mi hija tuvo que pasar por una desagradable intervención odontológica en la que se le extrajeron dos muelas bajo anestesia general y que implicaba cortar las encías. Todo salió bien y regresó a casa más tarde ese día de buen humor, disfrutando de la atención y las copiosas cantidades de helado que habíamos comprado bajo la equivocada impresión de que ese procedimiento se asemejaba a una operación de amígdalas.

Me había tomado el día siguiente libre para cuidarla mientras se iba el efecto de los analgésicos y aparecían los efectos secundarios de la anestesia. Entonces, con cierta sorpresa, y de hecho un poco de irritación, me enteré de ella tenía la intención de ir a la escuela al día siguiente. Sé que un padre amoroso debería haber sentido alivio ante esta pronta recuperación. Pero como padre preocupado que soy, pues estaba preocupado. Claramente ese era un signo de delirio; sin duda, era el efecto de las drogas. Seguramente ninguna hija mía rechazaría la posibilidad de faltar a la escuela, sobre todo un viernes. Éste no es un año de exámenes importantes, por lo que no parecía haber una justificación para su pronto regreso a clases. Pero ella estaba totalmente decidida a hacerlo: “Ya me perdí un día. No quiero tener que recuperar el trabajo de dos días”.

Yo sé que mi hija tiene muchas virtudes, pero el compromiso fanático con sus tareas escolares nunca ha sido una de ellas. Ella siempre hace lo que se le pide, pero “motivada” no es una de sus actitudes predominantes. Además, ella ¿cómo decirlo? es bastante conocida en la enfermería de su escuela. Así que, su insistencia me sorprendió y, para ser honesto, también me decepcionó. Yo estaba convencido de que habíamos criado a mi hija con principios firmes y aquí la tenía, rechazando un legítimo día libre por enfermedad. Me pregunté a mí mismo: ¿dónde nos equivocamos?

La mañana siguiente, aún medio dormido, la escuché irse a la escuela, por lo que me quedaba como enfermero sin paciente. Supongo que podría haber dejado de lado mi día libre y haber acudido a la oficina, pero el atractivo de un largo fin de semana fue demasiado seductor y, de todos modos, no quería arriesgarme a una reacción a la anestesia.

Pero entre más reflexionaba sobre las acciones de mi hija, más me iba molestando. Mi hijo, que ya pasó a la etapa preuniversitaria de su educación, está muy ocupado estudiando, pero ella con sus 14 años, acaba de alcanzar lo que podría llamarse la parte necesaria de su educación. Su escuela, si bien es adecuada, definitivamente no es muy exigente y, sin embargo, frente a la idea de faltar sólo dos días, mi hija estaba segura de que se iba a atrasar. Algo anda mal cuando los jóvenes adolescentes no se atreven a tomar un día para recuperarse después de una operación.

Parece que la presión que sienten estos jóvenes se incrementa cada vez más. A partir de los 14 años, se enfrentan a los exámenes GCSE (Certificado General de Educación Secundaria) y después sigue la etapa de formación académica donde los exámenes de fin de año determinan sus aspiraciones universitarias y, finalmente, los exámenes de acceso universitario. Escuchamos muchas conversaciones sobre los millennials privilegiados, pero todo lo que puedo ver en mis hijos y sus amigos es el terror del mundo en el que se mueven y la sensación de estar en una rueda de hámster que nunca frena. Se enfrentan a inseguridad laboral incluso cuando son lo suficientemente inteligentes como para saber cuáles de sus posibles profesiones elegidas podrían seguir ofreciendo una trayectoria profesional viable dentro de 10 años. Sienten una intensa competencia, que yo nunca sentí, ya que pertenezco a una generación en la cual menos del 10% ingresaba a la universidad.

En la mayoría de los aspectos, mis hijos son afortunados. Son brillantes, están motivados y tienen padres que se preocupan por su educación. Por supuesto, esto crea su propia presión, pero, aun así, si los más aventajados soportan este grado de estrés, no me puedo imaginar cómo lo pueden manejar aquellos que no cuentan con ese apoyo.
Es posible que ya no enviemos a los niños a las fábricas o las chimeneas. Pero estamos convirtiendo la niñez en una era de educación incesante e industrializada en la que los resultados sustituyen al aprendizaje, las calificaciones superan el conocimiento y todo lo que no contribuye a la carrera profesional se anula. Yo no quisiera tomar su lugar y sospecho que tampoco quisieran hacerlo esos grupos o personas que son los primeros en lamentarse de las deficiencias de esta generación.

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