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El Diario EL PAÍS y OpenMind, del BBVA de España, realizaron un evento que muestra lo muy cerca que estamos del futuro, y lo mucho que está en juego.

Los autores de ciencia ficción han metido el cuezo cada vez que han puesto un año en el título de sus novelas. En un caso notorio, George Orwell tituló 1984 una novela escrita en 1947 que muy pronto se vio superada por la depravación del mundo real, con el fin de la Segunda Guerra y las evidencias repugnantes del genocidio nazi. En otro más reciente, Arthur Clarke y Stanley Kubrick cifraron en 2001 una odisea espacial que ni siquiera existe 16 años después de esa fecha mágica. Ni las naves tripuladas han llegado a la órbita de Júpiter, ni el computador HAL, el primer psicópata de silicio de la estantería de ficción, ha asesinado a nadie. Visto lo cual, hacer predicciones para 2050 parece una osadía candorosa. Pero no es así.

El País y OpenMind organizaron en noviembre la reunión El mundo en 2050 para examinar el destino del ser humano. A nada que uno se fije, el año 2050 está a la vuelta de la esquina: un recién nacido hoy tendrá solo 23 años en esa fecha, y los lectores que atraviesan ahora mismo el ecuador de su vida tienen una alta probabilidad de seguir vivos para entonces. En la Grecia clásica, 23 años no servían ni para evolucionar de Platón a Aristóteles, pero las cosas han cambiado mucho en nuestros días, cuando estamos todos sumergidos en una extrapolación social de la Ley de Moore (cada año y medio se duplica la potencia de un chip). Los científicos y los filósofos están obligados a mirar hacia ese futuro tan próximo. No es futurismo, exactamente, sino más bien prospectiva, el uso de la mejor ciencia disponible para proyectar las tendencias actuales al futuro inmediato.

Por ejemplo, uno de los líderes en edición genética, Samuel Sternberg, piensa que para esa fecha, si no antes, “se podrá editar el ADN de los embriones para prevenir enfermedades”, y que “hay muchas esperanzas de que la edición genética pueda tratar el cáncer en 10 o 15 años”. Léelo en Materia. No es un autor de ciencia ficción, sino un portavoz de la mejor ciencia disponible. Sus previsiones pueden fallar, pero si lo hacen será por razones interesantes, y los políticos, los economistas y los sociólogos harían muy bien en tenerlas en cuenta. Un gran avance de la ciencia puede volver boca abajo nuestros prejuicios y estructuras socioeconómicas, como hemos comprobado en el pasado con humillante reiteración.

Pero eso no es todo, ni mucho menos. Los robots están entre nosotros, y su implantación no hará más que crecer exponencialmente en los próximos años y décadas, a la estela de los genuinos y espectaculares avances de la inteligencia artificial, la ciencia que hace pensar a las máquinas. Y recuerda que no tenemos una ciencia para hacer pensar a los humanos. Perderemos el concurso de talentos con toda probabilidad.

Es curioso que uno de los asuntos más vanguardistas de la ciencia actual sea un mecanismo con 4.000 millones de años de antigüedad, la evolución biológica. Pero esa es la fuerza que nos ha creado. Quizá pueda seguir funcionando. De lo contrario, las máquinas superarán a los organismos de carne y hueso. No es futurismo. Es prospectiva. Nos vemos en 23 años para discutirlo.

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