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Las personas influyentes no son necesariamente las más ricas, las más famosas, las que tienen más poder o las mejor situadas en cualquier escalafón del ámbito profesional o laboral. EDICIÓN No 35 de octubre – noviembre de 2012

Por Enrique Alcat, autor del libro ¡Influye! y Director del Programa Superior en Gestión Empresarial y Dirección de Comunicación del IE Business School.

 

«Pensar es el trabajo más arduo que existe, lo que explica que haya tan pocas personas que se dediquen a ello». Henry Ford.

Todo influye. ¿Todo? Sí, todo. El mundo en el que nos toca vivir se rige por unos flujos de influencias que nos acompañan siempre, lo queramos o no. Las personas somos influenciables y algunas, además, influyentes. La influencia está en el ambiente aunque en muchas ocasiones no sepamos que en la toma de decisiones, por muy personales que sean, estamos sometidos a una influencia externa que viene desde muchos ámbitos diferentes y nos puede llegar a condicionar en mayor o menor medida.
Las personas influyentes no son necesariamente las más ricas, las más famosas, las que tienen más poder o las mejor situadas en cualquier escalafón del ámbito profesional o laboral. Las personas influyentes a veces están cerca, muy cerca de nosotros, y no debemos mirar muy lejos porque muchas veces nos influye más una opinión de un familiar, de nuestra pareja o de alguno de nuestros amigos que una sesuda explicación procedente de estancias superiores con un mensaje, subliminal o no, del por qué o para qué tenemos o no que hacer algo.

La primera decisión pasa siempre por la oportunidad: el momento de influir o de ser influidos o de querer influir en los demás. La influencia que queramos ejercer sobre los demás podrá ser buena, mala o regular, premeditada o ligeramente esbozada, pero, con independencia de otros factores, la decisión más importante siempre pasa por el momento de ejercerla.
Me atrevería a decir, sin ningún tipo de estudio científico que lo corrobore, que prácticamente la totalidad de las personas hemos tenido una vez en nuestra vida a alguna persona, cercana o lejana, que ha ejercido una influencia capital y, a veces, determinante sobre nosotros. Incluso más de una. Y, la mayoría de las veces, esa influencia no ha sido pasajera sino que se ha instalado dentro de nosotros, que aparece y desaparece de forma intermitente en nuestra personalidad, lo que consolida una capacidad muy determinada de quien la ejerce. Una influencia que puede durar años e, incluso, toda la vida.

La persistencia de la memoria hace que las personas que han ejercido alguna influencia sobre nosotros puedan aparecer en cualquier momento en nuestra mente, incluso, sin esperar su llegada. Muchas veces tomamos decisiones en el tiempo presente no con la información que tenemos en ese momento sino por la influencia que recibimos respecto a un determinado asunto desde hace ya tiempo.
La influencia afecta a lo que somos pero mucho más a lo que pensamos y lo que decimos. La credibilidad personal se basa en la personalidad intransferible de cada uno teniendo en cuenta que ha sido influido e influenciado por su entorno, su época, sus relaciones, sus vivencias, sus estudios, sus personas cercanas (y lejanas) y todo aquello que tenemos alrededor y al alcance de nuestros sentidos.

La palabra influencia es la más repetida en el management moderno. Ya no se trata de “vender” se trata, además, de influir. Diríase que la influencia es la venta intelectual con el máximo valor añadido. Los líderes políticos, económicos o empresariales son tales si son capaces de influir, de ir más allá de la venta de sus políticas, sus planes de negocio o sus propuestas. Si consiguen “hacer-hacer” y, además, consiguen un efecto balsámico, satisfactorio y positivo sobre quien ejercen esa influencia con independencia de que sea positiva, negativa o gravemente perjudicial.
La primera idea que debemos tener clara pasa, como todo, por no mirar muy lejos. La influencia vive en ti y te afecta a ti. La reflexión interior es la clave para concluir que todo, absolutamente todo, nos influye y de nosotros dependerá que nos dejemos influir por algunas personas o por algunas ideas y si no tenemos preparada nuestra mente estaremos sometidos a muchas influencias externas, tal vez, sin saberlo o, lo que es peor, sin poder reaccionar ante las peores influencias posibles: las tóxicas.

La influencia va calando en nosotros mientras hacemos otras cosas, sin darnos cuenta, salvo que tengamos la guardia alta y muchas veces, casi siempre, no la tenemos porque estamos en lo que vulgarmente se dice en el “día a día” con todo aquello que compone nuestra existencia.
La influencia no tiene que ser, necesariamente, negativa ni perjudicial en quien la recibe. Es más, debería ser todo lo contrario. Ojalá tuviéramos siempre buenas influencias porque eso nos haría mejorar como personas, como seres humanos en un mundo sometido a millones de impactos sobre todo lo que hacemos y dejamos de hacer.
La influencia debiera ser la antítesis de la sorpresa, el desconocimiento, las prisas o las tensiones propias que nos toca vivir en un mundo cambiante, competitivo e imprevisible. El primer capítulo para hablar de la influencia tiene que ver, siempre, con la información. Cuanta más información verídica y contrastada procesemos menos capacidad tendremos que nos influyan los demás. Y cuanto mejor estemos preparados, con la mayor y mejor información posible, mejor podremos influir en los demás.

La capacidad de querer influir en los demás pasa por una estrategia perfectamente determinada cuando no se tienen los resortes del poder, de la fama o del dinero. Todos podemos influir en los demás pero para lograrlo primero tenemos que pensarlo y cuanto mejor sea nuestra forma de pensar en el “cómo” antes lograremos llegar a los demás con el “qué”.
La conclusión, por tanto, para que seamos personas influyentes es pensar en positivo y pensar en qué beneficios voy a obtener si logro ejercer con las técnicas más influyentes lo que persigo. La influencia está dotada de un elevado componente de egoísmo porque la influencia no se hace “sin más” sino para obtener un crédito a corto o largo plazo.