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¿Cómo será el futuro de la comunicación publicitaria en los entornos digitales que, más pronto o más tarde, serán universales?

Por Daniel Solana, presidente y socio fundador de DoubleYou.

 

SOBRE EL AUTOR
Daniel Solana, Presidente y socio fundador de DoubleYou. Fue director creativo en agencias como Young & Rubicam Barcelona y Contrapunto Madrid. En 1997 fundó DoubleYou, agencia que ha sido reconocida por su creatividad con nueve Grandes Premios, entre ellos el Grand Prix Digital del Festival Internacional de Cannes 2004. Ha sido ponente en numerosos congresos de publicidad en España, Argentina, Chile, México, Uruguay, Perú y Colombia, y jurado en diversos festivales de publicidad internacionales, como el de Cannes. Es autor del libro Postpublicidad.

Desde que en 1997 fundé mi propia agencia dedicada a la publicidad digital, no he hecho más que observar la evolución de los cambios que se producen en el sector de la publicidad con cierta perspectiva histórica.

Lo confieso. Contemplar distanciado la evolución del sector ha sido mi ejercicio favorito durante estos años. Tal vez una vía de escape. Todos los que hayan estado en agencias digitales convendrán conmigo que abajo, en cubierta, la batalla es cruenta.
Siempre tratando de exigirle más a la tecnología, intentando dominar la indomable creatividad, rodeados de una espesa incertidumbre, procurando dar solución a proyectos con presupuestos siempre muy por debajo del nivel de flotación, achicando agua.

Gracias a ese ejercicio, hoy, después de todos estos años de navegación a ciegas, puedo asegurar, sin ningún titubeo, que los grandes fenómenos que han sacudido esta industria, como Google, Facebook, Twitter, o en su momento Second Life, no supe preverlos, divisarlos con claridad. Al contrario, aparecieron ante mí como el iceberg apareció frente al Titanic. Cuando por fin los vi, ya los tenía encima. En cambio, otros icebergs que veía claramente en la lontananza, como la televisión interactiva nunca acabaron de aparecer cerca de nosotros.
Sin embargo, hay una cosa que sí he aprendido de esa experiencia.
Y es que lo importante no es tratar de ver lo que viene, sino fijarse en aquello que permanece. Los icebergs pasan frente a nosotros majestuosos y deslumbrantes. Ocupan las portadas de nuestros periódicos y centran el debate en nuestros congresos de publicidad y marketing. Pero no son más que icebergs. Hielo.
Y pasan. Para luego desvanecerse. En cambio, si lo pensamos, aquello que es verdaderamente trascendente es lo que durante todos estos años ha permanecido invariable.
Lo relevante de ellos es que, cuando hayan pasado ya todos los icebergs, y el mercado vuelva a la estabilidad, es lo que nos quedará. Es decir, ellos construyen –y no los icebergs– el futuro.
Es por eso, que si he de hablar del futuro de la comunicación publicitaria, o el papel que van a tener las agencias en ese nuevo escenario, veo que quedarán afectados por esos aspectos que, desde que empezó esta revolución, he podido observar que han permanecido inalterables, siempre de fondo, durante nuestra navegación. Son cinco.
El primero de ellos, las ideas, o la relevancia de las ideas, como semilla de un territorio extraordinariamente fértil. El segundo es la importancia de las personas, como las verdaderas protagonistas del cambio en el que nos encontramos. El tercero es el auge de las relaciones sociales, o de los vínculos interpersonales. El cuarto es la realidad, como un nuevo factor llegado al mundo de la publicidad. Y, finalmente, el quinto, es la importancia de la tecnología, que es el sustrato sobre el que se desarrolla actualmente cualquier pieza publicitaria.

Permítanme que les explique un poco más detalladamente en qué consisten esos cinco puntos, analizando un proyecto que me fascinó cuando mi barco estaba a punto de zarpar, allá por 1995: Virtual Garden.
Virtual Garden, fue un proyecto realizado por una universidad australiana, que consistía en repartir minúsculas parcelas de un jardín australiano a todo aquel que quisiera convertirse en jardinero virtual. Cuando uno se daba de alta, tenía la posibilidad de visitar el jardín a través de una pequeña webcam que se hallaba a unos dos metros del suelo y que podía mover telemáticamente desde su ordenador. El usuario podía recorrer con ella el terreno, descubrir alguna parcela que todavía estuviera libre y hacerla suya depositando allí una semilla. A partir de ese momento adquiría el derecho sobre ese mini terreno y también la responsabilidad de regar su semilla y hacerla crecer. Mientras tanto, era posible chatear en tiempo real con otros jardineros virtuales, para compartir impresiones sobre el mundo de la ciberjardinería, o para gestionar temas más prácticos, como pedirle al vecino que regara la parcela en el caso de que uno tuviera que irse de vacaciones. Virtual Garden me fascinó como proyecto y, curiosamente, a pesar de que nos hallábamos en los inicios de Internet, ya se basaba en esos cinco factores que definen la naturaleza de la revolución en la que nos vemos inmersos. Aquello que permanecerá cuando los facebooks, twitters o youtubes de turno dejen de deslumbrarnos.

Primero, Virtual Garden era una buena idea, una idea ingeniosa.
Desde que apareció internet no hago más que maravillarme de las ideas que es capaz de alumbrar el ser humano. Como creativo, sé perfectamente que las ideas son inagotables, así que no tengo ninguna duda de qué es lo que este entorno va a requerir de nosotras, las agencias de publicidad: ideas, ideas y más ideas. No sé si dentro de 10 o 20 años las agencias nos seguiremos llamando agencias, y si la publicidad seguirá llamándose publicidad, pero sí sé que las agencias tenemos la cultura de la creatividad, indispensable para aportar la idea, que es la semilla fundamental para el desarrollo del mundo digital. Nosotros sabemos fabricarlas.

El segundo factor son las personas. Créanme, la gente es la verdadera protagonista de todo lo que nos está sucediendo. Así que la publicidad, si quiere ser mínimamente efectiva en ese entorno, debe ser igualmente personal y humana.
La importancia de las personas. Si echamos nuestra vista atrás y miramos por nuestro catalejo, veremos –recordaremos– que el discurso inicial de la publicidad moderna versaba sobre las características del producto. Era cuando anunciábamos una bebida diciendo, por ejemplo, que era refrescante y calmaba la sed. Más tarde descubrimos que los productos se vendían por los valores intangibles que transmitían sus marcas. Fue la primera gran revolución del marketing. Y empezamos a construir campañas con discursos que no hablaban del producto, sino de los valores, y cuya intención no era algo tan básico como comunicar beneficios, sino otras cosas más sofisticadas, como por ejemplo, posicionar las marcas en la mente del consumidor. En esa primera revolución pasamos de hablar de algo que estaba dentro de la botella –por ejemplo, su capacidad de refrescar–, para centrarnos en aquello que vivía fuera, pegado al cristal, y que hacía que nuestro target se sintiera identificado al pedirla en un bar –por ejemplo, la chispa de la vida–. Aquellos asuntos tenían que ver con el consumidor, pero la publicidad trataba básicamente de los problemas que les afectaban a ellas, a las marcas. Eran “sus” beneficios o “su” posicionamiento.
Mañana –ya hoy– la segunda revolución se asoma ante nosotros y la publicidad está empezando a dejar de tener relación directa con el producto y con la marca, ni por dentro ni por fuera, sino mucho más específicamente con las personas. La propuesta publicitaria deja de ser un discurso para transformarse entonces en debate. Nuestro trabajo de comunicadores no es construir algo que decir, sino algo de lo que charlar y ese algo poco tiene que ver con las marcas, y con sus asuntos, habitualmente insustanciales para la gente, sino con las personas y sus asuntos. Con los asuntos humanos. Para volver a nuestro ejemplo, cuidar de un pequeño jardín es un asunto humano, aunque sea virtual, pero es tremendamente humano. Las personas somos verdaderamente el centro de la revolución en la que estamos inmersos.

El tercer punto es el vínculo social. Siendo el ser humano un animal social, internet y el nuevo mundo intercomunicado en el que nos encontramos ha multiplicado nuestras capacidades de relación. Antes nos relacionábamos con los miembros de nuestra tribu –familia y amigos– ahora podemos relacionarnos libremente con el resto del mundo y vincularnos afectivamente con muchísima más gente.
La situación es nueva para nosotros, como individuos y, si lo analizamos, extraordinariamente relevante para el marketing y la publicidad, ya que afecta a sus estrategias de base. No es necesario más que ver el iceberg de Facebook, el de Twitter, o el auge de las redes sociales en general, para darse cuenta de la importancia del fenómeno. Eso sí, pensémoslo ¿es nuevo? No es nuevo.
Messenger ya triunfó por ser un instrumento de vinculación humana, y el chat cuando apareció entre nosotros, y los canales
IRC en su momento. Soluciones a esa necesidad están con nosotros desde los inicios de Internet, se perfeccionan los instrumentos, aparecen nuevas maneras y nuevas plataformas y marcas, nuevos negocios, pero la necesidad de fondo es la misma: los seres humanos tenemos una profunda necesidad de vincularnos con los demás. Somos seres sociales. Nos aterra estar solos.
Desde luego, si hay algo que a mí me fascinó especialmente de
Virtual Garden, era precisamente la capacidad que tenía el proyecto como facilitador de relaciones, a través de darnos la oportunidad a todos los jardineros de relacionarnos. Virtual Garden era una excusa. Llegabas allí con la intención de cuidar una semilla y salías con amigos de todo el mundo. Y ampliar el círculo de contactos –véase Facebook– o ampliar el número de círculos –véase Google +– es algo de lo que el ser humano no parece saciarse nunca.

El tiempo real. Cuarto punto. De hecho, la realidad, como factor.
También en ese punto Virtual Garden nos adelantaba ya en
1996 un factor que tiene mucho que ver con la comunicación y con nosotros los comunicadores, y que sería relevante en el mundo digital en el que ya estamos del todo inmersos. Hasta aquel momento los seres humanos vivíamos básicamente del consumo de contenidos de ocio y entretenimiento enlatados –novelas, películas, publicidad…– en forma de ficciones encapsuladas.
Pero pocas veces la realidad formaba parte de nuestro consumo de contenidos. Excepto el teatro, que le daba ese punto de realidad único.
La realidad penetró primero en la televisión, a través de la irrupción de nuevos géneros, los realities, y luego internet nos trajo ese valor olvidado de que las cosas pueden consumirse tan pronto como suceden. La realidad, la textura real, el tiempo real o la realidad simulada, forman parte de aquello que construyó el éxito del proyecto de Virtual Garden y es lo que subyace en el fondo de Facebook o de Twitter. Las ficciones publicitarias están muy bien, pero unos de los factores que diferencia la publicidad del siglo pasado con el momento postpublicitario en el que vivimos, es que hemos pasado de esa cultura publicitaria que heredamos del cine a la cultura de lo real, que son acontecimientos consumidos en directo vividos desde el protagonismo. Algo fundamentalmente distinto.

Y finalmente, el quinto punto. La tecnología. Es obvio, pero parece que en las agencias no lo hemos asimilado porque seguimos considerando que la programación es algo extraño que debe subcontratarse, cuando la tecnología es el material de base con el que vamos a construirlo todo. Así que una agencia sin ingenieros, informáticos o gente de tecnología, me parece tan fuera de lugar como una agencia sin creativos o sin comunicadores.
Virtual Garden fue un proyecto construido con creatividad, pero sobre todo con ingenieros. Necesitamos de la tecnología y de los tecnólogos creativos, porque es con la tecnología que construiremos las nuevas piezas publicitarias, o postpublicitarias, los nuevos canales a través de los cuales llegaremos a la gente, los nuevos formatos publicitarios, y será a través de ella. La tecnología, que definiremos los nuevos modos y momentos en los que contactar con nuestro público objetivo.

En conclusión. Virtual Garden ya no existe, o al menos no existe el proyecto que yo conocí. Pero sí siguen existiendo, y son tremendamente reveladores, los fundamentos de su éxito. Mi consejo es que si queremos descubrir el futuro, observemos lo que sucede a nuestro alrededor, pero no nos dejemos deslumbrar por aquello que pasa, fugaz, o por aquello que se vislumbra a lo lejos, incierto. Es mucho más revelador reparar en lo que permanece. Descubriremos entonces lo que nos quedará, después de que las grandes novedades hayan dejado de ser nuevas, entender la verdadera naturaleza del cambio en que nos vemos inmersos, y así poder intuir mucho más fielmente cómo será el futuro de la comunicación publicitaria en los entornos digitales que, más pronto o más tarde, serán universales.

Storytelling. La nueva publicidad

Por Roberto Carreras, consultor español de estrategia online.

La publicidad convencional ya no funciona: los canales se han diversificado, la demanda de contenido de calidad va en aumento y la audiencia quiere participar. El consumidor, en otro tiempo un sujeto pasivo, quiere que su voz se escuche y tiene canales a través de los cuales participar.
La comunicación de marcas necesita nuevas formas de expresión acordes con el modelo actual. La visión unitaria y unidireccional se ha sustituido por la variedad de puntos de vista y la interacción.
El Storytelling un método de comunicación profundamente arraigado en el ser humano: el hombre se ha servido de él desde tiempos inmemoriales y sigue haciéndolo. Contar historias es algo común a todas las culturas y a todas las épocas. Cada día todos nosotros, de un modo u otro, nos las contamos.
Por supuesto que puede haber un componente lúdico en ese proceso, pero el verdadero motivo por el que lo hacemos es porque contar historias nos ayuda a configurar y comprender el mundo en el que vivimos y a compartir esa visión con los demás.
El Storytelling se basa en la transmisión de valores y conocimiento a través de emociones, en lugar de emplear cálculos y razonamientos. Para ello se sirve de relatos elaborados a medida del narrador y de su audiencia. Y es que la eficacia del Storytelling se sustenta en este sencillo argumento: los razonamientos llevan a conclusiones, la emoción lleva a acciones.
Por eso, las historias que contamos (las buenas historias) deben emocionar. No se trata de provocar cualquier emoción, sino de despertar aquellas que están relacionadas con el mensaje y los valores que queremos transmitir. La emoción, no lo olvidemos, no es el fin, es tan solo el nexo de conexión entre los participantes.

Una de las principales características del Storytelling es el hecho de que se lleve a cabo “en directo”, aunque el motivo de fondo de que sea así es que eso permite una interacción entre el narrador y el oyente. La comunicación, para que sea considerada como tal, debe establecerse en dos direcciones. El que construye el relato debe saber hablar, pero también escuchar. Y hacerlo con todos los sentidos. Es lo que coloquialmente llamamos “tomar el pulso a la audiencia”.
Un buen narrador modifica el ritmo, el tono y el desarrollo de su discurso en función de las reacciones de su público. Dicho de otro modo, el público no es un sujeto pasivo.
Esa peculiaridad, que en medios narrativos como el cine o la literatura había quedado apartada, resurge gracias a la aparición de los entornos digitales, que recuperan esa relación bidireccional.
Es por ello que el Storytelling digital se perfila como una brillante alternativa a la publicidad convencional, ya que combina elementos de comunicación emocional con los recursos de últimas tecnologías que permiten la intervención del espectador sobre el relato, el establecimiento de una conversación y la personalización de la experiencia de inmersión. Caminamos hacia un cambio que va de la generación de mensajes publicitarios a la generación de contenidos enfocados al entretenimiento por parte de las marcas, o lo que conocemos como “Branded Content”.

Las personas ya no necesitan líderes.
DIOS 2.0: La comunicación es más accesible que nunca

La comunicación es más accesible que nunca. Tanto la personal como la comercial. Los requisitos para hacer una idea algo tangible son menores que nunca. Estamos a las puertas de una nueva era. La era de la revolución de las expectativas, como la denomina
David Konzevik.

Por Mar Abad, cofundadora de Brand&Roses

SOBRE LA AUTORA
Mar Abad. Cofundadora de la empresa de contenidos Brand&Roses. Es redactora jefe de la revista Yorokobu y subdirectora de la revista Ling. En ambas publicaciones escribe y trata fundamentalmente sobre temas relacionados con creatividad e innovación.

Antes de todo esto pasó unos años por otros medios (EFE, CNN Atlanta, Anuncios, Cinco Días…) y por publicidad (Wysiwyg, McCann Erickson).

Puede que en otra época la publicidad se adelantara a los individuos.
En sus gustos, sus expresiones, sus actitudes… Hoy, definitivamente, no. Las personas de este tiempo ya no necesitan líderes que les digan qué tienen que hacer y qué tienen que pensar.
Ni líderes en forma humana ni líderes en forma de marca. Los dioses vuelven a morir. Es el ocaso de una cultura que creía en los guías políticos, sociales, culturales, religiosos y económicos. Hoy los dioses nacientes no tienen nombre y apellido humanos. Se llaman comunidad, colaboración, cultura abierta, software libre, código abierto, crowdsourcing, Web 2.0…

El nacimiento de esta nueva era comenzó antes de que se tuviera la más mínima sospecha de lo que estaba a punto de ocurrir.
Fue en los años 80. Algunas compañías empezaron a ver sus limitaciones. No encontraban respuesta a los retos que se les planteaba. La solución no estaba en sus departamentos de I+D.
Y así llegó el día en que se produjo un volantazo en la historia.
Procter & Gamble comenzó a proclamar que la innovación procedía cada vez más de las pequeñas compañías y de los particulares.
Era el fin de un modelo cerrado para inaugurar lo que llamaron Managing Across Borders. Su filosofía se presentó en un artículo,
Connect and Develop: Inside Procter & Gamble’s New Model for Innovation, de Harvard Business Review, donde la multinacional indicaba que “por cada investigador de P&G hay 200 científicos o ingenieros en cualquier otra parte del mundo que son, al menos, tan buenos como nuestros empleados. Es decir, un potencial de 1,5 millones de personas cuyo talento podríamos utilizar”. La compañía creó la plataforma Connect + Develop y hoy más del 50% de la innovación en sus productos procede de la colaboración con individuos ajenos a P&G.
La compañía minera Goldcorp dio otro paso definitivo en 1999.
Planeaba la bancarrota sobre la empresa canadiense. No encontraban nuevos yacimientos. Roc McEwen, CEO de la corporación, escuchó un día al fundador del sistema operativo de código abierto Linux. La teoría de Linus Torvalds impactó tanto a McEwen que decidió liberar toda la información de las minas y colgarla en internet. No tenía nada que perder porque todo estaba prácticamente perdido. Pidió ayuda y una recompensa de 575.000 dólares a quienes identificaran nuevos lugares donde pudiera haber oro. En dos semanas recibió propuestas de geólogos retirados, estudiantes y militares para explorar 110 puntos más. El 80% de esa información remitía a lugares con oro y eso hizo que lo que parecía un cierre irremediable se convirtiera en resurrección.

Era el principio de un camino en el que las compañías empezaban a escuchar y a mirar a los individuos de otra manera. Ya no eran solo clientes o potenciales clientes. Eran personas con ideas y conocimientos que podían superar, en mucho, a todo el personal de la corporación. Dios se había dado cuenta de que su siervo era un dios potencial.
Los medios eran pilares fundamentales (e incluso impulsores) de este sistema de poder. La TV no tenía oídos. Hablaba desde un pedestal para una multitud muda. La radio hacía lo mismo. El periódico, también. También los políticos y los empresarios. Los ciudadanos estaban acostumbrados a que sus palabras no se oyeran más allá de dos metros. Pero llegó internet. Y mató a estos dioses.
Los individuos tuvieron la oportunidad real de conversar. Entre ellos y con los que habían sido sus dioses. Hoy hablan con sus ídolos, sus marcas, sus políticos… Probablemente con todos, excepto con uno que aún se resiste: ‘los mercados’ (quizá el único dios que queda sin canal directo en Twitter).
Ese nuevo mundo cayó de cuajo sobre las agencias de publicidad y los despachos de anunciantes. Era el comienzo de una publicidad que tenía en cuenta a las personas como nunca antes lo había hecho. Una comunicación comercial que se basaba, realmente, en el diálogo, y que trataba a los individuos de igual a igual. La llamaron Publicidad 2.0. Habían tomado prestados esos dígitos de un término acuñado en 2004 por Tim O’Reilly, Web 2.0, con el que hacía referencia a todas las aplicaciones que permiten a los usuarios compartir información y colaborar entre ellos. La Web 2.0 engloba a las redes sociales, las wikis, los blogs, los mashups, las comunidades web, los servicios web, las aplicaciones web…

En la actualidad, algunas marcas intentan estar en medio del remolino para no convertirse en siervos de los nuevos dioses armados de sus infalibles móviles y ordenadores. A menudo observan y tratan de entender a la comunidad mundial para no despertar un día y ver un dinosaurio en el reflejo del espejo.
Otras marcas todavía no han reaccionado.

Hace unos tres años el término Publicidad 2.0 empezó a sonar con furor. Islandia vivía un momento complejo en su historia. La crisis había atizado a la isla sin piedad. Lo que se vendía como un paraíso en la tierra resultó ser una bomba de humo. Islandia tocó fondo pero reaccionó al instante. El país intentaba resurgir de sus cenizas y no descuidó en absoluto la comunicación.
Después de que el viento se llevara el humo financiero que había hecho de la isla un volcán económico, Islandia buscaba ingresos reales. Es decir, monedas y billetes de visitantes. La oficina de turismo de Islandia lanzó una campaña de promoción turística insuperable como expresión real de la filosofía 2.0.
La página de turismo abandona por completo la retórica habitual y, en su lugar, da la bienvenida con una frase: “Islandia oficialmente quiere ser tu amiga”. Para conocer el país muestra unos íconos que llevan al Facebook,Twitter,Vimeo, Flickr y el blog de promoción del país. El site es, en realidad, la puerta de entrada a la información sobre la nación en los principales sitios de internet (www.icelandwantstobeyourfriend.com).
España ha entendido también que la historia de un dios desconocido tiene tanto o, incluso, más valor, que el relato de un ente al que se presupone con intereses ocultos. La página web Ineedspain, creada por el ente responsable del turismo de España, con la estrategia diseñada por DoubleYou, cede a los usuarios la voz para que cuenten, mediante sus fotos, vídeos y relatos, qué es este país (www.ineedspain.com). Junto a ellos, hablan algunos celebrities como Ferran Adrià o los jugadores del Real Madrid, pero en la presentación de la estrategia, el secretario general de Turismo y Comercio Interior, Joan Mesquida, insistió en un aspecto. “En esta campaña no solo los famosos nos van a decir por qué tenemos que visitar España. También habrá embajadores anónimos. Así, situamos de forma real al consumidor en el centro de nuestra campaña publicitaria”, dijo Mesquida.

Las instituciones esta vez no van muy por detrás de las empresas en sus estrategias de comunicación. La campaña electoral de Barack Obama plantó encima de la mesa de todas las administraciones y formaciones políticas del mundo la importancia de las redes sociales y la comunicación 2.0. Todos tomaron nota.

La lección.
¿Qué pueden aprender las marcas de la comunicación 2.0? Los gobiernos no tienen la solución de muchos temas que interesan realmente a los ciudadanos. Las empresas, tampoco. Dice Javi Creus, fundador de Ideas for Change, que, ante estas carencias, los ciudadanos más capaces se organizan para resolver juntos los asuntos que realmente les interesan. Y lo hacen de igual a igual. Peer to peer. Es lo que Creus llama innovación optimista.
Así han creado plataformas como Ushahidi o The Good Gym. La primera recoge denuncias de crímenes y abusos para que otras personas puedan conocerlos y, entre todos, luchar contra ellos. La segunda reúne a personas que piensan que dejar su energía en una bici elíptica, en un gimnasio, es un desperdicio. En su lugar, practican jogging mientras hacen la compra a un anciano o practican ejercicio cardiovascular subiendo y bajando las escaleras de un colegio mientras bajan escombros para reformar las instalaciones.
Thegoodgym.org gestiona las actividades de los voluntarios en la ciudad de Londres.

Virgin, por ejemplo, entendió la filosofía de estos ciudadanos avanzados y les ayudó a crear una plataforma para compartir taxis desde el aeropuerto hasta la ciudad. La compañía lo llamó Taxi2 y lo definió como co-innovación de los usuarios y Virgin Atlantic. Los viajeros entran en www.taxi.to y se ponen de acuerdo con otros individuos para compartir taxi cuando lleguen a su destino. Minimizan costos y reducen la contaminación ambiental.

La lección no acaba aquí. Hay otro factor nada desdeñable. En un mundo conectado, donde la comunicación ya no es parcela privada de cuatro medios y cuatro marcas, cualquier persona con talento e iniciativa puede abrir un negocio. Es más, un negocio de tu competencia. La generalización de las redes sociales ha provocado la proliferación de pequeños negocios que solo necesitan un perfil de Facebook y una cuenta de Twitter para dar a conocer su actividad.
Es el caso de Grandma Republic. La típica historia de esa mujer a la que todo el mundo dice: “Qué bufandas tan bonitas haces.
Deberías venderlas”, acabó en un negocio que nació y creció en las redes sociales mostrando sus productos y conversando con sus fans. Antonia Cabrera hacía prendas de punto. Un día, con la ayuda de sus hijos, abrieron un perfil en Facebook. Pensaron en un nombre y así nació la marca: Grandma Republic. Empezaron a colgar fotos de los gorros, los guantes, las muñecas… y anunciaron una promoción: Si te haces fan, te regalamos unos pendientes de punto. No necesitaron tienda física, ni siquiera web.
Empezaron a vender en esta red social y hoy, con más de 1.150 fans de 19 países, acaban de lanzar su segunda marca: Little Republic (ropa para niños). La escuela de negocios Esade ha llamado a la emprendedora y a sus hijos para contar el caso a los alumnos. La compañía, además, ha colaborado con el
Ayuntamiento de Barcelona en un programa de conferencias para dinamizar el comercio en algunas zonas de la ciudad. El tema: creatividad con pocos recursos. Y de internet, han salido a la calle. Hoy vende ya en dos tiendas.

La comunicación es más accesible que nunca. Tanto la personal como la comercial. Los requisitos para hacer una idea algo tangible son menores que nunca. Estamos a las puertas de una nueva era. La era de la revolución de las expectativas, como la denomina David Konzevik. Tiempos en los que, según el economista, los pobres de hoy son ricos en información y millonarios en expectativas.
Dios, hoy, vuelve a ser pobre.

La mejor forma para llegar a las adolescentes es internet y la filosofía 2.0.

Hace tan solo unas semanas una campaña del Instituto de la Mujer y la Secretaría de Igualdad ha mostrado que la mejor forma para llegar a las adolescentes es internet y la filosofía 2.0.
Miles de jóvenes buscan cada día en la red información que, lejos de descubrir, pretenden esconder. Tapar un moretón o un labio inflamado. Muchas de esas chicas no ven informativos en TV. No leen periódicos. Su canal de conexión con el mundo es internet.
Ahí es donde investigan toda la información que necesitan. En buscadores y en los blogs de sus ídolos, como Aishawari, Alipopof, Isasaweis, Ladenena y ConTol Style, blogueras que acumulan cientos de miles de visitas con sus vídeos sobre moda y maquillaje.
Pero puede que la última vez que buscaran cómo cubrir los rastros del maltrato no encontraran la solución estética a su problema.
Pueden haber descubierto la solución real al asunto. A medidados de noviembre comenzaron a circulan cinco vídeos en la red, realizados por blogueras con cientos de miles de seguidoras, que hablan sobre cómo disimular una agresión. En sus cuatro primeros días consiguieron más de 250.000 visitas.
Estos videoconsejos empiezan como cualquier otro de su blog.
Mismo lenguaje, mismo tono, misma protagonista. El final, sin embargo, es distinto. No hay un truco para disimular un labio inflamado. La bloguera anima a la adolescente a denunciar el maltrato y le informa del número de teléfono en el que puede pedir ayuda.
La agencia que ideó y desarrolló la estrategia, La Despensa, decidió alejar el tono de estos clips del lenguaje publicitario. Era una forma de ganar efectividad. Las blogueras utilizan sus formas de siempre, aunque en esta ocasión emplean palabras y expresiones pronunciadas, realmente, por chicas maltratadas.