Los datos en Estados Unidos son escandalosos: desde 2007 la desigualdad de ingresos alcanzó niveles que no se veían desde antes de la Gran Depresión: el porcentaje de ingresos del 1% más rico de la población pasó a ser del 23% del total, frente al 10% de las décadas anteriores. El 5% más rico controla aproximadamente el 75% de la riqueza financiera.
Por Joaquín Estefanía para El País de España.
Obama, acuciado por multitud de problemas, trata de redirigir el debate político hacia la situación económica y, más específicamente, hacia la importancia de atajar la desigualdad social y reforzar las clases medias. Este no es tampoco un terreno en el que el presidente demócrata puede sentirse fuerte: la recuperación está volviendo, pero la redistribución de la renta y la riqueza en EE. UU. está situada en los niveles de los años veinte, cuando las distancias entre las clases sociales fueron más grandes. El declive de las clases bajas y medias, muy pronunciado desde los años ochenta —los de la hegemonía de la revolución reaganiana— no ha variado de tendencia con los últimos presidentes demócratas, Clinton y Obama. Ninguno de ellos se ha semejado al Lyndon B. Johnson de la gran sociedad y la lucha contra la pobreza.
En la primera legislatura, Obama definió gráficamente sus objetivos en este terreno: “No hay una línea divisoria entre Wall Street y Main Street. Nos levantaremos o nos caeremos juntos como una sola nación”. Ni rastro de este programa. Hoy se acumulan los extraordinarios beneficios de bancos y empresas, mientras que la renta disponible de las familias de clase media sigue congelada y el paro disminuye con extraordinaria lentitud. Lo menciona el sutil economista Robert Shiller, de la Universidad de Yale: ha variado la percepción que tiene la mayoría de los estadounidenses del país como un lugar que ofrece igualdad de condiciones para todos, y cita los rescates bancarios, que han envenenado el ambiente. Un sentimiento que muchos ciudadanos comparten es el de no tener “ni siquiera un abogado. Todos los ricos tienen abogados y grupos de presión”.
EE UU tiene un nivel de desigualdad semejante al de los países más atrasados
Los datos son escandalosos: desde 2007 la desigualdad de ingresos alcanzó niveles que no se veían desde antes de la Gran Depresión: el porcentaje de ingresos del 1% más rico de la población pasó a ser del 23% del total, frente al 10% de las décadas anteriores. El 5% más rico controla aproximadamente el 75% de la riqueza financiera. El índice de Gini, que mide la desigualdad en una escala de cero (perfecta igualdad) a uno (perfecta desigualdad) muestra un fuerte incremento hasta del 0,45, muy similar o peor que el de las economías con una desigualdad muy acusada en los países emergentes más pobres. Al mismo tiempo, los ingresos reales medios de los hogares de EE UU han vuelto a los niveles de 1999, y la clase media y baja se han visto obligadas a apretarse (mucho) el cinturón por la reducción tanto de los ingresos como de su patrimonio.
Los economistas Krugman y Robin Wells lanzan una atrevida tesis: en 2007 EE.UU. era un país con una extraordinaria desigualdad y justo después de alcanzar este hito entró de lleno en la peor recesión desde la Gran Depresión. “Es probable que no fuera una coincidencia”, dicen. Para ambos, la desigualdad extrema en la distribución de los ingresos condujo a una polarización política extrema y esto obstaculizó que se diera una respuesta política a la crisis. De ello se queja Obama, de los impedimentos que los republicanos ponen de modo sistemático a su política económica. La desigualdad generó un sistema político polarizado (porque los republicanos se han escorado cada vez más hacia la derecha, no porque los demócratas se hayan hecho más izquierdistas) en el que el Partido Republicano ha hecho todo cuanto ha podido por obstruir todas y cada una de las iniciativas que un presidente moderadamente liberal tomó para hacer algo a favor de Main Street, la generación de empleo y una mayor renta disponible.
La indignación de tanta gente no se debe tanto a la enorme dureza de las circunstancias económicas de la época como a la forma desigual en que se vieron afectados segmentos mayoritarios de la sociedad. Las protestan en todo el mundo, más allá de los asuntos propios, expresan la inquietud por el futuro, por la dificultad para acceder a las oportunidades y por la concentración de poder en manos de élites financieras, políticas y mediáticas. Roubini ha escrito que todo modelo económico que no aborde la desigualdad a través de la provisión de bienes públicos y la igualdad de oportunidades, acabará enfrentándose a una crisis de legitimidad. Momento en el que estamos.