Bajo la dirección de Steve Ballmer, Microsoft llegó tarde y mal a la práctica totalidad de las tendencias, desaprovechó amargamente ventajas tempranas que en su momento pudo tener en campos como los dispositivos móviles, y casi destruyó una cultura de innovación mediante la eliminación de multitud de directivos con talento con el fin de preservar su hegemonía
Por Enrique Dans, Ph.D. por la Universidad de California (UCLA), profesor de Sistemas de Información en el IE Business School.
SOBRE EL AUTOR
Enrique Dans. Profesor de Sistemas de Información en IE Business School desde el año 1990. Tras licenciarse en Ciencias Biológicas por la Universidade de Santiago de Compostela, cursó un MBA en IE Business School, se doctoró (Ph.D.) en Sistemas de Información en UCLA, y desarrolló estudios postdoctorales en Harvard Business School. En su trabajo como investigador, divulgador y asesor estudia los efectos de la tecnología sobre las personas, las empresas y la sociedad en su conjunto. Además de su actividad docente en IE Business School, Enrique desarrolla labores de asesoría en varias startups y compañías consolidadas, es colaborador habitual en varios medios de comunicación en temas relacionados con la red y la tecnología, y escribe diariamente desde hace más de diez años en su blog personal, enriquedans.com, uno de los más populares del mundo en lengua española.
Cuando un directivo anuncia su salida de una compañía, hay cierta tendencia a escribir hagiografías y panegíricos, a retorcer la óptica de la perspectiva para destacar sus buenas acciones y decisiones frente a las malas. Es como quien intenta hablar bien del muerto el día del entierro: si no puedes destacar lo bueno que era porque en realidad era muy malo, dices que era “simpático”, que era “bueno a su manera” o que “tenía sentido del humor”.
Así, del anuncio de la salida de Steve Ballmer de Microsoft se puede leer en algunos artículos que “hizo crecer los ingresos de la compañía”, que “expandió las áreas de actuación de la empresa” o que “mantuvo la cotización de la acción”, frases todas ellas parcialmente ciertas. Entre el año 2000 en el que Steve Ballmer sucedió a Bill Gates y el año 2013 en el que finalmente anunció su salida, los ingresos de compañía pasaron de los 25.000 a los 70.000 millones de dólares, los beneficios mantuvieron un crecimiento medio anual del 16%, la empresa entró en terrenos como las consolas de videojuegos, la búsqueda, los tablets, el cloud computing o la telefonía móvil, y la cotización de la acción no bajó… demasiado.
Si quieres tener una imagen real de la evolución de la empresa, vete a la página de su acción en Google Finance, ajusta el cursor de debajo del gráfico a enero de 2000, y después prueba a comparar con la evolución de la cotización de empresas como Amazon, Google o Apple: eso te servirá para poner las cosas realmente en perspectiva. Entre 2000 a 2013 vivimos en la industria tecnológica uno de los períodos más turbulentos de la historia, con la brutal crisis que supuso la explosión de la burbuja .com seguida de un prolongado período de crecimiento muy elevado que aún continúa, vinculado a la popularización de internet, al desarrollo de la publicidad o del comercio en la red, o a la explosión de la movilidad. Durante todo ese período de crecimiento, el gran logro de la gestión de Steve Ballmer ha sido, sencillamente, permanecer al margen. Perdérselo. Lograr que la compañía que representó el desarrollo tecnológico a lo largo de la última década del siglo pasado perdiese casi completamente el tren del progreso durante este siglo. Y conseguirlo, además, mientras hacía el ridículo entrevista tras entrevista, con un lenguaje grandilocuente, exagerado y absurdo, burlándose de cada uno de los lanzamientos de sus competidores que después prácticamente redefinieron el panorama tecnológico, y centrándose en el sostenimiento de un negocio caduco mucho más allá de lo aconsejable. Bajo la dirección de Steve Ballmer, Microsoft llegó tarde y mal a la práctica totalidad de las tendencias, desaprovechó amargamente ventajas tempranas que en su momento pudo tener en campos como los dispositivos móviles, y casi destruyó una cultura de innovación mediante la eliminación de multitud de directivos con talento con el fin de preservar su hegemonía.
Para Microsoft, el período durante el que Steve Ballmer se mantuvo como CEO ha supuesto, literalmente, una década perdida. Diez años desaprovechados. Pasar de ser una compañía envidiada a ser una compañía ignorada, de inspirar admiración a provocar únicamente indiferencia. Que los últimos tiempos de Ballmer en Microsoft hayan dado lugar a algunas iniciativas esperanzadoras y a algunos cambios positivos no convierten su adiós en una supuesta “salida estilosa“, sino que ejemplifican proyectos que han podido salir adelante a pesar de su presencia. Steve Ballmer ejemplifica a ese directivo arrogante, prepotente, incapaz de ver un cambio aunque lo tenga delante de la nariz, una persona capaz de hacer mucho daño en una compañía. Convertir en CEO al financiero que llegó a lo que era una compañía centrada en el desarrollo tecnológico como empleado número treinta fue un grave error: la manera perfecta de convertir a Microsoft en una compañía aburrida, obsesionada con el mantenimiento del negocio y los resultados a corto, con vender más cajas envueltas en celofán, aunque eso supusiese perder la vista de todas y cada una de las tendencias del futuro. El resultado neto de la gestión de Steve Ballmer en Microsoft no puede ser evaluado mediante la capitalización del valor actual neto de los beneficios generados, sino por la enorme destrucción de valor que supuso en términos estratégicos. Su ejemplo, en el futuro, será sin duda utilizado en las escuelas de negocios para mostrar lo que las compañías no deben hacer.
Steve Ballmer ha hecho mucho, muchísimo daño a Microsoft. Cuanto más corto sea su período de salida, antes venda sus acciones, antes se retire a vivir su vida de jubilado millonario y antes se libre la compañía de su penosa influencia, mejor para sus empleados, para sus accionistas, y para el mercado en su conjunto. Microsoft tiene capacidades para convertirse en una alternativa tecnológica potente, en un momento en el que la escena tecnológica necesita desesperadamente alternativas y competencia. Que la reacción del mercado haya sido sumar dieciocho mil millones de dólares al valor de la compañía al recibir la noticia de la salida de Steve Ballmer no proviene de manías personales o de sesgos injustificados: es la pura realidad, el merecido adiós a Mr. Ballmer: que se vaya pronto, y que se vaya lejos.