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Hasta hace poco, un trabajo arduo y mucha paciencia con los trámites burocráticos eran los ingredientes necesarios para poder residir en un país codiciado. Hoy en día, sin embargo, a veces lo único que se necesita es ser multimillonario y prometer una inversión significativa en la nueva patria, destaca Neil Parmar  para The Wall Street Journal.

Por Neil Parmar  para The Wall Street Journal

Países como Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda están inmersos en una lucha global para atraer a los ciudadanos más acaudalados del mundo y cada uno de ellos ha iniciado o reautorizado programas que otorgan visas a los millonarios.
Estas iniciativas, que están directamente diseñadas para captar a los inversionistas más pudientes del planeta, agilizan los procesos para obtener la residencia permanente o, en algunas ocasiones, incluso la propia ciudadanía, señala Neil Parmar.
 
“Todos quieren que estas personas traigan su dinero y lo gasten en sus países”, dice Douglas Goldstein, asesor de inversiones internacionales y director de Profile Investment Services, una empresa con sede en Israel.
La ofensiva se produce cuando el crecimiento en la riqueza global está siendo capturado por los magnates provenientes de los mercados emergentes. Se pronostica que los “súper ricos” —es decir quienes cuentan con al menos US$100 millones en activos disponibles— crezcan entre 7% y 24% hasta finales de 2016 en Europa Occidental y América del Norte, una cifra muy inferior al 60% previsto en América Latina, 76% en Rusia y más de 100% en China e India, según un informe de riqueza de 2012 elaborado por la consultora Knight Frank y Citi Private Bank.
Al mismo tiempo, los expertos legales y asesores financieros señalan que la incertidumbre política en algunos lugares, al igual que las constantes turbulencias que sacuden Medio Oriente, han impulsado a más multimillonarios a refugiarse en países como EE.UU. “Están viniendo para acá por la estabilidad social y económica”, apunta Bruce Givner, un abogado de Los Ángeles.
Las autoridades australianas lanzaron el año pasado un programa de visas para inversionistas significativos en un intento por “atraer empresarios e inversionistas prominentes de todo el mundo e incrementar el crecimiento económico”, señalan.
Quienes deseen convertirse en residentes permanentes de Australia pueden hacerlo con ciertos requisitos, incluyendo invertir al menos US$4,7 millones en productos financieros como bonos y fondos gestionados, al igual que en empresas domiciliadas en el país.
El programa ya ha recibido más de 170 solicitudes —la mayoría de China— e iniciativas similares en otros países han experimentado últimamente un auge en la demanda.
Cerca de 7,600 extranjeros postularon al programa de inmigrantes inversionistas conocido como EB-5 en EE.UU. el año pasado, más del doble que en 2011.
Los inversionistas pueden pagar más para colocarse por delante de otras personas que postularon antes. En Reino Unido, por ejemplo, inversiones por alrededor de US$1,5 millones ayudan a calificar para una residencia permanente después de cinco años, pero US$15,6 millones reduce el tiempo de espera a solamente dos años. Una mayor inversión también puede facilitar el camino para conseguir el codiciado sello de aprobación de un agente de inmigración y aduanas.
Por muy atractivas que estas visas parezcan para algunos, también pueden causar ciertos entuertos legales.
Algunas personas han subestimado la dificultad de retener el estatus de residente una vez que se encuentran en el nuevo país. Algunos inversionistas en EE.UU., por ejemplo, no han logrado crear la cantidad mínima de empleos —10 puestos de tiempo completo en dos años— que necesitaban para continuar su estancia en el país, de modo que se han visto obligados a hacer las maletas junto a sus familias y regresar a su tierra.
“Algunas personas básicamente están comprando ‘tarjetas verdes’ (como se conocen los documentos que acreditan la residencia permanente en EE.UU.), y las están perdiendo”, señala Lauren Cohen, una abogada de Florida.
Lo que a simple vista podría parecer un buen acuerdo también podría convertirse, a la larga, en una aventura económica frustrante. Algunos gobiernos, por ejemplo, han esperado hasta la muerte de los multimillonarios para después aprovechar su estatus de residencia en el país para cobrar altos impuestos sobre sus bienes, dicen los expertos.
En realidad, estos programas se han convertido, hasta cierto punto, en víctimas de su propio éxito, reconocen los especialistas. La provisión de visas para inversionistas inmigrantes en Canadá se agotó en 30 minutos hace dos años, y aunque sólo había 700 cupos disponibles, el país dejó de aceptar nuevas solicitudes para concentrarse en una enorme fila de postulantes, que en su momento superó los 88,500.
En Singapur, los requisitos ya eran bastantes altos, puesto que los inversionistas tenían que gastar un mínimo de US$8 millones y mantener activos en el país por un valor de alrededor de US$16 millones. Pero un ingreso constante de extranjeros acaudalados contribuyó a un aumento en los precios de los bienes raíces, y el gobierno suspendió el programa de visas el año pasado con el fin de “reducir la presión alcista en los precios inmobiliarios locales proveniente de los extranjeros”, según un informe de PricewaterhouseCoopers que destaca Neil Parmar  para The Wall Street Journal.