Starbucks, esa cadena de cafeterías que parece haber colonizado las esquinas de los barrios céntricos de casi todas las ciudades del mundo, ha conseguido hacerse un hueco en la cultura y gozar de mucho éxito sobre todo entre el público más joven.
Un pequeño bar de carretera situado en un pueblo de Misuri, de apenas 3.000 habitantes decidió bautizar a una de sus cervezas con un nombre muy curioso: Frappiccino, un guiño sin mayor alcance que la broma entre los asistentes al bar.
Pero parece que Starbucks no puede dejar nada al azar y tiene que demostrar su poderío de manera contundente. Los abogados de la firma afilaron sus cuchillos y comenzaron a investigar la identidad del propietario del bar infractor y arrancaron la maquinaria.
Starbucks envió una carta al propietario del bar instándole a dejar de utilizar el nombre de Frappiccino ya que podía causar “confusión y engaño” a sus clientes al pensar que al pedir una caña de Frappiccino no les iba a llegar su cotizado café.
El aludido devolvió el golpe asumiendo su parte de culpa: “Somos gente mala. Una vergüenza”, escribió, y aclaró que por descontado dejarían de llamar así su cerveza. Empleó una última vez la marca Frappiccino, “que en adelante llamaré F word para evitar posibles implicaciones legales”. Un ácido sentido del humor porque F word, además de ser una elegante forma de decir “palabra que empieza por F”, en lenguaje de la calle se asume que es “fuck”.
Pero aquí no termina el sarcasmo, porque el dueño de Exit 6 aclaró que en realidad no pretendía eludir patentes al cambiar una letra en la marca de su cerveza (de Frappuccino a Frappiccino), sino que la explicación del cambio era más divertida: “En realidad queríamos llamar la cerveza como la F word, pero somos malos deletreando”. Y, para concluir, la carta iba acompañada de un cheque de 6 dólares, “que son los beneficios obtenidos de las tres cañas que hemos vendido con la F word y que servirán para costear los gastos de los abogados ante nuestra deleznable conducta”, escribió.