El Mobile World Congress mostró teléfonos grandes y pequeños, sumergibles, de formas curvas o con pantalla en frente y dorso, entre otras muchas novedades. Se presentaron también pulseras y otros accesorios de vestir.
Los celulares que se vieron en esta feria tienen además crecientes prestaciones y facilitan el acceso a un universo de apps cuyas dimensiones (y ventajas) el usuario promedio no siempre conoce. Prestaciones de todo tipo, desde las que ayudan a conducir un automóvil o las que cuentan los pasos y las calorías hasta propuestas de entretenimiento, como la que permite ver y grabar video en calidad 4K. Nuevos desarrollos ya son corrientes, como la billetera electrónica, los instrumentos de medición de la glucosa sin pinchazos, y como soporte para los niños y jóvenes en edad escolar. Todo eso, a nuevas alternativas para cuidar la información personal, como el Blackphone .
Este congreso demostró que estos dispositivos, cuando tienen detrás una infraestructura robusta que los conecta entre sí y con el mundo, pueden ser también una herramienta barata de integración social, relativamente fácil de universalizar (como se ha visto en el caso de África), que permite el acceso a la comunicación y la información, y ofrece posibilidades de participación inéditas en la historia, sea para votar en un reality show (como lo hacen simultáneamente en China decenas de millones de televidentes) o para organizar y convocar manifestaciones públicas (como ocurrió durante las revueltas de la llamada primavera árabe o ahora mismo en Venezuela). Es que el precio de los terminales sigue bajando: el domingo último se anunció aquí un móvil de 25 dólares.
Todo esto está muy bien, pero tiene un riesgo alto: que esta herramienta, dominante en el hogar -donde es un fuerte competidor de la TV y la computadora- y omnipotente fuera de él, nos cautive tanto como para despersonalizarnos, haciéndonos abandonar momentos de comunicación netamente humana, tecnológicamente desintermediada y en la que podemos levantar la vista y miramos a los ojos, verdaderas pantallas del alma, dice José Crettaz en su artículo de opinión del diario LA NACION de Argentina.