Jensen Bergman pasó semanas preparando la presentación de la propuesta de negocios de su equipo a un grupo de inversionistas.
Minutos antes de la reunión, estaba jugando ping-pong fuera de la sala de reuniones para calmar sus nervios, señala Charlie Wells en un artículo en el Wall Street Journal.
Jensen tiene 9 años. «Si dicen que no, va a ser realmente frustrante para nosotros», sentencia, mientras uno de sus compañeros de equipo se le acercaba en un diminuto monopatín.
Jensen participaba en un programa llamado «8 y más» que enseña a los niños a ser emprendedores. Como proyecto del curso, que duró seis semanas y costó US$350, Jensen y sus 15 compañeros presentan su idea «Tiger KidsClub», un lugar de encuentro para que acudan los niños los viernes por la noche, a inversionistas adultos de Tigerlabs, un fondo de capital semilla de Princeton.
En momentos en que startups como WhatsApp y Oculus VR Inc. son compradas por miles de millones de dólares y empresas como Twitter y Facebook salen a bolsa con valuaciones mucho mayores, niños cada vez más pequeños asisten a clases y otros programas que prometen inculcarles destrezas de emprendimiento.
Algunos académicos sostienen que es vital cultivar estas habilidades desde muy jóvenes, debido a que los niños nacen creativos, con energía y dispuestos a asumir riesgos, pero con el tiempo pierden el espíritu emprendedor. Sus partidarios dicen que estos programas llenan vacíos del sistema educacional, que no prepara bien a los alumnos para un mercado que cambia rápidamente y se centra cada vez más en la tecnología.
«Lo mejor es enseñarles a los 5 años», dice Cristal Glangchai, fundadora de VentureLab, una firma de San Antonio que ofrece un curso de una semana para niñas de entre 5 y 7 años llamado Girl Startup 101. Cuesta US$255 por cinco sesiones de seis horas, que incluyen lecciones sobre cómo hacer prototipos tridimensionales, investigación de mercado, modelos de negocios y fijación de precios.
En un curso similar a mediados del año pasado, Glangchai ayudó a una niña de 5 años a identificar un problema: ser castigada por comer plastilina. Tras consultar con alumnos y padres, la estudiante creó un plan de marketing para una línea de productos de plastilina comestible en varios sabores.
Isabel, la hija de 6 años de Frederick Mendler, asistió a Girl Startup dos veces, a mediados de 2013 y el mes pasado. Mendler, cofundador de TrueAbility, una startup de tecnología de búsqueda de personal, veía con escepticismo una clase dirigida a una audiencia tan joven. Aun así, esperaba que el curso ayudara a su hija a ser «independiente», algo que no aprendía de «todos los libros de princesas y las Barbies». Mendler está conforme hoy: Isabel le propuso abrir un negocio de venta de buñuelos.
James Schrager, quien desde 1981 ha enseñado emprendimiento en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago, explica que el interés en el capital de riesgo aumenta y disminuye de la mano de los vaivenes de la bolsa. Los campamentos y clases de hoy, afirma, pueden ser considerados como versiones modernas de las enseñanzas sobre negocios que han transmitido tradicionalmente las familias a sus hijos.
La mayoría de las clases de emprendimiento para niños sigue un formato básico. Se plantea un problema y se les pide que encuentren una solución, a menudo en grupos que presentan una propuesta y, al final, la ejecutan.
Las ideas de negocios de los más pequeños pueden ser sorprendentemente maduras. En una clase de emprendimiento en la Universidad de Long Island, un grupo de menores de 12 años afrontó el problema de diferenciar los puestos de jugos en un mercado abarrotado. Algunos sugirieron ofrecer edulcorantes sofisticados que les gustarían a los adultos, como miel de ágave, dice Michael Murphy, un instructor que ha trabajado para la agencia de publicidad Young & Rubicam.
En marzo, Karl Ulrich, profesor de emprendimiento en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, visitó la escuela de sus hijos para ayudar a enseñar a alumnos de entre 10 y 15 años un curso de tres días enfocado en un problema que afrontaba una empresa local. Little Baby’s Ice Cream quería ofrecer una opción de pastel de bodas de helado, pero era difícil hacer que duraran toda la ceremonia sin derretirse. A un niño se le ocurrió la solución: ¿por qué no inyectar nitrógeno líquido alrededor del pastel para enfriarlo? Pete Angevine, quien ayudó a fundar Little Baby’s Ice Cream, cuenta que la idea le gustó tanto que la empresa planea probarla.
Las clases de emprendimiento tienen también sus escépticos. La esposa de Ulrich, Nancy Bentley, profesora de literatura en la Universidad de Pensilvania, dice que le parece bien que sus hijos aprendan a resolver problemas, pero mira con recelo el «culto de héroe» hacia los emprendedores, la «creencia difusa de que hay algún tipo de polvo mágico y que si lo tienes, va a significar riqueza y crecimiento y todo tipo de cosas buenas».