¿Puede una peligrosa avenida pasar de ser una zona roja a albergar en sus calles restaurantes de lujo? Desde el 2001 el color rojo con el que se vinculaba a La Mar, ha ido perdiendo intensidad. Actualmente la avenida es un lugar que atrae diariamente a turistas y a gente de todo Lima gracias al boom de los negocios que se instalaron en ella.
Por Victor Miro Quesada Salinas, analista de INCompany
Una zona conocida como roja, brava, caliente o picante, hace referencia a un área en la que imperan el robo, pandillaje y la venta de drogas. En algunos casos, la delincuencia se asienta con tanta fuerza en dicha zona que todo intento por retomarla parece en vano.
La fama de la avenida Mariscal La Mar no radica en su extensión física. Las trece cuadras que conforman esta vía de un sólo sentido, esconden sucesos y etapas diversas en las que se reflejan distintos momentos de la historia de Lima. La Mar fue, por muchos años y hasta hace muy poco, una zona roja. Aquellos que viven en alguna de las cuadras de esta avenida han sido testigos silenciosos de la comercialización de drogas e ingesta de alcohol en la puerta de sus casas, de incontables peleas, con machete en mano, entre integrantes de distintas pandillas y de fallidos intentos por parte del municipio para convertirla en un lugar seguro para vivir.
Pero desde el 2001 el color rojo con el que se vinculaba a La Mar, ha ido perdiendo intensidad. Actualmente la avenida es un lugar que atrae diariamente a turistas y a gente de todo Lima.
¿Puede una peligrosa avenida pasar de ser una zona roja a albergar en sus calles restaurantes de lujo?
Callejones, talleres y restaurantes
Antes que La Mar se convirtiera en una avenida comercial, estaba conformada por muchas quintas. Con el deterioro y el paso del tiempo, las que algunas vez fueron quintas familiares, terminaron siendo callejones.
Las casas eran heredadas; simplemente pasaban del abuelo al hijo y del hijo al nieto. La falta de claridad en los títulos de propiedad de las viviendas generó disputas por largo tiempo. Propietarios legítimos e “inquilinos vitalicios”, es decir, aquellos que se autodenominaban dueños debido a que su ascendencia había vivido ahí por décadas, libraron batallas sin cuartel durante años.
Hace aproximadamente 25 años, para renovar la zona, arreglar el desorden y hacer desaparecer los callejones, la municipalidad tomo medidas determinantes: los propietarios debían optar entre mejorar sus casas considerablemente, o venderlas. Si es que ninguna de estas opciones se daba, las autoridades tomarían cartas en el asunto.
De esa manera, muchos callejones desaparecieron e hicieron sitio a los primeros talleres mecánicos, dando inicio a la primera actividad comercial importante en la zona. La creciente demanda por comprar o alquilar espacios para implementar talleres y el ultimátum del municipio, impulsó a más propietarios a desalojar, de una vez por todas, a los inquilinos vitalicios en busca de alquilar o vender el terreno. “En vez de alquiler o en vez de que vivan gratis, los saco mejor y lo alquilo como mecánica”, comenta Silvia, quien ha vivido en La Mar toda su vida.
Los talleres mecánicos se asentaron con fuerza y así como los hubo pequeños y de barrio, también hubo grandes concesionarios. Pero lo más importante es lo que la industria automotriz trajo consigo: el despertar de la avenida como zona comercial permitió el nacimiento y la formalización de negocios que ofrecían servicios complementarios a los del taller. Así, vecinos que se desempeñaban como gasfiteros u en algún otro oficio con demanda en el barrio, vieron una oportunidad abriendo ferreterías o carpinterías.
Pero algo más sucedió en La Mar durante su transformación. Algo que impidió que la avenida fuera únicamente conocida como una zona de talleres.
Tiempos rojos
Por muchos años, La Mar fue tierra de nadie. A inicios de la década de los ochenta, la comercialización de drogas infectó la zona. El alcoholismo y el vandalismo surgieron como efecto colateral y complicaron la situación para aquellos que vivían ahí.
Silvia ha vivido siempre en la cuadra 11 de la avenida. El negocio familiar siempre fue la pequeña y agradable tienda que ahora ella maneja. Ella cuenta que ver a personas tomando en una esquina era algo común, cualquier día de la semana.
Los callejones funcionaban como laberintos que conectaban distintas calles aledañas. Cuando había batida, los delincuentes ingresaban por un lado y salían por otro. Esto dificultaba la labor de la policía.
“Antes, el mostrador de mi tienda era menos alto y cuando hubo batida, un fumón se metió, saltó el mostrador como si fuera un taburete y salió por la puerta falsa de mi casa. Al policía no le quedó otra que dar la vuelta por fuera y para eso ya lo había perdido.”
La existencia de bandos rivales en la zona, además, generaba constantes conflictos. Los detonantes más comunes, de estas batallas campales, eran líos por una mujer y temas vinculados a la comercialización de algún estupefaciente. Pocos eran los enfrentamientos con la policía.
“Los chicos de la residencial Santa Cruz eran los chicos pitucos que bajaban a comprar. La bronca se armaba cuando los vendedores pretendían estafarlos dándoles maicena en vez de droga”.
Silvia se muestra positiva ante la evolución de su querida La Mar. Ahora ella es la dueña de la tienda y sus padres viven tranquilos en Surco. “Estos momentos son los que sobrevienen después de un diluvio”, dice con satisfacción.
Juan administra un taller mecánico. Hace muchos años, su padre se asoció con algunos amigos y pusieron el negocio. El taller de Juan cubre toda una esquina y frente a su local se ubica uno de los tantos comercios de lujo del área. “Ese restaurante era un taller igual al mío, ahora mira la cantidad de camionetas estacionadas y de personas esperando para entrar”.
Actualmente, Juan se encuentra en una disyuntiva: al parecer, los años del taller que fundó su padre están llegando a su fin. El metro cuadrado en la zona oscila alrededor de los 2,800 dólares, pero a Juan, un empresario le ofrece 4,000 dólares por metro. Por otro lado, un grupo inmobiliario le ofrece los 2,800 por metro, además de tres departamentos y comisiones por la
venta de los demás departamentos. En dos años ya no me veo por acá, concluye Juan.
El propietario de la farmacia Polo es un señor cuya edad debe oscilar alrededor de los 75 años. Detrás del mostrador de su antiguo negocio, me cuenta desconfiadamente que “los culpables de malograr la zona fueron los proveedores del Callao y de Surquillo que hicieron llegar la droga a La Mar. La venta se efectuaba frente a las casas y acudir a la policía no era una opción porque te tildaban de soplón y te marcaban”, comenta.
“Bastaba con sacar la mano por la ventana del auto, hacer una señal con los dedos dependiendo de cuantos paquetes querías y después de dar una vuelta a la manzana se obtenía la merca.”
Tirar dedo le costó que el aviso luminoso de su local fuera apedreado, aviso que aún se mantiene malogrado como recuerdo de los días más oscuros.
Doris vende emoliente en su carretilla en la misma esquina de La Mar hace 36 años. Se estableció ahí por estar cerca de una panadería. “Siempre había gente mareada, pero si no te metías con ellos, ellos no lo hacían contigo”. “El hecho que hayan comprado los callejones para construir ha mejorado la zona”, señala Doris.
“Una vez un borracho cogió una de mis botellas para golpear a otro en plena pelea, pero no sé de donde me salió un grito tan fuerte que el chico dejó la botella en su lugar.”
David trabaja en la ferretería de su hermano en La Mar y ha vivido en la zona toda su vida. Las zonas más bravas para él eran dos: lo que se conoce como cinco esquinas, que está a la altura de la cuadra doce y el cruce de la avenida con la calle Enrique Palacios. “Normalmente las pandillas de esos barrios se peleaban”, recuerda. “Para salir medianamente tranquilo por el barrio, tenías que ser conocido, aunque sea de vista. Cuando venían familiares de visita, no podían salir de la casa.”
Aún falta mejorar en el tema de seguridad. La ferretería fue asaltada cuatro años atrás, reseña David. Para él, los restaurantes han beneficiado la zona pero ve un nuevo cambio en un futuro cercano: más edificios.
Ronald encontró en su universidad un anuncio escrito a mano en papel bond, en el cual se solicitaba mesero para trabajar en el restaurante Pescados Capitales. La simpleza del volante y el nombre del restaurante llamaron su atención. Hoy, han pasado nueve años y Ronald recuerda cómo eran estas calles cuando llegó. “Antes no había pista asfaltada, las veredas eran de tierra, la iluminación constaba de un foco cada tres cuadras, habían mucho más talleres y la clásica, en cada esquina, más o menos 5 personas fumando y tomando.”
En evidente inconsecuencia con la zona roja, el fundador de Pescados Capitales apostó desde un inicio por el servicio personalizado y apuntó a formar un restaurante de lujo. El nuevo negocio dio trabajo a gente del barrio. Este hecho benefició a ambas partes ya que generó empleo para los vecinos y permitió acercamiento y aceptación hacia la empresa. “Factor determinante para sobrevivir ahí”.
Poco a poco abrieron más restaurantes e incluso algunos que estaban en otros distritos, migraron a la zona al darse cuenta de sus mejorías. La municipalidad reconoció el movimiento que se gestaba entorno a los famosos establecimientos de comida marina e implementó seguridad en cada esquina: serenos y cámaras.
La llegada de restaurantes de lujo ayudó a ordenar la situación. La comercialización de drogas fue erradicada paulatinamente y, si bien existen talleres aún, ahora la avenida es más conocida por la comida.
Actualmente existen 17 restaurantes en La Mar. La mayoría son de comida marina y varios de estos son establecimientos de lujo. La fertilidad de la zona ha permitido su diversificación; además de talleres, restaurantes y ferreterías, encontramos tiendas de decoración, talleres de diseño, tiendas de comida orgánica y peluquerías. El crecimiento se ha extendido hasta las avenidas y calles aledañas. En ellas también se han instalado restaurantes de lujo.
Con relación a la seguridad ciudadana, el mayor logro ha sido la erradicación de los consumidores de sustancias tóxicas. Esta labor ha sido reforzada en los últimos años con la implementación de diversas políticas de seguridad. Así, se han implementado normas como la Ordenanza N° 375, que obliga a los locales comerciales a instalar cámaras de video vigilancia en el interior del negocio. Además, con ayuda de la tecnología, los comerciantes disponen de alarmas silenciosas a través de los sistemas de pago POS, que permite la interconexión directa con la central Alerta Miraflores.
La municipalidad también está utilizando las redes sociales y aplicaciones móviles para que los ciudadanos participen en la lucha contra la delincuencia.
A ello se puede sumar los convenios que la autoridad edil ha firmado con empresas privadas de taxi y restaurantes con delivery, para que los choferes y repartidores se comprometan a reportar situaciones de riesgo o incidentes que se presenten en su recorrido por el distrito.
Finalmente, la edificación llegó a La Mar. El camino ha sido largo y tortuoso. Pero los grandes edificios de oficinas o de departamentos se empiezan a erigir y, paso a paso, la avenida continúa su evolución, pero esta vez hacia arriba.