John Naughton, en The Guardian, se plantea esa pregunta: ¿hasta qué punto podría una red como Facebook influir en el resultado de unas elecciones?
De hecho, esta hipótesis ya fue puesta a prueba en un artículo de Nature, y resultó ser positiva: la red social fue capaz de promover una tasa mayor de participación política en un conjunto objetivo de sesenta y un millones de norteamericanos.
Por Enrique Dans, profesor de Sistemas de Información en el IE Business School.
La respuesta, claro, parece de entrada sumamente preocupante si hablamos de una empresa eminentemente norteamericana, con una penetración en algunos mercados que alcanza al 70 u 80% de los usuarios de internet, y que ya ha dejado clara su vocación y su escasa prevención con respecto a la manipulación de estados de ánimo de esos usuarios: sí.
De hecho, esta hipótesis ya fue puesta a prueba en un artículo de Nature, y resultó ser positiva: la red social fue capaz de promover una tasa mayor de participación política en un conjunto objetivo de sesenta y un millones de norteamericanos.
Que la respuesta a esta hipótesis fuese positiva no debería de sorprendernos: durante siglos, nos hemos acostumbrado a que los medios de comunicación masiva alcancen una notable influencia sobre la agenda política: quien gestiona un medio de comunicación es capaz no solo de ganar dinero con su actividad suponiendo que sepa gestionarla en ese sentido, sino que es además susceptible de orientar la información comunicada a través de ese medio mediante eso que se ha dado en llamar “la línea editorial”, los sesgos que aplica a la composición y la orientación de las noticias.
La existencia de una línea editorial en un medio se supone una de las razones por las que un usuario lo elige, y está perfectamente amparada por la ley y hasta por la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos: recientemente, Google obtuvo un importante triunfo judicial cuando consiguió que un juez reconociese que tenía pleno derecho a manipular sus resultados de búsqueda, del mismo modo que si fueran una publicación editorializada.
Pero más allá de la posibilidad de redes sociales o motores de búsqueda de manipular las ideas políticas de sus usuarios haciendo determinadas noticias más o menos visibles, privilegiando cierta líneas de pensamiento frente a otra, etc., está la cuestión de los motivos: hablamos de empresas puramente comerciales, dedicadas básicamente a exponer a sus usuarios a aquellos contenidos a los que un tercero, el anunciante, desea que sean expuestos. Uno llega a Facebook y dice algo así como “quiero que un porcentaje así de personas con esta o aquellas características demográficas vean este anuncio. Los anunciantes llegan a Google y dicen “quiero que todo aquel que busque esto y tenga estas características sea expuesto a este mensaje publicitario”. Es decir, no hablamos de algo que podría ocurrir, sino de una cosa que se encuentra embebida en lo más profundo de su razón de ser, en la definición de su compañía.
¿Podría una red social o un buscador, mediante una mayor exposición o una mayor ocultación de un contenido determinado, dar lugar a la generación de un sesgo político determinado? ¿No es algo que todos los medios llevan intentando hacer durante décadas de historia? ¿No hablamos de que determinados personajes políticos y partidos fueron propulsados por determinadas apuestas mediáticas? Si una cadena de televisión o un grupo de medios puede dar lugar a un desplazamiento determinado del sentido del voto, ¿qué no podría hacer una plataforma que muchos consideran teóricamente neutral, en modo “me da los resultados de mi búsqueda” o “me enseña lo que han hecho mis amigos”, y con un alcance muchísimo más generalizado que cualquier medio? ¿Qué es lo que algunos partidos políticos intentan hacer mediante un determinado uso de las redes sociales estos días, más que generar un ambiente hostil ante la crítica, o intentar transmitir un estado de ánimo generalizado en un sentido o en otro?
Sí, las plataformas sociales pueden influenciar nuestro pensamiento político, sobre todo porque cada vez definen una parte más significativa de nuestro espacio, de nuestro entorno, del ambiente que nos influencia. Un pequeño sesgo en la forma de presentarnos la información, voluntario o involuntario, y podemos estar hablando de “ajustar” el mapa electoral en un sentido o en otro. Por un lado, nuestro entorno, nuestros amigos y lo que publican con contenido político de manera natural en estas redes es algo que indudablemente, puede influenciarnos. Por otro, la exposición de este contenido puede ser voluntariamente sesgada por la propia plataforma. Si se hace con el debido cuidado y la connivencia de la plataforma, no tendría siquiera por qué notarse.
Si no lo habías pensado, vete haciéndolo. Vete pasando revista a esos momentos, esas conversaciones, esos artículos que de una u otra manera tuvieron un peso en el sentido de tu voto. No se trata de volvernos todos paranoicos con la posibilidad de que nuestros votos estén teledirigidos como su fuésemos un montón de hamsters metidos en una jaula. Pero sí de tener meridianamente claro que esa posibilidad existe, es viable, técnicamente factible. Sobre todo, por lo que pueda pasar…