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Recientemente, Arsène Wenger, técnico del club de fútbol Arsenal sonó la alarma sobre un éxodo masivo de talento futbolístico de Europa a China, animado por transferencias récord y abultados salarios.

CHINA-FOOTBALL
Sí, China. Un país donde el equipo nacional de fútbol es un fracaso humillante que refleja una larga historia de corrupción y amaño de partidos de la liga local. En el último ranking mundial de la FIFA, China se ubica apenas un puesto por encima de las Islas Faeroe, esos brotes rocosos a mitad de camino entre Islandia y Noruega en los que viven 50.000 personas. China no tiene tradición de deportes en la escuela y los espacios verdes en Shanghai, la ciudad más grande del país, están acordonados.

Por su parte, las élites chinas están obsesionadas con el golf, no con el fútbol, aun cuando a las masas trabajadoras les enloquezca el juego bonito.
Tal vez sólo un líder con determinación sea capaz de cambiar este triste panorama para atraer a la crema y nata de fútbol mundial y encender las alarmas de Wenger, uno de los directores técnicos más influyentes en el deporte.

Dicha figura es el presidente Xi Jinping, dice Andrew Browne en The Wall Street Journal

El aficionado número uno del fútbol de China aspira a organizar—y ganar—una Copa del Mundo. Para ese fin ha confiado el rejuvenecimiento de su juego favorito de infancia a un miembro del Politburó gobernante que ha reformado el curriculum escolar para abrir lugar a entrenamientos de gambeta y pases y ha asignado espacios en todo el país para construir canchas de fútbol.

Un torrente de dinero está inundando a una renovada Súper Liga china. Los derechos de televisión para las temporadas 2016 a 2020 acaban de venderse por US$1.300 millones, más de 30 veces el nivel actual.

Todo esto va mucho más allá del fútbol. El desarrollo del juego puede ser visto como un indicador de la forma en que a Xi le gustaría reinventar la economía. El ascenso de este deporte (con ayuda del sector privado) como una forma de entretenimiento de masas televisado encaja bien con su visión de un crecimiento liderado por los consumidores en lugar de por fábricas de bienes exportables.

Hay charlas interminables sobre la necesidad de “innovación” y “creatividad” en el campo de juego; aquellas son las dos palabras favoritas del gobierno cuando se habla de las reformas necesarias para el modelo de crecimiento económico. El talento extranjero tiene un rol importante—aunque estrictamente subordinado—que desempeñar.

Lo más importante es que este escenario refleja las preferencias personales del líder chino posiblemente más poderoso desde Mao.
¿Corrupción? Xi puso en marcha una guerra nacional contra los sobornos, más de multas estrictas, suspensiones y algunas prohibiciones de por vida.

Todo esto es muy malo para los golfistas. Por cada cancha de fútbol que inaugura el gobierno, se cierra un campo de golf. Como parte de una campaña de austeridad, Xi ha prohibido a los miembros del Partido Comunista jugar golf. De un solo golpe, eliminó unos 88 millones de golfistas activos y potenciales.

En un sistema donde las fortunas privadas son a menudo obtenidas gracias a favores del gobierno y perdidas cuando los vientos políticos cambian, los multimillonarios chinos están ansiosos por ayudar a Xi a traer a casa la Copa del Mundo. En las últimas semanas, en anticipación del saque inicial de la Súper Liga, los propietarios de clubes chinos han gastado más que los oligarcas rusos que son dueños de algunas de las franquicias más lucrativas de fútbol británico.

Claro, es debatible si gastar fortunas en estrellas extranjeras es la mejor manera de desarrollar el fútbol en China y de, a futuro, ganar la Copa del Mundo. En teoría, los jugadores de clase mundial permitirán elevar los estándares, llenar estadios y conseguir patrocinios comerciales.
Mientras tanto, las transferencias de jugadores están aumentando cada vez más. Jiangsu Suning, un club de mitad de la tabla propiedad de un minorista de electrodomésticos, le arrebató el astro brasileño Alex Teixeira al Shakhtar Donetsk de Ucrania por US$56 millones y contrató al también brasileño Ramires, mediocampista del Chelsea, por US$36 millones.

El campeón de la Liga, Guangzhou Evergrande, fichó por US$46 millones al delantero colombiano Jackson Martínez, del Atlético de Madrid (club que es parcialmente propiedad del hombre más rico de China, el rey de los centros comerciales Wang Jianlin).

Estos son jugadores que se encuentran en su mejor momento, no viejas estrellas que están cojeando hacia el retiro. Se mudan a China con salarios tan generosos como los que se ofrecen en Londres o Barcelona, aunque las capitales de provincia chinas como Nanjing no tengan exactamente el mismo cache de aquellas ciudades europeas.

Y esto solo es el comienzo. Para los copropietarios de Guangzhou Evergrande—Xu Jiayin, presidente de Evergrande Real Estate Ltd, y Jack Ma, líder del gigante de comercio electrónico Alibaba Group Holding Ltd. BABA 8.87 % , que en conjunto tienen un valor de mercado de alrededor de US$27.000 millones, según Forbes—, estos contratos son bicocas.

Wenger señala que en China hay suficiente capacidad financiera como para comprar toda una liga europea.

“No sé qué tan profundo es el deseo en China”, dijo a los reporteros, “pero si hay un deseo político muy fuerte, deberíamos preocuparnos”.
Sin duda, el deseo existe, y seguirá estando allí al menos mientras Xi esté en el poder. Sus dos mandatos de cinco años como jefe del partido expiran en 2022, aunque su influencia política es casi seguro que se mantendrá mucho tiempo más.

No es de extrañar que Wenger piense que es sólo cuestión de tiempo hasta que veamos una transferencia de 100 millones de libras esterlinas (US$145 millones) por un jugador de liga europea