En los negocios como en la vida, el fracaso está omnipresente y sucede frecuentemente. Deberíamos cambiar la mirada de lástima ante quienes han fracasado por la de admiración… por haberlo intentado.
Por Javier Ongay, Profesional de la Comunicación, con experiencia en Agencias Latinoamericanas y españolas. Consultor y Profesor en ESIC Business & Marketing School
Está en la ciudad sueca de Helsingborg y para un emprendedor debería ser lugar de peregrinación. Se trata del Museo del Fracaso. Su carta de presentación afirma, sencillamente, que “aprender es la única forma de convertir un fracaso en un éxito.” Allí se exponen “cadáveres” de la innovación y restos de prometedoras estrategias empresariales tales como la bicicleta de plástico, la lasaña de Colgate, los Bic femeninos y otras curiosidades.
Apple, paradigma de empresa de éxito, acumula sonoros fiascos como el Macintosh TV, o esa maravilla del diseño (y nada más) que fue el Power Mac G4 Cube. La primera empresa creada por Bill Gates, Traf-O-Data, no brilló por su éxito. Hasta Walt Disney fue despedido en sus inicios por su falta de creatividad y tampoco prosperó con su primera iniciativa empresarial, Laugh-O-Gram Studio.
En la empresa, como en la vida, el riesgo a fracasar está omnipresente y su confirmación es frecuente. El fracaso es siempre consecuencia de un error, propio o a veces derivado de cambios imprevistos para los que no estábamos preparados.
Fracasar no pasaría de ser algo anecdótico si no produjera, entre otras, dos consecuencias que nos alteran profundamente: la dolorosa frustración de unas expectativas insatisfechas y la no menos punzante evidencia de nuestras propias limitaciones. Y eso duele. No voy a caer en el recurso tan manido por los gurús de la motivación de convertir el fracaso en algo bueno per se. No nos confundamos: una cosa es ser inteligentes y maduros para asumir e intentar revertir lo que nos hace sufrir, y otra ser imbéciles. Por tanto, no conviene aspirar al fracaso como ideal ni tan siquiera terapéutico, pero sí es recomendable aceptarlo como realidad cuando menos enriquecedora.
El fracaso productivo
En palabras del experto en comunicación y reputación Miguel Del Fresno: “Existe una cierta corriente de opinión que tiende a proponer el fracaso empresarial y, por tanto, personal casi como una necesidad (…) es una suerte de acelerador para el éxito”. No es así, pero del fracaso sí se pueden sacar enseñanzas: un revés empresarial ha de ser objeto de estudio para encontrar causas, responsables y tratamiento que evite recaídas futuras, y en este proceso, la honestidad y autocrítica son básicas.
Como sabe cualquier empresario avezado y ya curtido, un Emprendedor debería ejercitarse desde el principio en una virtud: la tolerancia a la incertidumbre. Y, en mi opinión, la sociedad en la que estamos tendría por su parte que sustituir la mirada de lástima ante quien ha sucumbido en su objetivo de negocio por la de admiración … por haberlo intentado. En esto, la cultura emprendedora norteamericana nos da una lección hasta el punto de que es normal mencionar en el curriculum los “proyectos fallidos” porque, en ese primer filtro, se sabe que tal dato de la biografía del aspirante puede tener un importante valor positivo.
El tropiezo como oportunidad
Fracasar no es el ideal, pero sí nos plantea la oportunidad de aprender.
1. Tomar conciencia de la realidad. La ilusión es un motor imprescindible ante cualquier nuevo proyecto, pero, a veces, los hechos nos enfrentan a la excesiva distancia que puede haber entre las expectativas y lo que en realidad se ha logrado. Tomar conciencia de la realidad puede evitarnos frustraciones innecesarias.
2. Reajustar equilibrios entre arrojo y prudencia. El fracaso puede llegar también tanto por exceso como por defecto en la forma de desarrollar el proyecto. Compensar los frenos y aceleradores de manera más equilibrada y efectiva nos viene de la mano de las segundas oportunidades.
3. Conocer aún mejor las debilidades y fortalezas propias y del proyecto. Es la gran enseñanza. El modelo DAFO puede sernos muy útil para descubrir dónde y por qué han sobresalido las fragilidades o/y, en su caso, se ha demostrado mayor robustez en el conjunto del proyecto fallido.
4. Volver a la casilla de salida. Puede parecer un contrasentido, pero regresar al principio, tras concluir que habíamos iniciado un camino sin salida, significa tener de nuevo ante nosotros todas las opciones. El concepto japonés “IKIGAI” (razón de vivir), aplicado al Emprendedor y a cualquier innovación que se introduzca en la empresa incluye cuatro preguntas cuya respuesta clarifica bastante las iniciales incertidumbres. Estas son: qué te gusta hacer, qué eres bueno haciendo, qué necesita la sociedad y qué te puede pagar el mercado. Tener la oportunidad de poder apoyarnos en sus respuestas no deja de ser una gran oportunidad para volver a empezar.
Se llama “Fuckup Nights” y se define como un movimiento global para compartir historias de fracaso profesional. Toda una lección para entender que, puestos en tal tesitura, ni somos los únicos ni tan siquiera nos cabe el honor de haber sido los más zoquetes.