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Enrique Dans, Profesor en Sistemas de Informacion en el IE Business School, comenta un reportaje de la BBC, “The compelling case for working a lot less“, en el cual se desarrolla la idea de la productividad en función de las horas de trabajo, y llega a la conclusión de que la jornada de ocho horas de trabajo resulta absurda.

No se puede negar que la idea resulta, como mínimo, intrigante: que el futuro esté no en trabajar más, sino menos. Mientras algunas investigaciones recientes nos recuerdan los peores tiempos de la Revolución Industrial y afirman que algunos trabajadores de logística de Amazon en el Reino Unido se ven obligados a trabajar jornadas de más de once horas para cumplir sus objetivos y terminan el día completamente exhaustos, un reportaje de la BBC, “The compelling case for working a lot less“, desarrolla la idea de la productividad en función de las horas de trabajo, llega a la conclusión de que la jornada de ocho horas de trabajo resulta absurda, y que el ideal sería trabajar bastante menos, o incluso hacer que el trabajo – y el sueldo – fuese independiente del número de horas o de la hora de entrada y salida, calculado en función de la productividad y el cumplimiento de objetivos.

Todo indica que nos dirigimos a un un escenario en el que las máquinas tomarán una buena parte de los trabajos que hoy desempeñan las personas. El desarrollo del vehículo autónomo, en marcha ya en ciudades como Phoenix (con Waymo), en Boston (gestionado por Lyft y con vehículos de NuTonomy), y hasta en 45 ciudades más en todo el mundo, amenazan con dejar sin trabajo a todo aquel que viva de conducir un vehículo, aunque posiblemente podamos plantearnos que generen también otros puestos de trabajo relacionados. Si “te gusta conducir”, vete planteándote que si quieres acceder a precios más económicos en tu seguro, tendrás que resignarte a dejar conducir a tu vehículo el mayor tiempo posible, sencillamente porque lo hace mucho mejor que tú. Y esto es solo el principio: en el futuro, conducir manualmente tu propio vehículo será caro, muy caro.

Posiblemente ningún gobierno te lo vaya a prohibir como tal, pero tendrá entre poco y ningún sentido.

Si en lugar de vivir de conducir, vives de hacer hamburguesas o pizzas en un local de comida rápida, tampoco las tienes todas contigo: cada vez más, los robots van haciéndose cargo de más tareas de ese tipo, y aunque puedan generarse algunos trabajos nuevos relacionados, eliminarán la gran mayoría de los que resultaban repetitivos, aquellos en los que la interacción humana no aportaba un especial valor. En todas las industrias y a todos los niveles vemos puestos de trabajo que amenazan con perder su sentido, y sobre todo, de convertirse en poco competitivos frente a su alternativa robótica.

La tendencia parece clara: incluso en aquellas compañías que siguen generando empleo de manera consistente, como Amazon, parece claro que la totalidad de la industria sí pierde puestos de trabajo, avanzando hacia un futuro en el que la idea de un trabajo para cada persona parece alejarse, al menos si seguimos entendiendo el trabajo como lo hemos entendido toda la vida. Pero… ¿y si entendiésemos trabajo de otra manera? ¿Y si la idea de un trabajo de ocho horas y con una definición determinada diese paso a otro tipo de trabajo, en el que una persona aporta cosas que un robot no es capaz de aportar – al menos, por el momento – o no resulta interesante que aporte por la razón que sea? ¿Y si esa idea de productividad vinculada a horas, que de hecho siempre ha estado en cuestión, diese paso a otro tipo de aportación cuantificada en función de otros criterios, y eso llevase a que el trabajo se definiese de otra manera? Por un lado, podríamos repartir los puestos de trabajo de manera más equitativa entre un número mayor de personas. Y, por otro, generar situaciones y circunstancias indudablemente más saludables, en los que muchos de los elementos del balance entre vida profesional y vida personal podrían a su vez redefinirse bajo parámetros más flexibles. Después de todo… ¿por qué ocho horas? ¿Quién – y hace cuánto – definió que esa era la métrica adecuada, y para qué? En realidad, la jornada de ocho horas fue una conquista de los trabajadores para protegerse de las largas jornadas anteriores, un compromiso negociado a la baja sobre una situación que involucraba a trabajos por lo general de tipo físico, no intelectual. En un mundo en el que los trabajos más físicos tienden a ser cada vez más llevados a cabo por máquinas, ¿no tendría sentido plantearse una revisión de estos principios generales? En ningún caso hablamos de verdades absolutas o universales: experimentos en Suecia con jornadas de trabajo de seis horas parecen apuntar a productividades mayores y a un mejor estado de salud general.

En mi vida profesional he tenido épocas de trabajar muchas horas, pero realmente, jamás las he medido como tales. Simplemente, trabajo lo que necesito trabajar, y nunca nadie me ha pedido cuentas sobre mi hora de entrada o de salida. Tiendo a trabajar muchas horas porque me gusta lo que hago, pero no porque nadie me obligue a ello: mientras los resultados de mi trabajo sean adecuados, mi compañía no tiene problemas con el número de horas que trabajo o desde dónde las trabajo, una circunstancia que no deja de ser percibida como un lujo, y una derivada de la ecuación de horas que tengo que dedicar a la preparación de una clase frente a las horas que paso frente al alumno, pero que creo que seguramente podría aplicarse a muchos más trabajos que se me ocurren.

¿Qué ocurriría si comenzásemos a pensar menos en las horas trabajadas y más en la productividad obtenida? ¿Podrían generarse nuevos modelos de productividad más flexibles, mas equitativos y más saludables? ¿Cuál sería la reacción de patronal, sindicatos o administración ante un hipotético escenario de este tipo? ¿Por qué nos aferramos a la jornada de ocho horas como elemento fundamental de la ecuación, si parece claro que no responde ya a ningún elemento que no sea la mera tradición?

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