(OCIO – ADICCIÓN – WORKAHOLIC – TIEMPO) El término norteamericano worhaholic surge en los años setenta de la unión de trabajo (work) y alcoholismo (alcoholism). Introduce los rasgos característicos del comportamiento alcohólico al ámbito del trabajo y del mundo laboral. En un mundo en el que trabajar demasiado no basta, estar ocupado y renegar del ocio se ha convertido en el símbolo de estatus definitivo. Lo cool ahora es asumir la pose de “no tengo tiempo para nada”.
Por Ignacio de la Vega, analista principal de INCompany.
Es hora de irse del trabajo y sabe muy bien lo que le espera. Coge su abrigo y conecta el Bluetooth para mantener una rápida conversación con un cliente camino a casa. Entonces, para en el supermercado y, mientras espera en la fila, toma su smartphone para responder sus correos. Cuando llega a casa, se sienta para cenar y se resiste todo lo que puede para no prestar atención a la luz roja de su smartphone. Después de cenar es hora de volver a los correos, lavar los platos y sentarse en el sofá para ver algo de televisión, con la laptop, por supuesto. Algunos correos más y ya llega la hora de dormir. Pronto se despertará y volverá a hacer lo mismo al día siguiente. ¡Esa persona es un workaholic¡
“¿Te imaginas proponiéndole a Superman que se tome unas vacaciones y que deje por unos días la Legión de Super Héroes? Seguramente te contestaría que si él se ausentara, nadie salvaría al mundo de las catástrofes… Y es por eso que hace más de tres meses que no vuelve a su casa, grafica Paula Molinari, presidenta de la consultora Whalecom y autora de los libros “Turbulencia generacional” y “El salto del dueño”. “Esto es lo que ocurre con los Baby Boomers, que entienden el trabajo como una misión”, dice Molinari. “Es la identidad construida en el trabajo”. De esta gran fuente del “workaholismo”, la identidad basada en el trabajo, Superman es también una gran metáfora: conquista a Luisa Lane cuando es Súperman y viste su traje de super héroe, y no cuando es un pobre periodista del diario. Es más, hasta podríamos afirmar que Clark Kent, para la mayoría, es medio tonto, concluye Molinari.
El término norteamericano worhaholic surge en los 70 de la unión de trabajo (work) y alcoholismo (alcoholism). Introduce los rasgos característicos del comportamiento alcohólico al ámbito del trabajo y del mundo laboral. El primer registro de su utilización data de 1968 y luego es popularizado en 1971 por Wayne Oates, en su libro Confesiones de un workaholic .
Pero el término no obtuvo mucha difusión, sino hasta la década de 1990, cuando se expandió gracias a su relación con las teorías de autoayuda, movimiento centrado en las adicciones, formando analogías entre las conductas dañinas socialmente como la adicción al trabajo y drogadicción, incluyendo la adicción al alcohol. Aunque el término workaholic no es una acepción admitida dentro de la terminología psicológica, se ha extendido para referirse a aquellas personas quienes dedican su tiempo al trabajo, o problemas relacionados al mismo, quienes llevan una vida muy ajetreada y que va en detrimento con su salud y funciones fisiológicas, vidas sociales, familiares y personales o sencillamente contra su tiempo libre.
Para las personas que son adictas al trabajo, éste constituye el centro de su vida, el propio empleo resta importancia a todo lo demás, incluida la familia, el ocio y la vida social. Lo consideran como su refugio. El hecho de llevarse trabajo a casa para acabarlo por la noche o los fines de semana es algo que resulta habitual en la persona que lo padece.
Esta situación define a aquellos trabajadores que, de forma gradual, van perdiendo estabilidad emocional y se convierten en adictos al control y al poder, en un intento por lograr el éxito, según explica la psicóloga Marisa Bosqued en su libro ¡Que no te pese el trabajo!
Hablamos de adicción cuando la dedicación al trabajo tiene carácter compulsivo y está exento de control. Las consecuencias suelen traducirse en efectos negativos sobre el bienestar y la salud psicológica, y física de la persona. El trabajo se convierte en el ámbito más importante, al tiempo que se descuidan las relaciones afectivas y sociales. Las adicciones suelen estar mal consideradas, en cambio, la adicción al trabajo está socialmente aceptada. Por eso es fácil negarla, e incluso invalidar los juicios de otros que tratan de poner al descubierto el comportamiento adictivo.
En la empresa familiar, se da con frecuencia una especie de adicción al negocio, con las mismas características de dependencia, y que se puede poner en evidencia cuando se manifiesta la incapacidad de los miembros de la familia que trabajan en ella, para irse del negocio familiar.
En la empresa familiar, se da con frecuencia una especie de adicción al negocio, con las mismas características de dependencia, y que se puede poner en evidencia cuando se manifiesta la incapacidad de los miembros de la familia que trabajan en ella, para irse del negocio familiar, aun cuando se le está impidiendo su desarrollo personal, y profesional. En estos casos suele haber una sobre-identificación de la familia con la empresa, y la posibilidad de desvinculación de unos de sus miembros, se vive como una traición que puede afectar a la cohesión familiar.
El perfil del adicto al trabajo
En opinión de Aquilino Polaino-Lorente , catedrático de Psicopatología en la Facultad de Medicina de la Universidad CEU-San Pablo, Madrid, el adicto al trabajo lo es, principal aunque no exclusivamente, por tres razones:
1. Implicarse excesivamente en la actividad que realiza. Su propio yo queda transformado por su trabajo; por eso su yo queda completamente implicado en su ocupación laboral. Él mismo se identifica con los resultados que obtiene.
2. Disponer de un nivel de aspiraciones excesivamente elevado y desproporcionado, respecto a actitudes, capacidades y destrezas. El adicto no se conoce bien y por eso se exige más de lo que debiera o, conociéndose, se propone metas que lo superan.
3. Infraestimar y restringir las valiosas y plurales dimensiones vitales a parámetros sólo laborales. Esto facilita un desenvolvimiento posterior cercano a lo patológico.
El perfil del adicto al trabajo
Siguiendo a los especialistas, algunas de las manifestaciones más frecuentes son:
* Pensar en el trabajo cuando no se está trabajando.
* No tomar vacaciones.
* Ansiedad e inseguridad ante responsabilidades laborales.
* Compromiso excesivo y compulsivo con la actividad profesional.
* Personalidades obsesivas que controlan su ambiente y evitan situaciones novedosas, lo que contribuye a disminuir su inseguridad personal.
* Intentar hacer todo ahora.
* Imposibilidad de abandonar, al final de la jornada, un trabajo inacabado.
* Incapacidad de negarse ante nuevas propuestas laborales.
* No disponer de un sistema de prioridades estables.
* Ser acusado por sus familiares de que muestra más interés por el trabajo que por ellos.
* Ser competitivo en cualquier actividad, incluso cuando practica deportes en familia.
* Impaciencia.
* Mirar frecuentemente el reloj.
* Sentido de culpa cuando no se trabaja.
* Sus “entretenimientos” tienen que ver con su profesión.
* Esperar que todos trabajen como él.
* Dificultad para implicarse en las actividades de los otros.
* Experimentar placer cuando relata lo mucho y lo duro que trabaja.
No todo es negativo
Sin embargo, no todo es negativo, considera Aquilino Polaino-Lorente y destaca que estas personas tienen:
* Alta motivación para entregarse al trabajo.
* Satisfacción con el estilo de vida elegido.
* Facilidad para sobrepasar expectativas y resultados obtenidos por las personas con quienes trabaja.
* Aumento de competitividad en el ámbito laboral.
* Mayor iniciativa.
* Mejores habilidades para la supervisión.
* Encuentran más fácilmente soluciones.
* Mayor poder de decisión.
A pesar de los rasgos negativos anteriores, la adicción al trabajo no debería considerarse en sí misma patológica. Conviene diferenciar qué es o no patológico en estos comportamientos.
En busca del balance armónico
A pesar de los rasgos negativos anteriores, la adicción al trabajo no debería considerarse en sí misma patológica. Conviene diferenciar qué es o no patológico en estos comportamientos.
Para este fin, sería necesario establecer dos tipos de balance: trabajo-familia y trabajo-ocio. Si el resultado de la actividad humana en estos dos balances es disarmónico, se concluye que la supuesta adicción al trabajo es algo más que supuesta. En el fondo, es un desorden contra la necesaria armonía exigida –y exigible– por cualquier actividad humana.
Si esos balances no son armoniosos, continuarán prodigándose calificativos como el de “trabajadores quemados” (worker burnout), concepto cercano al de workaholics.
Proyecto biográfico: íntimo y personal
Si el proyecto biográfico se configura así, no se diseñará desde dentro, desde lo personal e íntimo, sino que resultará elaborado y estará a merced de los imperativos de la moda en cada circunstancia. De esta forma, uno no realiza su vida en función de los propios valores y de lo que su libertad elige, sino que realiza y escribe su vida al dictado de lo que las circunstancias y modas imponen.
Optar por la adicción al trabajo supone elegir un encaminamiento conducente al comportamiento neurótico. De hecho, la felicidad no se consigue sólo porque la opinión pública nos considere exitosos. De la misma manera que la eficacia del trabajo bien hecho no coincide casi nunca con el mero éxito social. Y es que la felicidad es algo personal que el hombre tiene que conquistar a solas y por sí mismo, independientemente de cuál sea el juicio con que la opinión pública califique su comportamiento, destaca Aquilino Polaino-Lorente
Nada de particular tiene que muchas personas de indiscutible éxito profesional y aparentemente autorrealizadas, sean o no adictas al trabajo, en el fondo de su corazón se sientan frustradas. Es una lástima que en muchos casos ese sentimiento de frustración –indicador de haber errado en el juego de la vida profesional– se descubra demasiado tarde, cuando en el ocaso de la vida se inicia el descenso de la trayectoria profesional y apenas si se dispone ya de tiempo para el cambio. Equivocarse en esta grave elección –elegir la adicción al trabajo–, puede contribuir, sin duda, a la neurotización de la persona, concluye Aquilino Polaino-Lorente.
El tiempo libre ha muerto
En un mundo en el que trabajar demasiado no basta, estar ocupado y renegar del ocio se ha convertido en el símbolo de estatus definitivo. El ocio ha muerto. El ocio anhelado, el tiempo libre ansiado, son eso, deseos. Lo cool ahora es asumir la pose de no-tengo-tiempo-para-nada, el no-me-da-la-vida, el necesito-días-de-más horas, dice Prado Campos de la revista ICON del diario El País.
Y la historia no es que esto se haya convertido en nuestra realidad sino que vivir estresado está de moda e implica estatus. Estar abrumado por el exceso de trabajo es algo así como una insignia de honor. Así hemos visto que actúa EE UU y así se lo hemos copiado. Como casi siempre.
¿Cuándo fue la última vez que alguien dijo: ‘No estoy haciendo gran cosa’? Si lo dice, tendemos a pensar que es un perdedor. La gente no tiene que estar tan ocupada pero estarlo se ha convertido en un símbolo de estatus. Este, al menos, es el punto de partida de Brigid Schulte en su reciente libro Overwhelmed: work, love and play when no one has time (traducible como Abrumados: trabajo, amor y juegos cuando nadie tiene tiempo).
La autora, del Washington Post, vio que cada vez más sus compañeras no tenían tiempo para nada. Fue entonces cuando se puso a investigar por qué y cómo ha cambiado nuestra sociedad para que algo fundamental como los momentos de ocio hayan sido dilapidados por la vorágine laboral y familiar. Y no es un fenómeno solo femenino o de padres (ha recopilado estudios que indican que ahora pasan más tiempo con sus hijos –ellos y ellas– que en los años sesenta y sesenta–llamativo porque ellas mayoritariamente eran amas de casa– quizás por esa sensación de compensar el tiempo de trabajo). Tal y como escribe Schulte:
“Piensa en cómo nos hablamos:
–¿Cómo estás?
–A full. ¿Tú?
–Tan ocupado que apenas puedo respirar.
¿Cuándo fue la última vez que alguien dijo: ‘No estoy haciendo gran cosa’? Si lo dice, tendemos a pensar que es un perdedor. Y particularmente en Estados Unidos donde muchas personas se definen a sí mismas por su trabajo, por lo que hacen, por lo mucho que hacen y por lo mucho que hacen más que tú.
Un sociólogo, que estudia la forma en la que gastamos el tiempo, asegura que la gente no tiene que estar tan ocupada pero que esto se ha convertido en un símbolo de estatus. Quería entender si era cierto y por qué. Al principio pensé que era un fenómeno de las personas que viven en las grandes ciudades. Yo vivo en Washington DC y aquí todo el mundo es un adicto a un trabajo de primera categoría. Me preguntaba si sería diferente en los Estados Unidos rural, donde pensé que tal vez la vida sería algo más lenta”, le explica Schulte a ICON. Pero el resultado fue que no. Lo que la periodista encontró en Fargo (Dakota del Norte) fue que la gente estaba también “casi compitiendo por estar ocupado”.
Hay que sumarle la incorporación de la mujer al mercado laboral, lo que ha provocado que las familias trabajen más horas y hagan más malabarismos para compaginar el trabajo remunerado y el no remunerado, y la crisis y la incertidumbre respecto al futuro de las familias. Además, añade, “EE UU tiene una cultura devota del trabajo. Creamos ocupaciones cuando podemos no necesitarlas porque necesitamos encajar, mostrar que somos tan importantes y tan dignos como los demás. En otros países diversos estudios muestran una creciente presión del tiempo, que no hay tiempo suficiente en el día. Y parte de eso se debe a que las culturas laborales y políticas de todo el mundo todavía tienen que ponerse al día con la realidad de las familias trabajadoras.
Recompensar a los trabajadores que llegan temprano, a los que se quedan hasta tarde y comen en sus mesas como si eso los hiciera los mejores trabajadores, incluso cuando la ciencia ha demostrado que el rendimiento no tiene porque ser necesariamente real. Un escritor lo dijo mejor: “a menudo esperamos trabajar como si no tuviéramos familias y tenemos familias como si no trabajáramos”.
El otro por qué llega con la tecnología. Un arma de doble filo, define Schulte, porque “Nos ha dado libertad para trabajar de una manera nueva pero, al mismo tiempo, el flujo de información, la atracción adictiva del email y las redes sociales, y la incapacidad de apagar el trabajo puede hacernos sentir constantemente bajo presión y sin tiempo”. Pero, señala la escritora, hay tres grandes culpables: Nuestros empleos, nuestras expectativas y nosotros mismos. “El estrés y el agobio proviene de la incapacidad de predecir y de la incapacidad de controlar. A menudo estamos ciegos ante la realidad de nuestra situación en lugar de reaccionar. Los seres humanos están programados para conformarse. Somos criaturas sociales y así es como sobrevivimos y evolucionamos. Pero tenemos que preguntarnos si realmente queremos ajustarnos a estas presiones que están chupando todo nuestro tiempo y acaban con nuestra energía”. Bill Gates se jactaba de cómo dormía debajo de su escritorio y cómo dejó el golf porque estaba trabajando todo el tiempo y ahora todos estamos tratando de seguir su ejemplo.
Bill Gates se jactaba de cómo dormía debajo de su escritorio y cómo dejó el golf porque estaba trabajando todo el tiempo y ahora todos estamos tratando de seguir su ejemplo
Las soluciones
El periodista español destaca que parar, frenar y reflexionar sería un primer paso en la búsqueda de soluciones. En su libro, Brigid Schulte funde investigaciones y anécdotas para, más que escribir un mero libro de autoayuda, radiografiar nuestra vida cotidiana. “La solución requiere dos líneas de acción: el cambio social y el cambio individual. Y en ambos frentes, sostengo en mi libro, tenemos que rediseñar el trabajo, reimaginar nuestras relaciones en el hogar y recuperar el valor del ocio” porque, agrega, nuestra civilización se ha creado en los momentos de ocio. “La rueda, el arte, la filosofía, la política, la creatividad, la innovación, el pensamiento para resolver problemas viejos con nuevas maneras… Todo surge cuando no estamos corriendo como locos en la rueda de hámster o tenemos nuestras narices presionadas contra la pantalla del ordenador. Eso viene en los descansos, cuando soñamos despiertos, en el ocio. Cuando estamos en reposo, nuestros cerebros son en realidad más activos”, afirma.
Por esos sus consejos van en tres direcciones. En el trabajo son los líderes (aquellos a los que emulamos, dice) los que deben dar ejemplo y “tienen que repensar la forma en que trabajamos”; en el amor hay que desterrar los prejuicios de estatus laboral y compartir la carga familiar; y en el juego y el ocio como base para sentirse mejor. Es lo que nos hace humanos, garantiza. “Piensa que la lista de tareas seguirá creciendo hasta el día de tu muerte. Nunca vas a llegar al final de la lista de tareas pendientes. Así que hay que darle la vuelta y poner la alegría en primer lugar, el resto después”. Esa es la clave, pero no hay receta mágica sobre cómo hacerlo aunque la periodista nos da algunas recetas en su libro aunque ¿realmente tenemos tiempo para leerlo?
Desconectarse del trabajo
Nuestra capacidad de atención no es lo único que queda comprometido por el uso ininterrumpido de aparatos digitales. Varios estudios mostraron que el distanciamiento psicológico del trabajo fuera del horario de la jornada laboral es importante para la salud del trabajador. Que se desconecte del trabajo también es fundamental para la reducción del estrés. Este juega un papel importante en varios tipos de problemas crónicos de salud, sobre todo en las enfermedades cardiovasculares, trastornos músculoesqueléticos y psicológicos. “Ser capaz de desconectarse del trabajo trae grandes beneficios para la salud y para la productividad”, observa Jennifer Sabatini Fraone, directora asistente de Boston College Center of Work & Family. “El problema no son tanto las llamadas o los correos después de la jornada, sino el control, o no, del individuo sobre su tiempo. Si no tiene autonomía para decidir cuando ha llegado la hora de conectar o desconectar su aparato, el estrés será ineludible”.
Sabatini Fraone trabaja con empresas del ranking de Fortune 100 y desarrolla proyectos en el área de salud y bienestar de los empleados. “En la sociedad del conocimiento, las empresas saben que sus trabajadores son su mayor activo”, dice ella. “Si las personas estuvieran agotadas y estresadas, no podrían dar lo mejor de sí diariamente. El efecto de ese desgaste sobre la creatividad, energía, productividad y sobre su habilidad de innovar será avasallador”.
En ese sentido, muchas empresas crearon políticas sobre los tipos de comunicación en los cuáles los trabajadores pueden involucrarse fuera del horario de trabajo; algunas, inclusive, les exigen que hagan pausas regulares durante la jornada. En el 2011, la dirección de Deutsche Telekom, por ejemplo, lanzó un programa en que los trabajadores de la empresa deben abstenerse de leer correos después de la jornada laboral en momentos específicos durante la semana. Hace dos años, el banco Lloyds, de Reino Unido, prohibió que sus trabajadores viajaran durante la tercera semana de cada mes. La decisión fue presentada al personal de la empresa en un memorándum que decía: “Esta decisión contribuirá a mejorar el equilibrio entre vida personal y profesional de los compañeros. Ayudará también a reducir de forma sustancial los costos de la empresa”. Mientras, Google, en un intento de crear “la mano de obra más saludable y feliz del planeta”, lanzó un programa centrado en el bienestar emocional de los empleados, y que incluye la instalación de espacios de recargamiento —o cápsulas de energía— en las oficinas para pausas de 20 a 30 minutos.
Un estudio hecho por la profesora Leslie Perlow, de la Escuela de Negocios de Harvard, refuta la idea de que el trabajador necesita estar siempre disponible para hacer un buen trabajo. Los descubrimientos de Perlow, presentados en un artículo de Harvard Business Review, tomó como base un equipo de consultores de Boston Consulting Group (BCG), una empresa conocida por tener personal dedicado, ambicioso y que da prioridad a la carrera. En una experiencia con un equipo que trabajaba en un proyecto para un nuevo cliente, Perlow pidió que todos los miembros del grupo se tomaran un día libre durante la semana. En una segunda experiencia con un equipo que trabajaba en un proyecto de reestructuración post-fusión, pidió que cada uno de los consultores del grupo hiciera planes para una noche libre en que nadie debería trabajar después de las 6 de la tarde y no revisar el correo electrónico.
Perlow constató que los participantes que hacían pausas regulares se sentían más satisfechos con su trabajo, tenían mayor posibilidad de tener una carrera larga y prometedora en la empresa y disfrutaban de un mejor equilibrio entre trabajo y vida personal en comparación con los trabajadores de BCG que no habían participado en la experiencia. Los reflejos fueron positivos también sobre el trabajo de los participantes. Las experiencias proporcionaron una comunicación más abierta entre los miembros de los equipos, lo que desencadenó la aparición de nuevas eficiencias en la forma en que el equipo elaboraba sus proyectos.
Además, Perlow constató que iniciativas de ese tipo ayudaban en el aprendizaje, porque obligaba a los miembros de los equipos a entender de forma más profunda el trabajo que hacen todos.
Estar un tiempo lejos del trabajo y de nuestros aparatos digitales mejora nuestra salud, nos hace sentir más felices y más productivos. ¿Pero quién debe de tener la responsabilidad de que eso suceda?
En la era de las oficinas virtuales y de las fronteras indistintas entre trabajo y hogar, Craig Chappelow, gestor global de portafolio del Centro de Liderazgo Creativo, una empresa de servicios de consultoría de Greensboro, en Carolina del Norte, dice que la responsabilidad del líder consiste en “modelar los tipos de comportamiento que espera ver difundidos” por la empresa.
“El jefe es quien debería decir: Mejor para nosotros si no trabajáramos el fin de semana entero”. Las empresas deberían tener la siguiente postura: “Si dejáramos a las personas descansar el fin de semana, se dedicarían más al trabajo entre semana'”, dice. “Parte de la solución consiste en descubrir cómo encarar el trabajo, y cómo la familia debe integrarse en la vida profesional. Por eso, es preciso que haya normas, y que sean obedecidas.
“El hecho es que trabajo y vida personal son cosas que están muy conectadas, y es preciso que se descubra cómo esas dos cosas pueden coexistir de manera que no genere estrés”, observa Chappelow. “Las personas tendrán que aprender a comportarse de una manera nueva respecto a la tecnología, para evitar sentirse agotadas. Hay también un punto de saturación; a fin de cuentas, el día sólo tiene 24 horas”.
¿Cómo lograr el life balance?
“Consideramos que el primer paso de una empresa preocupada por la Responsabilidad Social debe dirigirse, sin duda, hacia sus propios empleados. Y en ese sentido, uno de los objetivos esenciales es que éstos logren la conciliación entre su vida personal y la profesional. Hacer lo que se llama “Work and Life Balance”, y que muchos denominan Life Balance, ya que la vida es una sola. Debemos hablar de vida integralmente balanceada, pues el trabajo es parte de nuestra vida, no algo ajeno a ella”, sostiene Alejandro Melamed, autor del libro “Empresas (+) humanas – mejores personas, mejores empresas” y ex Vice Presidente Regional de Recursos Humanos para Latinoamérica Sur en Coca-Cola.
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