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Internet de la mentira: una estúpida carrera por tener más followers

Internet de la mentira – El conocido columnista Enrique Dans, del cual publicamos habitualmente sus comentarios e informes, destaca un artículo de New York Magazine titulado “How much of the internet is fake? Turns out, a lot of it, actually“, señalando que se trata de un excelente análisis para entender el mundo en que vivimos.

Dans se pregunta: ¿En qué momento se prostituyó la red para convertirse en un absurdo concurso de popularidad con absolutamente todas las métricas trucadas?

El concepto de fake internet no tiene tanto que ver con las llamadas fake news como con la brutal proliferación de bots, clics falsos, visualizaciones de vídeo simuladas, factorías dedicadas a generar tráfico, followers, comentarios y otros mecanismos dedicados a simular popularidad. El artículo habla específicamente de the inversion, el supuesto momento en que el número de usuarios falsos supera al de los reales: cuentas falsas recolectando cookies falsas y movimientos de ratón falsos haciendo clics falsos sobre páginas falsas, en una especie de universo paralelo en el que lo único real es la publicidad.

En algunos sitios, de hecho, la falsedad alcanza límites insultantes. Esa falsedad que la mayoría de las redes sociales no limitan por miedo a mostrar estadísticas de popularidad menores, o que directamente se aprovechan de ella porque les permite mejorar sus resultados económicos, y que hace ya bastantes años definí en algunos artículos como una trama similar a la del Blade Runner, en la que la tecnología ha conseguido crear androides tan perfectos que resultan indistinguibles de los humanos y es preciso idear complejos tests de personalidad para discernir quién es quién. En la red hemos podido presenciar con horror cómo esos primitivos bots que al principio resultaban toscos y burdos, que se limitaban a “aparecer” entre los seguidores de una cuenta y a mantener una presencia pasiva comenzaban a “dotarse de vida”, a simular cada vez más procesos, a seguir otras cuentas, a hacer retweets aleatorios, a generar patrones de navegación o a copiar y pegar contenido de cuentas genuinas para aparentar ser usuarios reales. Esa asquerosa escalada armamentística entre los creadores de cuentas y actividad falsa y los gestores de las redes interesados – al menos supuestamente – en detener su actividad, que se caracteriza cada vez más por un uso intensivo del machine learning y la automatización sofisticada de alto nivel, todo ello al servicio de una estúpida carrera por tener más followers, como indicador absurdo y vacío pero que muchos siguen desgraciadamente interpretando como reflejo de algo.

¿En qué momento se prostituyó la red para convertirse en un absurdo concurso de popularidad con absolutamente todas las métricas trucadas? En su momento, recuerdo cuando empezamos a ver cómo las discográficas empezaban a inflar las visualizaciones de sus vídeos en YouTube hasta mucho más allá del límite de lo grotesco, y pensar eso de “no han entendido nada”, cuando ahora el tiempo y la perspectiva parecen empeñarse en demostrar que sí lo habían entendido: habían entendido cómo reconstruir el mismo sistema de métricas trucadas que tenían antes de internet.

Ahora ya prácticamente todo es falso. Hasta las personas son falsas, y se dedican a mentir hasta el límite de imitar campañas para que parezcan pagadas porque eso se supone que es una métrica de popularidad: el mejor es el que tiene más patrocinadores, y si no se tienen, se simulan.

Ahora ya prácticamente todo es falso. Hasta las personas son falsas, y se dedican a mentir hasta el límite de imitar campañas para que parezcan pagadas porque eso se supone que es una métrica de popularidad: el mejor es el que tiene más patrocinadores, y si no se tienen, se simulan. El avance de la tecnología ha hecho que no podamos en ningún momento discernir si leemos a un bot creado en una troll farm o a una persona de carne y hueso: un chatbot con una imagen creada por un algoritmo puede resultar tan real que muchos no lo diferencien ni cuando entran en Tinder.

No sé si ésta internet vale la pena. A mí, sinceramente, me va bien haciendo lo que hago, porque tengo otras razones para hacerlo más allá de la maldita publicidad y el dinero: intentando recoger cosas que creo que son genuinamente interesantes, generando un tráfico de personas reales y manteniendo unas estadísticas que prueban que jamás he jugado ningún juego extraño más allá de seguir siendo yo mismo y publicando sobre lo que me interesa. Pero me temo que estoy en franca minoría, y me deprimo cuando veo pedazos de lo que he escrito replicados en páginas creadas automáticamente por bots para hospedar anuncios que reciban clics falsos, porque en cierto modo también implica que lo que tú haces sirva para alimentar ese asqueroso sistema.

No sé a dónde va esto, pero no me gusta. Pero hubo una época en la que fui optimista (o idealista, o estúpido, o todo junto), y cada día que pasa la echo más de menos. Qué asco.

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