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La muerte lenta de nuestras democracias

Las democracias se encuentran bajo fuego graneado y se están debilitando. Algunas, muriendo lentamente. Están enfrentando un peligroso y aun no suficientemente reconocido problema. Necesitamos identificarlo, publicitarlo y enfrentarlo.

Por Julio Ignacio Rodriguez Morano, Director & Publisher de Managementsociety.

 

En muchos países de todos los continentes las democracias se encuentran bajo fuego graneado y se están debilitando. Algunas, muriendo lentamente.

¿Pero cómo es que algo tan peligroso ha estado pasando casi desapercibido? Existen dos razones por las cuales este proceso atentatorio contra la democracia no despertó mayores alarmas y tampoco provocó reacciones significativas. “La primera es que estaban pasando muchas otras cosas urgentes y concretas que hacían difícil a los defensores de la democracia competir con éxito por la atención de los líderes, los medios de comunicación y de la opinión pública. La pandemia o la crisis financiera mundial son tan solo dos ejemplos de una larga lista de eventos que no dejaron espacio para crisis menos inmediatas. La segunda razón es que la mayoría de los ataques a la democracia fueron deliberadamente opacos, difíciles de percibir y, mucho menos, capaces de activar a la gente” destaca el reconocido politicólogo internacional Moisés Naím, Doctor por el Massachusetts Institute of Technology.

“¿Como movilizar a la población para defender a la democracia cuando la pandemia estaba causando la muerte de millones de personas en todo el mundo?” se pregunta Larry Diamond, un respetado profesor de la Universidad de Stanford.

Vivimos en tiempos socialmente convulsos, provocado por tres “Pes”: Populismo, Polarización y Postverdad, señala el venezolano Moisés Naím, uno de los politicólogos de habla hispana más leído a nivel mundial.

Las estadísticas, reportes y evidencias del deterioro de las democracias en el mundo son sorprendentes y preocupantes. Pero más sorprendente aun es la falta de respuestas y la inacción ante los embates de las fuerzas antidemocráticas.
Ocurre porque muchos de los asaltos a las democracias ahora están ocurriendo de una manera tan sigilosa que en la práctica los hacen casi invisibles. Un problema que no se ha detectado nunca será solucionado. Las democracias del mundo están enfrentando un peligroso y aun no suficientemente reconocido problema. Necesitamos identificarlo, publicitarlo y enfrentarlo.

Todos los días en América Latina podemos ver de cerca como se socaban las democracias. Ya sea en la Argentina de los Kirchner; en el Perú de un Pedro Castillo hoy preso o de una derecha “bruta y achorada” como le llaman algunos analistas; en el México de López Obrador; en el Brasil de Bolsonaro o en la Colombia de Gustavo Petro.

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt afirman en su libro “Cómo mueren las democracias” que la extinción de las democracias actuales es un proceso casi imperceptible para los ciudadanos y que poco a poco va socavando las instituciones, destruyendo las libertades y pretendiendo dinamitar los contrapesos en un proceso aparentemente democrático.

En los últimos años, ascendieron al poder personas que, enarbolando valores democráticos durante las campañas electorales, cuando se convirtieron en gobierno fueron los primeros en denigrar los contrapesos institucionales, las libertades o a la prensa y, especialmente, a la oposición que piensa de forma diferente a ellos.

Los ataques son diarios. Vienen de la derecha o de la izquierda. Basta recordar algunos ejemplos internacionales como los del presidente Donald Trump, Bolsonaro, los Kirchner o López Obrador. Pero éste no es el único efecto de la agonía democrática.

Moises Naím ha escrito libros notables sobre las condiciones en las que se ejerce el poder en el siglo XXI. Destaca que “el populismo ha existido siempre, pero no se había combinado con fuerzas tan potentes como la postverdad, las plataformas tecnológicas o el grado de fragmentación que tenemos debido a la polarización”. Polarización siempre ha habido, dice Naím, pero ahora la estamos encontrando a niveles paralizantes: en la actualidad, para fuerzas políticas que tienen visiones diferentes, es imposible siquiera colaborar, porque simplemente niegan la legitimidad del contrario y no le dan al rival el derecho de existir”. “La postverdad había existido como propaganda, pero ahora la posverdad y la propaganda no son monopolios de los gobiernos, sino que cada persona tiene acceso a divulgar información e ideas a través de las redes sociales.

Por ejemplo, la postverdad se ha impuesto desde hace muchos años en la Argentina llevada adelante por la mayoría de sectores afines al Kirchnerismo. En el México de Lopez Obrador es un fenómeno cada vez más evidente. En Perú se fue profundizando con la asunción al poder de Pedro Castillo y con el agravamiento de la crisis política que atraviesa este país.

En la “era” de la postverdad, muchos líderes mienten descaradamente, pero además, lo que es aun más grave,  niegan la existencia de una realidad independiente y que es susceptible de verificación.

Naim menciona que el primero en utilizar el concepto de «postverdad», en un artículo de 1992, fue el guionista y novelista serbio Steve Tesich. El principal objetivo de la posverdad no es que se acepten las mentiras como verdades, sino enturbiar las aguas hasta hacer que sea difícil distinguir la diferencia entre lo verdadero y lo falso. Obviamente, las redes sociales son el principal caldo de cultivo y canal de transmisión para la postverdad.

Cada uno de estos fenómenos merecen una explicación o análisis más profundo. Cada uno de nuestros países tienen sus propias particularidades. Por eso, hoy más que nunca, es importante que aprendamos a reconocer algunos indicadores de aquellos líderes que se dicen demócratas y son en realidad unos autoritarios potenciales.

Steven Levitsky dice que “un candidato que sugiere que no va a seguir las reglas del juego democrático y que rechaza desde el principio ciertas reglas de ese juego democrático es un indicador”. “Otro es cuando un candidato niega la legitimidad de su rival, que dice que su rival no es alguien con el que está en desacuerdo políticamente, sino que lo trata de enemigo, subversivo, un terrorista, es decir, niega la legitimidad de su rival”.

El tercer indicador para Levinstky, es promover la violencia, aunque fuera de una manera sutil. Un político que no denuncia siempre la violencia política es un peligro. Y finalmente, un gobierno que amenaza con quitar ciertos derechos civiles, por ejemplo, a los medios de prensa o que dice que va a demandar a los medios, también es una amenaza.

Cualquier candidato que cruza uno de esos cuatro indicadores es un peligro para la democracia.

Lamentablemente, en América Latina, para hablar de nuestra región, tenemos demasiados ejemplos de candidatos y de gobernantes que fueron elegidos aun cuando mostraban muchos de estos indicadores negativos.

 

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