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En menos de una generación, la mayor parte de los trabajos que hoy conocemos podrán ser desarrollados de manera más ventajosa por una máquina.
Por Enrique Dans, Profesor en Sistemas de Información en el IE Business School.

3-NEWS-25-AGOSTO

Una serie de artículos y experimentos recientes me plantean de nuevo la interesantísima paradoja del trabajo, probablemente uno de los temas más fascinantes y más susceptibles de cambiar el mundo tal y como lo conocemos desde la revolución industrial. La formulación de la paradoja es muy clara: muchas personas odian su trabajo, pero se considerarían mucho más desgraciados si no lo tuviesen.

La explicación es igualmente evidente: el trabajo, en una gran cantidad de casos, no supone una manera de buscar una motivación, una satisfacción de una inquietud o una realización personal, sino simplemente como una manera de obtener ingresos. Unos ingresos imprescindibles para la supervivencia, que además centran la inmensa mayoría de los esfuerzos del trabajador, eliminando de facto otros usos alternativos de su tiempo o de su esfuerzo. De hecho, la mayor fuente de temores ante una sociedad en la que el desarrollo tecnológico y la llegada de la robótica permitiese la obtención de una productividad muy superior y llevase, por tanto, a la eliminación del trabajo tal y como lo conocemos es precisamente esa: qué haríamos si no tuviésemos trabajo.

En menos de una generación, la mayor parte de los trabajos que hoy conocemos podrán ser desarrollados de manera más ventajosa por una máquina. No hablamos únicamente de producir de forma más económica, sino también de producir mejor o con una mayor eficiencia, sino también con mayor calidad. No es “la máquina como sustitutivo”, sino “la máquina como lógica”, como evidencia de que el hombre ha sido capaz de desarrollar tecnología que supera con creces prácticamente cualquier capacidad humana.

El trabajo por tanto, no desaparece, pero se reorienta necesariamente hacia otras prioridades: trabajamos para mejorar y acceder a un nivel de renta superior, para satisfacer nuestras inquietudes, para realizarnos personalmente, para contribuir a la sociedad o para muchas cosas más, pero como parte de un proceso de toma de decisiones marcado por unas prioridades y por un sistema de valores completamente diferente. La vinculación de una sociedad con esas características a la idea de una renta básica universal parece lógica, y de hecho, los experimentos realizados parecen reflejar que esa alteración de las prioridades efectivamente se produce: ante la disponibilidad de una renta básica incondicional y universal, las personas que dejan de trabajar lo hacen, por ejemplo, para atender a sus hijos o para obtener una formación superior, mientras que las personas que ya trabajaban aprovechan esa renta para escoger con mayor libertad un trabajo que les satisfaga más.

Además del histórico experimento de Manitoba llevado a cabo en los años ’70, tenemos una serie de desarrollos próximos que tratan de aproximarse a las posibles consecuencias de un sistema de renta básica, con varios países poniendo en marcha iniciativas en este sentido. Suiza planteó la cuestión de la renta básica universal en el año 2013, y le puso cifras: 2500 francos al mes, que supondrían un sueldo anual por encima de los treinta mil dólares. La iniciativa recibió el número suficiente de firmas como para ser sometida a referendum, y a pesar de la oposición del gobierno del país, que pide el voto negativo, será llevado a cabo en algún momento durante el año 2016.

La ciudad holandesa de Utrecht avanza en el mismo sentido: poner a prueba lo que supondría suministrar a todos sus ciudadanos una renta universal para cubrir los costes de vida básicos, con los ingresos adicionales que se obtengan sometidos a impuestos, y ver si eso incide en una disminución de los problemas generados por la pobreza o en una liberación de las personas para trabajar de manea más flexible, en trabajos más satisfactorios o vocacionales, en tareas de voluntariado, o en estudiar más – o si, por el contrario, como algunos críticos aventuran, se convierte en una desmotivación y en un incentivo para una vida pasiva e improductiva.

Finlandia avanza en el mismo sentido, y plantea la renta básica universal como una forma de simplificar la seguridad social. Con un 10% de desempleo total y un 22,7% de desempleo juvenil, cuatro de cada cinco finlandeses están a favor del establecimiento de un sistema de este tipo. El experimento se plantea en principio a pequeña escala, seleccionando a 8.000 personas de grupos desfavorecidos para recibir cantidades variables de entre €400 y €700 mensuales con el fin de estudiar su evolución, pero no se descarta su implantación si los efectos netos resultasen ser positivos.

Sin duda, la renta básica es un elemento que, a medida que la tecnología permite incrementar el tipo de trabajos desarrollados por máquinas y la renta disponible en forma de productividad neta, nos vamos a encontrar en el debate político: de hecho, algunos partidos la incluyen ya abiertamente en sus programas. Con argumentos a favor y en contra, hablamos de una cuestión en la que es preciso formarse una opinión que vaya más allá de planteamientos simplistas o maximalistas, y que nos vamos a encontrar ya no como planteamiento utópico, sino dentro del horizonte temporal de nuestra generación. Vayamos madurando nuestros argumentos.