El mensaje de fondo parece claro: hace tan solo dos años y medio, a muchos les parecía demencial que alguien ofreciese mil millones de dólares… y hoy, dos años y medio más tarde, un banco de inversión afirma que esa misma compañía vale cuarenta veces más.
Por Enrique Dans, profesor de Sistemas de Información en el IE Business School
Un interesante artículo en GigaOm califica la adquisición de Instagram por parte de Facebook como uno de los mejores negocios de la década: una operación que tuvo lugar en abril de 2012, que se cerró inicialmente en mil millones de dólares.
Aunque finalmente, debido a las variaciones en la cotización de la acción de Facebook, se cerró en 715 millones , y que se contrapone con una valoración actual de Instagram llevada a cabo por Citigroup de nada menos que 35 mil millones.
Podemos hablar de lo que queramos: de los visos de realidad de ese tipo de valoraciones, basadas fundamentalmente en el número de usuarios activos y la capacidad de la compañía para generar publicidad para cada uno de ellos, o de la inestabilidad de un panorama en el que algunas aplicaciones parecen estar completamente de moda en un momento para caer completamente en desgracia al momento siguiente (from hot to not), pero el caso es que una empresa especializada en la valoración de activos emite esa valoración. Y que si la comparamos con, por ejemplo, los 1.650 millones que Google pagó por YouTube en octubre de 2006 frente a la valoración actual de la compañía, cifrada también en unos 40 mil millones, la verdad es que el negocio parece evidente.
Mientras en el caso de Instagram hablamos de una compañía que ingresa dinero mediante un tipo de anuncios que muy pocos calificarían como molestos y que parecen marcar en muchos sentidos la dirección a seguir por la publicidad, en el de YouTube hablamos de un servicio, obviamente más consolidado y mayoritario, pero en el que la publicidad suele ser considerada enormemente intrusiva y molesta, y para la que de hecho, parece llevar cierto tiempo meditando posibles alternativas.
La inestabilidad de tan fastuosas valoraciones parece ya parte del paisaje: ¿qué cosas no son inestables en los tiempos que vivimos? Pero el mensaje de fondo parece claro: hace tan solo dos años y medio, a muchos les parecía demencial que alguien ofreciese mil millones de dólares por una empresa que nunca había hablado de modelo de negocio… y hoy, dos años y medio más tarde, un banco de inversión afirma que esa misma compañía vale cuarenta veces más. La compañía, desde entonces, no ha hecho nada especial: prácticamente lo único que Facebook ha hecho con ella ha sido dejarla evolucionar de manera independiente sin inmiscuirse demasiado en su gestión, básicamente lo mismo que Google ha hecho con YouTube. Pero Instagram hoy tiene más usuarios que Twitter, y una valoración apoyada en transacciones reales, en intercambio de dinero que proviene de muchas empresas que quieren exponerse ante los ojos de muchos usuarios sin resultar por ello molestas. ¿Y Snapchat? Tras rechazar la oferta de adquisición de Facebook por tres mil millones y presuntamente una de Google por cuatro mil, su última ronda de financiación la valora en torno a unos diez mil. No está mal.
Nunca he sido amigo de las valoraciones basadas en multiplicadores más que para hacerme una idea rápida sobre algo. En el fondo, sigo pensando que una valoración tradicional mediante flujos de caja descontados en el tiempo mediante un porcentaje derivado fundamentalmente del riesgo inherente a la actividad proporciona resultados infinitamente más fiables y rigurosos. Sin embargo, el mundo entero parece empeñarse en dar por buenas las primeras, que generan números muchísimo más agresivos, ideales para un escenario especulativo. En mi caso, pude con ello hasta que llegó WhatsApp: ahí exploté ante lo que para mí parecía la cima de las barbaridades financieras, y ya veremos hasta qué punto el futuro dice que estaba equivocado.
En alguna oficina en Silicon Valley hay algún directivo que propuso en su momento una adquisición, dándose golpes en el pecho por lo bien que lo hizo, porque aquella compañía que adquirió fijando su precio mediante una valoración demencial ahora presuntamente vale cuarenta demenciales veces más. ¿Es de verdad cierto que algo vale tanto como un tercero está dispuesto a pagar por ello? ¿Estamos en una espiral en la que valoraciones ya de por sí especulativas son contrarrestadas con multiplicadores igualmente etéreos, y sumergidos en los inescrutables estados financieros de compañías más grandes? ¿Realmente valdría Instagram 40 mil millones de dólares si la pusiésemos a generar esos ingresos? ¿Los vale YouTube, con un registro de generación de ingresos más prolongado? ¿O Snapchat, que aún prácticamente no ha empezado a generarlos? ¿De qué estamos hablando realmente?