Ser freelance tiene un lado romántico, pero otro mucho más pragmático y hasta tragicómico. Como dice el autor del libro Autónomos, Toni García Ramón, “para nosotros, todos los días son lunes”. Veamos qué se puede hacer para sobrellevarlos con dignidad, nos dice Luis Meyer en un artículo de la revista ICON de El País.
1. Si apuntarte a la vida freelance es tu plan B…. Nunca deberías serlo
Flexible, proactivo, emprendedor, tolerante a la frustración, resilente y unos cuantos tecnicismos más: según Elisa Sánchez, psicóloga y experta en salud laboral, estas son las cualidades necesarias para cumplir con el perfil. Toni García Ramón los resume en un escueto: “Hay que ser soldado de infantería”. Los tópicos, no por ello menos reales, se suceden cuando uno se refiere a quienes trabajan por cuenta propia: disponer del tiempo, no depender de un jefe, poder trabajar a dos metros de la cama –o directamente en la cama-… Pero no definen en absoluto la condición de freelance. “Ser el emprendedor que se busca la vida y los clientes requiere una motivación e iniciativa importantes, saber posponer su refuerzo, y aunque no consiga un cliente o no le paguen, ser capaz de mantener la motivación. Saber encarar un no, en definitiva”, cuenta Sánchez. García Ramón añade: “No solo eres profesional en lo tuyo. También eres comercial, gestor, relaciones públicas, contable y hasta cobrador del frac”. Con la crisis, muchos desempleados se animan a montárselo por su cuenta, pero no siempre es la decisión acertada, según la psicóloga: “Algunas personas no tienen vocación o personalidad para serlo, pero se ven obligados a ser freelance por su situación. No suele salir bien”.
2. Una mesa de trabajo desordenada y llena de objetos inservibles queda muy bien en el documental de Nick Cave. Pero tú no eres Nick Cave; él ya tiene la vida resuelta
En una oficina eres más ordenado, por una cuestión de decoro. Pero cuando yo trabajaba en casa tenía unos hábitos bastante insanos
T.G., programador web
Un cenicero rebosante de colillas, tazas de café apiladas, un par de ejemplares de la revista Guitar Player desperdigados… Así era la mesa de T.G. cuando trabajaba en su casa como freelance. Ahora está contratado y cumple sus ocho horas en una empresa: lo máximo que puede disturbar el orden de su puesto de trabajo es un post-it pegado en una esquina de la pantalla del ordenador. “En una oficina eres más ordenado, por una cuestión de decoro. Pero cuando yo trabajaba en casa tenía unos hábitos bastante insanos. Dejarse llevar cuando eres freelance es fácil”, cuenta este programador web de 40 años. Las empresas deben cumplir rigurosamente con las condiciones impuestas por real decreto y están sometidas a inspecciones de Trabajo. A un freelance nadie le controla el lugar donde ejerce su profesión… Aunque sea el más inadecuado. “Los autónomos deberían aplicarlo para estar más confortables: iluminación natural, silla ergonómica, un área despejada en la mesa, la postura idónea, que no haya ruido… Incluso un reposapiés si es necesario. Crearse, en definitiva, un espacio de confort para rendir como se debe y de forma sana”, opina Elisa Sánchez, y advierte: “Nadie lo va a hacer por nosotros”.
3. Eres tu jefe. Más te vale llevarte bien contigo mismo
Toni García Ramón, periodista freelance, explica por qué ha escrito un libro como Autónomos: “Me ha interesado el tema porque creo no lo entendería ni Stephen Hawking. Es algo burocrático, alambicado, opaco, espeso… Me gustaba la idea de contar esto desde dentro, llevo casi 20 años como autónomo y era necesario darle un punto de humor, porque ya me parecía bastante trágico el tener que soportar toda la burocracia que conlleva serlo como para encima hacer un libro que contribuyera a fomentar más el drama. Lo usé para psicoanalizarme, saber qué he hecho mal en todo este tiempo”. Ok. Ser freelance no es la panacea. Aunque el hecho de no tener jefe suene tan bien, es un regalo envenenado. Un freelance no tiene un jefe: tiene tantos como sea su éxito –o sea, tantos como clientes- y, sobre todo, uno que no le va a dejar en paz ni de día no de noche: él mismo. Lucía Pérez (prefiere no dar su nombre real) es periodista freelance desde hace años: “Me da muchas preocupaciones, pero si lo pongo en la balanza, prefiero la libertad de horarios y de curro que tengo. No me gusta que un jefe me diga cuándo se me cae el boli y puedo irme a casa. Eso lo decido yo. La estabilidad de un sueldo a fin de mes tampoco sirve de mucho, porque estamos todos en la cuerda floja. Si te quieren echar, te echarán, igual que un cliente que decide prescindir de tus servicios”. T.G. añade: “Cuando eres tu propio jefe eres más honesto con tu trabajo: si pierdes el tiempo mirando Facebook, luego lo recuperarás porque tienes una fecha de entrega sí o sí, aunque tengas que trasnochar. En una oficina mucha gente pierde el tiempo navegando por Internet o mirando correos, y cuando llegan las seis de la tarde se van, hayan producido o no”.
4. No te olvides de salir de copas
A veces consigues tus mejores curros tomando unas cervezas, o en una fiesta, cuando un amigo te presenta al amigo de un amigo que curiosamente está montando algo que tiene que ver con tu sector y acabáis intercambiando los teléfonos
Más allá de la pantalla de un móvil, una tableta, un portátil (y en breve, hasta la de un reloj y unas gafas), hay un mundo real y tangible compuesto por moléculas en lugar de píxeles. Y no está tan mal. García Ramón lo explica de forma meridiana: “Lo que hoy se define como networking, hasta hace poco se llamaba sencillamente salir de copas. Uno pasa tanto tiempo embarcado en otras aventuras digitales que se le olvida que nada funciona tan bien como ir a llamar a la puerta de alguien para explicarle quién eres. Ahora hacemos eso por mail, o por Linkedin, o con un simple Whatssapp, pero es un error limitarse a eso. A veces consigues tus mejores curros tomando unas cervezas, o en una fiesta, cuando un amigo te presenta al amigo de un amigo que curiosamente está montando algo que tiene que ver con tu sector y acabáis intercambiando los teléfonos. Estas inercias existen igual que antes, cuando no existían los móviles o Internet, y sin embargo ya no se explotan. El cuerpo a cuerpo sigue siendo fundamental. A veces nos olvidamos de que somos infantería”.
5. ¿Quieres ordenar tu caos? Ten hijos.
Al contrario de lo que dictan los cánones de una vida familiar plena –trabajo estable, pareado en barrio residencial y un monovolumen aparcado en la puerta pero, sobre todo, trabajo estable- a un trabajador freelance le puede sentar muy bien tener hijos. La entropía en la que siempre ha estado inmerso muta de pronto en un orden regulado y, sobre todo, anticipado. Criar es una cosa muy seria. “Mi casa es mi oficina. Tengo una habitación convertida en despacho, me levanto por la mañana, doy el desayuno a mis hijas, hago la compra, me siento a trabajar tres horas, hago la comida, siestas, trabajo otro poco, luego las llevo al parque…”, relata Jaime de Alfonso, consultor freelance en proyectos de cooperación al desarrollo. Claro que su profesión es algo atípica, porque gran parte la lleva a cabo en el terreno, es decir, en los países a los que presta consultoría: “La mayor parte de mi trabajo la hago fuera de España. Ahí es cuando aprovecho para dormir. No hay nada más maravilloso que una buena dosis de tranquilidad y silencio para darte cuenta de que echas de menos a tus hijas”. A sus 39 años, tiene pareja y dos pequeñas que no llegan a los dos años. Hasta hace poco, cuando era soltero, tenía más capacidad de improvisación. “Me bastaba con saber que todos los años tenía siempre 4.000 euros ahorrados para cubrir imprevistos: ahora, con dos hijas, esta cantidad se multiplica por cinco. Si me rompo una pierna, dejo de cobrar facturas”, cuenta, y añade: “Además, antes solía ir a trabajar con el ordenador a cafeterías del barrio. Ahora me siento más tranquilo si trabajo en casa, cerca de mis hijas: aunque berreen o reclamen mi atención todo el rato, me concentro más sabiendo que las tengo a mano”.
6. Una tabla de Excel, además de despreciable por compleja y fea, también es tu tabla de salvación
Estuve varios años en otro país de corresponsal, allí me pagaban bien, volví a España y aquello me permitió ahorrar, y sobrevivir todos estos años. No tengo hipoteca, ni hijos ni crédito alguno, eso me da libertad
Lucía Pérez (nombre figurado), periodista
“Tengo un Excel que me he personalizado, un cronograma de ingresos y gastos que llevo al día, para evitar sustos”, cuenta Jaime de Alfonso. Lucía Pérez no usa Excel, pero lleva muy al día sus cuentas. “Es necesario tener siempre una reserva cuando eres freelance”, aconseja, “no solo porque pueden venir periodos más flojos de trabajo, sino porque muchas veces nos pagan más tarde de lo prometido. Yo, por ejemplo, debía cobrar una factura el pasado 26 de febrero, pero el dinero no llegó hasta el 3 de marzo. Para entonces ya me habían pasado el recibo del alquiler, de la luz, del teléfono… Si no hubiera tenido cierto colchón en la cuenta no hubiera podido afrontarlo. En cualquier caso, es difícil. Estuve varios años en otro país de corresponsal, allí me pagaban bien, volví a España y aquello me permitió ahorrar, y sobrevivir todos estos años. No tengo hipoteca, ni hijos ni crédito alguno, eso me da libertad. De no ser así, no sé muy bien si podría permitirme ser periodista freelance”. Según García Ramón, “cuando te das de alta en el régimen de autónomos de la Seguridad Social, es como si te pusieran un tatuaje. Lo eres de por vida. Eso obliga a quienes cobran poco a darse de alta solo tres meses al año para acumular todas las facturas y pagar menos cuotas a la seguridad social, pero claro, si te pillan te joden vivo. Perseguir facturas, perseguir pagos…. Es el pan nuestro de cada día. Yo dedico muchas veces más tiempo a eso que a escribir”.
7. Cada vez que tiras los precios, machacas a las generaciones venideras… Y a ti mismo
García Ramón lo tiene claro: “Todos nos vendemos por un euro. En general lo hacemos mal. Según mi experiencia en Reino Unido, no puedes decirle a un cliente: ‘Voy a hacer el trabajo que hace el otro por la mitad’. Primero, porque tienen sentido de la lealtad y se lo contarán a ese otro, y te harán quedar fatal; segundo, porque directamente te mandan a la mierda. En España tiramos los precios, se lleva el regateo. ¿Cómo esperas que a la generación venidera le paguen X por algo si tú has aceptado que te paguen X-1.000? Algunos incluso trabajan prácticamente gratis cuando están empezando como autónomos, para darse visibilidad en su sector. ¡Y muchos ya tienen 40 años! Desde luego, esta gente debe asumir que debe cambiar de profesión. Pasa en muchos sectores, desde periodistas a transportistas. ¿Por cuánto puedes conseguir hoy que te hagan una mudanza? ¡60 euros! Eso hace años era inimaginable. Haciendo eso, solo descapitalizas tu trabajo”. Lucía Pérez añade: “La clave para ser freelance y no morir en el intento, es no pensar jamás a cuánto te pagan la hora. Si te quedas con ese dato, tiras la toalla automáticamente”.
8. Un espacio de coworking no es una cafetería hipster, aunque esté lleno de hipsters
El ‘coworking’ cumple con la cuadratura del círculo, puesto que un ‘freelance’ mantiene su autonomía e independencia y al mismo tiempo se beneficia de lo bueno de trabajar en una oficina
Llevan implantados muchos años en otros países de Europa, y unos pocos en el nuestro. Cada vez hay más y cumplen con la cuadratura del círculo, puesto que un freelance mantiene su autonomía e independencia y al mismo tiempo se beneficia de lo bueno de trabajar en una oficina, a saber: orden, un horario más o menos coherente e interacción con otros seres vivos, en lugar de encerrarse en casa condenado a una desaliñada vida de hurón. Además, en los espacios de coworking –en román paladino: espacios comunes de trabajo- normalmente coinciden trabajadores de sectores afines, las llamadas profesiones liberales, y no es descartable conseguir un trabajo, o una colaboración, de las personas que trabajan alrededor. Pero ojo, también tiene su trampa. “Normalmente son estancias diáfanas, por eso hay que cuidar mucho el tipo de gente que entra a trabajar allí. A veces alguien se puede poner a hablar por teléfono mil horas en voz alta, u organiza un Skype en su mesa en lugar de irse a la sala común de reuniones, pero son casos muy puntuales”, cuenta Noelia Maroto, responsable del espacio coworking Dcollab, en Madrid. “En un sitio como este hay que controlar dónde poner el foco; el objetivo es estar receptivo y abierto, porque la idea es que se creen sinergias y salgan proyectos comunes, pero no hay que olvidar el trabajo, la tarea que tiene cada uno. Evitar el: ‘ahora te cuento mi vida porque nos hemos hecho amigos’”, aclara. Precisamente por eso, Dcollab cuenta también con varios despachos con puertas correderas en los que uno puede decidir si mantenerse abierto al resto del espacio o aislarse con su equipo.
Pablo Blázquez tiene un concepto más pragmático: “Es un entorno agradable de trabajo a un precio competitivo. Hay gente que va a un coworking a establecer una red, a hacer comunidad, pero no hay que engañarse: estos espacios ayudan, pero los contactos los haces moviéndote bien en el exterior, entre la gente de tu sector”. Este periodista es fundador y director, a sus 35 años, de la revista Ethic, sobre economía sostenible. Su equipo ha ido creciendo y tras pasar por un par de espacios coworking ha montado su propia oficina de redacción o, como él la llama, su cuartel general. “Yo, cuando trabajaba en casa era feliz, eso sí, también tiene que ver que mi trabajo exige ver a mucha gente, no me limitaba a mi salón. Supongo que esos espacios tienen más valor para un diseñador o un programador, con trabajos más individuales, que si los realizaran en casa podrían pasarse días enteros sin ver otras caras”. Un programador como T.G., que no dudaría en volver a ser freelance, propone fórmulas para no acabar pareciendo un misántropo con síndrome de Diógenes. “Normalmente, en mi sector trabajas solo, pero siempre en proyectos que requieren de otros colaboradores. Lo ideal sería que todos nos juntáramos, formar equipo de forma presencial y no vía mail, y de esa forma interactuar con otras personas. Un coworking puede ser una vía para esto”.
9. Estás en uno de los peores países de Europa para ser autónomo: eres tan necesario como un soldado, pero tan invisible como la atmósfera… Menos cuando hay elecciones
Cuenta García Ramón: “La perspectiva social sobre el freelance es que vivimos muy bien. Que trabajamos cuando queremos, nos levantamos cuando queremos, no tenemos jefe… La realidad es muy distinta. A lo mejor nos levantamos a las 11, pero a las 3 de la mañana estamos trabajando. O descansamos un martes, pero el domingo estamos al pie del cañón. ¿Cómo computas esos 10 minutos que has hecho una llamada de trabajo entre cerveza y cerveza? Nosotros no desconectamos nunca. Ni del móvil, Whatsapp, Facebook, Twitter, mail… Pero lo peor que tenemos que soportar es una legislación que va claramente en nuestra contra. Que no haya ventanilla única es lamentable. Pero aún más que no haya manera de acceder a crédito. Si quieres montar una revistilla con dos chavales, nadie te va a apoyar. Nadie te concede dinero hoy en día. Yo he trabajado en muchos países y el acceso al crédito para pequeños proyectos es más sencillo. Aquí no. Aunque presentes papeles, garantices solvencia y tengas todo preparado, conseguir 10.000 euros para empezar es como intentar acceder a una auténtica fortuna. Muchos teóricos y políticos aseguran que el futuro laboral estará formado fundamentalmente por autónomos. Y sin embargo, en España, somos el sector al que se le ponen más palos en las ruedas. En el pago de la seguridad social, debería haber un escalado de las cuotas en función de lo que ganes, exenciones cuando tienes un mal periodo… Aquí no hay flexibilidad ninguna. Y la Ley de Caja con la que el PP nos prometió que nunca íbamos a volver a adelantar un IVA si no cobrábamos antes, ha sido un auténtico desastre. Las cosas siguen igual que siempre. Pero en fin, ahora volvemos a tener elecciones, es una buena época para nosotros, porque de repente los políticos se acuerdan de que estamos ahí y nos prometen de todo, hasta masajes shiatsu”.
10. Deja de leer este artículo y ponte a trabajar (o a rellenar los impresos del IVA, o a preparar facturas, o a buscar clientes, o….)