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A pesar de los tiempos que corren, de la que está cayendo y de que no está la cosa para quejarse, no podemos olvidar que hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar, como dice tu cuñado.

Es decir, no olvidemos que hay cosas mucho más importantes que el trabajo, como por ejemplo las croquetas, los sofás muy grandes y tener resaca alguna que otra mañana. Con ánimo de recordar prioridades, aquí te dejamos unas cuantas señales de alarma: si te reconoces es que estás trabajando demasiado. Y eso es algo que hay que evitar a toda costa, destaca con su particular humor la revista GQ de España.

1. Ahorras. Hoy en día sólo es posible ahorrar si tienes un sueldo formidable o si trabajas tanto que no tienes tiempo para gastar dinero, aparte de lo que se pueda ir en alquileres y otros gastos que tu banco tiene a bien descontarte. Es decir, tienes ahorros porque hace tres meses que no entras en un bar.

2. De hecho, hace tanto tiempo que no vas a comprar ropa que la casaca se te está descosiendo y los calzoncillos están completamente descoloridos. Además, la peluca está deshilachada y la golilla es de un diseño pasadísimo de moda: ahora se llevan más pequeñas.

3. No ves la luz del sol desde el 4 de agosto de 1997. Tu piel tiene un tono verdoso por culpa de los fluorescentes.

4. Un domingo por la mañana apagaste el móvil y diez minutos más tarde había una ambulancia en tu casa porque te había dado una angina de pecho.

5. Las fronteras son cada vez más borrosas y encuentras objetos cotidianos fuera de su entorno natural. Por ejemplo, una cuchilla de afeitar en el cajón de tu mesa. Un informe en la mesa del comedor. Una camisa de repuesto en un armario de la oficina. Llamas papá a tu jefe o mamá a tu jefa. Llamas cariño al perchero.

6. Tu trabajo es una birria. Cuando trabajas demasiado, también estás demasiado cansado para hacerlo bien. Tus días se han convertido en una sucesión de fechas de entrega, listas de tareas pendientes, reuniones y conversaciones telefónicas cuyo único objetivo es que nadie te grite mucho.

7. Hace unos días comiste con tus padres y te hablaban de usted.

8. Tu móvil está lleno de notificaciones en rojo. Centenares de mails sin contestar. Grupos de whatsapp desatendidos. Actualizaciones de apps y sistemas operativos pendientes. Si tanto te gusta tener tiempo para jugar con tu teléfono, vete a tu amada Cuba.

9. Te muestras especialmente irritable, como aquel día en el que te hicieron un comentario sobre tus ojeras y prendiste fuego a la oficina.
Hubieras agradecido los seis años de cárcel si no fuera porque tu jefe te pidió que te llevaras unos expedientes para revisarlos.

10. Tu cuenta de Instagram es una colección de fotos de grapadoras, comentadas y puntuadas del 0 al 10.

11. Tu mejor amigo se llama Juan. O Ramón. Quizás Alfredo. Era este tío alto, de pelo castaño, que siempre decía aquello tan gracioso, ¿cómo era? Sí, hombre. Uno que estudió contigo. Que tiene una novia. O un novio. Quizás era un hermano. No, espera, un gato. Tenía un gato. En el maletero del coche. La protectora de animales le denunció.

12. Te deben días de vacaciones desde hace tantos años que están en pesetas.

13. Pasas las dos primeras horas de la jornada laboral redactando tu lista de tareas pendientes. Y has comenzado a añadir cosas como: respirar, breve pausa para llorar a escondidas sin saber por qué, gritarle a alguien, tirar el teléfono por la ventana, masticar la corbata del director general, reflexionar durante 30 segundos sobre si algo de lo que hacemos tiene algún sentido, concluir que lo más probable es que no.

14. Te duelen partes del cuerpo al azar.

15. No quieres que contraten a más gente porque perderías demasiado tiempo enseñándoles lo básico y es más fácil hacerlo tú, como todo, porque en esta empresa nadie sabe hacer nada. ¡NADIE! Un día me hartaré y me iré para no volver jamás. Entonces se darán cuenta de lo que valgo y lamentarán no haber cerrado por fuera, como les pedí. ¡Encerradme hasta que acabe este informe! ¡TENGO AGUA PARA SEIS DÍAS Y UN CUBO!

16. Cuando alguien te pregunta tu nombre contestas: “¡NO LO SÉ, HACE MUCHO QUE NADIE ME LO PREGUNTA! ¿POR QUÉ ME LO PREGUNTAS? ¿QUÉ QUIERES DE MÍ? ¡DEJA DE MANIPULARME! ¡NO TENGO TIEMPO PARA ESTOS JUEGOS PSICOLÓGICOS! ¡CREO QUE TE AMO! ¡POR FAVOR, CÁSATE CONMIGO! ¡NO ME MIRES! ¡BASTA, NO ME MIRES! ¡LARGO DE AQUÍ! ¡NO QUIERO VOLVER A VERTE JAMÁS!”

17. En tu lecho de muerte reunirás a tus tres hijos y les preguntarás cómo se llaman. Luego pasarás a explicarles cómo preparaste el contrato de Huérfanos de Simancas, que supuso que en 2019 tu empresa volviera a beneficios. Concluirás la divertidísima anécdota (“y le dijo, jajaja, sinergias…”) con un: “Recordad, hay que pensar en el largo plazo. Si el cliente tiene un balance sólido, que firme por cinco… años”. Cerrarás los ojos antes de exhalar por última vez. Habrás tenido una vida plena. Lo único que lamentarás es no haber pasado más tiempo en ese sitio… ¿Cómo se llamaba? Ah sí, “casa”. Parecía agradable.

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