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Nuño Dominguez, en un informe en el Diario El País, predice que las nuevas tecnologías nos ayudarán a superar los mayores retos que afrontamos como especie, pero también pueden crear un mundo más desigual.

“Estamos a punto de ver una revolución que va a alterar la condición humana”, dice el neurobiólogo español Rafael Yuste. El ideólogo de Brain, el mayor proyecto de investigación del cerebro lanzado por EE UU, cree que en unas dos décadas se puede haber descifrado “el código cerebral”, algo parecido al genoma humano y que revelará, por primera vez, cómo 85.000 millones de neuronas se disparan y conectan entre sí para generar ideas, recuerdos, emociones, imaginación y comportamiento, la esencia de lo que somos.
Con el tipo de escáneres cerebrales que ya existen en cualquier hospital se está empezando a “adivinar lo que la gente está viendo, casi lo que está imaginando”, explica el científico. En 2050 se podría analizar la actividad cerebral de una persona para saber qué está pensando e incluso manipularla para controlar sus actos. Probablemente esas tecnologías se unan al desarrollo de la computación y la inteligencia artificial. “El lado bueno es que los humanos podríamos aumentar nuestras capacidades mentales” y “ayudar a pacientes con enfermedades cerebrales, neurológicas o mentales”, explica Yuste. Estas tecnologías también podrán alterar el cerebro de personas sanas, violar su privacidad hasta límites insospechados, dinamitar conceptos como la identidad personal y poner en duda quién es responsable de un acto, el humano o la máquina a la que está conectado. ¿Y si además hay un grupo de privilegiados con cerebros conectados a computadores y acceso a información que el resto de la gente no tiene?

“Antes de que empiece todo esto tenemos la obligación de pensar con cuidado sobre el futuro y diseñar reglas éticas para que estas tecnologías se usen para el bien de la humanidad”, resalta este científico, que trabaja en la Universidad de Columbia, en Nueva York. “Necesitaríamos proteger nuestros derechos cerebrales como si fuesen un derecho humano”, resalta.
La tecnología de la que habla Yuste, junto con la edición genética, la computación o la inteligencia artificial, puede ser determinante para el futuro de nuestra especie. En este reportaje, expertos internacionales en esos campos ofrecen sus pronósticos sobre El mundo en 2050, un tema que centrará un evento organizado conjuntamente por OpenMind y Materia, la web de ciencia de EL PAÍS, que se celebró en Madrid el 15 de noviembre.
En Berkeley, California, se trabaja con la herramienta de edición genética CRISPR. Desarrollada en 2012, permite editar el genoma de muchos seres vivos, incluidos los humanos, con tanta facilidad que se la compara con un editor de textos.
“Es muy probable que en 2050 nazcan bebés genéticamente modificados con CRISPR u otra técnica”, explica Kevin Doxzen, del Instituto de Genómica Innovadora y antiguo colaborador de Jennifer Doudna, una de las inventoras de esta técnica. La edición genética también permitirá concebir niños con cualidades seleccionadas, como altura o capacidad visual, asegura.
En 2050, la población mundial rozará los 10.000 millones de personas —el país más poblado será India—, según Naciones Unidas. Habrá que aumentar la producción agrícola un 70% respecto a los niveles actuales. El cambio climático obligará a usar cosechas resistentes a la sequía y a las inundaciones, que serán más frecuentes, y las nuevas tecnologías de edición genética serán claves para producir plantas modificadas que aguanten esas amenazas.
El gurú de la genómica George Church está desarrollando una nueva tecnología que podría ser el sucesor de CRISPR. Se trata de las recombinasas, enzimas que permiten modificar la estructura del genoma produciendo menos errores y de una forma aún más sencilla, explica este investigador de la Universidad de Harvard. Su equipo ha creado con esta técnica una bacteria con el 67% de su genoma editado que es resistente a muchos virus. “Ahora queremos crear inmunidad a todos los virus conocidos en todas las especies que nos importan, microbios industriales como los que producen lácteos, plantas y animales usados en agricultura, y células humanas para trasplantes y terapias”, resume. Sobre los riesgos que pueden entrañar estos avances si se usan mal, el experto reclama conocimiento y participación. “Para tener un impacto necesitamos que muchos más ciudadanos se pongan a dialogar sobre esta revolución genética, al igual que en 1992 necesitábamos más atención de la gente antes de que la revolución de Internet despegase”.

El despegue de estas y otras tecnologías, como la inteligencia artificial y la robotización, coincide con unos niveles de desigualdad nunca vistos en los países ricos. Algunos expertos, incluidos los del Banco Mundial, lo achacan en parte a la tecnología. Europa registra una creciente brecha entre los más ricos y los más pobres, según un informe de la OCDE publicado este año. Países como España o Grecia, con el lastre añadido del paro, están entre los que más sufren este problema. “Muchos europeos son cada vez más pesimistas sobre las posibilidades de que sus hijos tengan una vida mejor que ellos”, alertaba el estudio. “Hay más gente que piensa que el esfuerzo individual no sirve para llegar a lo más alto o que el trabajo duro no puede compensar el venir de una familia pobre”, un caldo de cultivo perfecto para los populismos, añadía el trabajo. Los padres quieren darles a sus hijos las mayores ventajas posibles frente al resto, una mejor alimentación, educación, herencia económica. Si en el futuro también existe la posibilidad de darles ventajas a través de la genética o la neurociencia ¿alguien duda de que lo harán?
“La innovación tiende a aumentar las brechas de ingresos en una sociedad, así que las sociedades más desiguales van a ver un mayor aumento de este problema y, probablemente, más resistencia a la innovación”, advierte Calestous Juma, experto en innovación y cooperación internacional de la Universidad de Harvard (EE UU) que ha estudiado cómo, en los últimos 600 años, gobiernos, autoridades religiosas y empresas han hecho todo lo posible para impedir la llegada del café, los transgénicos, los frigoríficos o la música grabada, entre otras innovaciones. La forma de reducir la “ansiedad” que generan todos estos cambios es facilitar el acceso universal a esas tecnologías y fomentar la educación. “La clave para que se acepten es que sean algo compartido”, resalta Juma.

Uno de los lugares donde más se siente esta brecha es Silicon Valley, sede de Google, Apple y otros gigantes de la tecnología. En esta zona de California, el sueldo medio del 1% más rico llega a los 4,2 millones de dólares al año, casi 50 veces el del 99% más pobre, según el Centro de Presupuesto y Política de California. Desde hace unos años, grupos de manifestantes apedrean a los autobuses de algunas de estas empresas en protesta por la gentrificación asfixiante.
“La clase de trabajadores con un nivel medio de formación, por ejemplo administrativos, es la más afectada”, explica Ramón López de Mántaras, director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del CSIC. “Mientras”, añade, “los trabajadores de más alto nivel ganan cada vez más dinero. Las empresas tecnológicas están pagando hasta medio millón de dólares al año a recién doctorados en inteligencia artificial, porque hay muy pocos”, explica. Las personas con sueldos más bajos siguen teniendo empleo, aunque con sueldos cada vez menores. “Este sí es un problema a resolver, porque una sociedad capitalista de consumo no se puede sostener solo con los más ricos, es un tiro en el pie, aunque es probable que el problema se solucione y aparezcan nuevos empleos en los que nadie piensa ahora, como nadie pensaba hace 10 años en ganarse la vida como community manager”, opina López de Mántaras.

En los países en desarrollo la desigualdad se está reduciendo, aunque las diferencias siguen siendo brutales. Un niño que naciese hoy en Sierra Leona vivirá hasta los 50 años, pero si nace en Japón llegará hasta los 83 o más, según la Organización Mundial de la Salud. Esas disparidades en la esperanza de vida se están acortando. El mundo de 2050 tendrá muchas más personas mayores y menos natalidad. Para esa fecha, el número de personas con más de 65 años en los países en desarrollo habrá aumentado un 250% respecto a 2010 y habrá 10 veces más personas con 100 o más años en todo el mundo. Si continúa la tendencia de envejecimiento como hasta ahora, las principales causas de muerte en los países en desarrollo serán ya idénticas a las de los países ricos, enfermedades crónicas como el cáncer, las dolencias cardiovasculares y la diabetes, y no las causadas por virus y parásitos, aunque estas seguirán matando y mucho.
Puede que para entonces no sea nada polémica la maternidad a los 60 años o más. “Ahora mismo, el principal impedimento para los embarazos a esas edades es que supone una amenaza para la salud, pero si, como es de esperar con el progreso de la esperanza de vida, a esa edad estás como a los 40, los riesgos serán mucho menores”, explica José Remohí, presidente del Instituto Valenciano de Infertilidad. Otro adelanto que podríamos ver en 2050, dice, es la creación de gametos —óvulos y espermatozoides— a partir de células somáticas del paciente, extraídas de la piel, por ejemplo, y que podrían permitir tener hijos a hombres estériles o mujeres que ya no tienen óvulos.

En el frente del cáncer la tendencia es hacia un tratamiento personalizado en función del genoma y la detección precoz de tumores gracias a la detección de marcadores tumorales en análisis de sangre, explica Ruth Vera, presidenta de la Sociedad Española de Oncología Médica, para quien es difícil predecir qué otros adelantos pueden llegar en 30 años. “Cuando estaba haciendo la residencia en el año 1996 lo único que había era quimioterapia. Ahora gracias a la inmunoterapia y otros tratamientos hemos pasado de ir solo contra las células del tumor a usar el sistema inmune contra él, atacar su sistema vascular y hasta el estroma, que es el espacio que hay entre las células tumorales”, señala. Uno de los retos a superar es el exorbitante precio de los tratamientos más novedosos, por ejemplo la nueva terapia génica aprobada en EE UU, que cuesta casi 400.000 euros por paciente.
Uno de los frentes más inciertos es el de las enfermedades del cerebro. De aquí a 2050 habrá tres veces más casos del alzhéimer. Yuste recuerda que el consorcio Brain está buscando nuevas formas para ayudar a pacientes con esta dolencia, así como esquizofrenia, párkinson depresión o autismo. Europa, Japón, Corea del Sur, Australia, Canadá e Israel también han puesto en marcha proyectos similares y pronto China va a anunciar un programa “gigantesco” en este campo. El neurobiólogo es optimista con lo que puede traer el futuro. “Nos entenderemos nosotros por dentro, hablarás con una persona y te darás cuenta de la maquinaria que tiene dentro del cráneo. No es una caja negra, sino algo increíble. Eso llevará a más respeto entre las personas. La inteligencia suele ir asociada con menos conflictos”.

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