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Escribe Julio Rodriguez Morano, Director & Publisher de ManagementSociety

Comenzamos este artículo con insultos, nada menos que en su titular, como si ya, lamentablemente, se hubiera convertido en algo absolutamente normal y como estos se han trasladado al día a día,  a la convivencia de la sociedad, en el uso del lenguaje diario.

En el año 2019, cuando Javier Milei aún no había decidido ser candidato a nada, el prestigioso politólogo italiano Giuliano da Empoli publicó un texto fascinante titulado Los ingenieros del Caos. En este libro, Da Empoli analiza las estrategias utilizadas por los artífices de las campañas electorales que impulsaron el Brexit en el Reino Unido, llevaron al poder a figuras disruptivas como Donald Trump en Estados Unidos y Viktor Orbán en Hungría, y catapultaron la popularidad del cómico Beppe Grillo en Italia. En todos estos procesos, se repiten ciertos elementos clave: insultos, fake news, operaciones en redes sociales, enojo y algoritmos.

…los líderes políticos recurren a estas tácticas para crear enemigos comunes, mantener la atención del público y movilizar a los votantes a través del miedo y la ira.

Noam Chomsky, en sus análisis sobre el poder y la manipulación política, ha abordado cómo la polarización puede ser alimentada por estrategias agresivas, como los insultos y la retórica divisiva. Según él, los líderes políticos recurren a estas tácticas para crear enemigos comunes, mantener la atención del público y movilizar a los votantes a través del miedo y la ira. En este contexto, los insultos no solo buscan desacreditar al oponente, sino también reforzar la identidad grupal del electorado.

Chomsky también señala cómo el uso de insultos es una forma de deslegitimar al oponente político. A través de esta táctica, los políticos pueden hacer que los votantes vean a sus rivales como indeseables, incompetentes o incluso peligrosos. Esto refuerza la idea de que «no hay alternativa» a la figura política dominante, ya que cualquier oposición es sistemáticamente descartada como ilegítima o perjudicial para la sociedad.

En este sentido, los insultos actúan como una manera de invalidar no solo al oponente individual, sino también las ideas y propuestas que puedan poner en peligro el status quo. Esto se conecta con la forma en que Chomsky entiende el control ideológico: la demonización de la oposición es una técnica para reforzar un sistema de creencias que favorezca a las élites.

 Desinformación y distracción

Chomsky también se refiere a cómo los insultos y la manipulación del lenguaje sirven como distracción ante problemas más profundos, como la desigualdad económica, las políticas exteriores fallidas, o la corrupción sistémica. En lugar de discutir estos temas, los políticos pueden usar los insultos como un mecanismo de distracción para mantener la atención del público en conflictos superficiales y discusiones de personalidad.

Esto se alinea con su crítica más amplia al sistema de propaganda, donde los medios de comunicación desempeñan un papel crucial en alimentar la polarización y la división, desviando la atención de los problemas estructurales.

 

El insulto como herramienta de disrupción

Una de las ideas centrales de Da Empoli es que «no hay insulto o broma demasiado vulgares si contribuyen a la demolición del orden dominante». Esta afirmación ayuda a entender el ascenso de figuras como Trump y Milei, quienes han basado su estrategia de comunicación en la descalificación de sus oponentes y la provocación constante. Para estos líderes, el insulto no solo es un recurso de ataque, sino también un medio para conectar con un electorado que se siente marginado o descontento.

El uso del insulto como estrategia política se ha convertido en un recurso clave para ciertos líderes en el siglo XXI. Donald Trump en Estados Unidos y Javier Milei en Argentina son dos ejemplos emblemáticos de esta tendencia…

El uso del insulto como estrategia política se ha convertido en un recurso clave para ciertos líderes en el siglo XXI. Donald Trump en Estados Unidos y Javier Milei en Argentina son dos ejemplos emblemáticos de esta tendencia, en la que el lenguaje agresivo y la descalificación de adversarios juegan un papel central en sus discursos. Su estilo comunicativo desafiante no solo ha generado controversias, sino que también ha demostrado ser eficaz en la construcción de un electorado fiel y movilizado. Este fenómeno plantea interrogantes fundamentales sobre las razones de su eficacia y la aceptación de los ciudadanos ante esta retórica.

 El insulto en la política no es un fenómeno nuevo, pero su sistematización como estrategia electoral ha adquirido una relevancia inédita con Trump y Milei

 El insulto como estrategia comunicativa

El insulto en la política no es un fenómeno nuevo, pero su sistematización como estrategia electoral ha adquirido una relevancia inédita con Trump y Milei. Ambos han recurrido a descalificaciones dirigidas contra opositores, periodistas, élites y organismos internacionales, estableciendo una narrativa de confrontación que moviliza pasiones.

Trump ha utilizado apodos despectivos como «Crooked Hillary» (Hillary Clinton), «Sleepy Joe» (Joe Biden) y «Little Marco» (Marco Rubio) con el objetivo de ridiculizar a sus oponentes y reforzar su imagen de outsider. De manera similar, Milei ha empleado calificativos como «zurdos de mierda» para referirse a sus adversarios políticos y «casta» para englobar a la dirigencia tradicional, presentándose como una alternativa antisistema.

Desde la teoría de la comunicación política, se ha analizado este recurso desde la provocación calculada, donde el objetivo no es solo desacreditar al adversario, sino también generar una respuesta emocional en el electorado. Según George Lakoff, los marcos cognitivos influyen en la percepción del discurso político, y el lenguaje agresivo puede activar estructuras mentales que refuerzan la identidad de grupo y la oposición con el «otro».

Desde la psicología política, se ha identificado que el insulto cumple una función catártica para ciertos sectores de la población que perciben el sistema como corrupto o ineficiente. La expresión de desprecio hacia élites, periodistas o minorías puede ser vista por los seguidores de estos líderes como una forma de reivindicación contra una estructura que consideran opresiva.

 

La lucha por la atención y la seducción del electorado

Según el reconocido analista Moises Naím, en la era de la sobrecarga de información, los políticos deben encontrar maneras de captar la atención de los ciudadanos para movilizarlos. Aquí es donde entra el uso del insulto como una estrategia eficaz. En sus escritos, Naím menciona que los insultos y el lenguaje agresivo tienen un fuerte poder de atracción porque apelan directamente a las emociones de los votantes, especialmente a sus sentimientos de indignación, desconfianza u odio. Al atacar al «enemigo» político, los líderes logran movilizar a sus bases al crear una sensación de urgencia y justicia.

En este sentido, los insultos sirven no solo para desacreditar a los opositores, sino para seducir a los electores con una narrativa emocionalmente cargada que los hace sentir parte de una lucha crucial. Naím sostiene que la polarización en la política contemporánea está siendo alimentada por este tipo de tácticas agresivas, ya que divide a la sociedad en dos bandos que se sienten en una batalla constante por el control político.

Cuando la política se reduce a una lucha entre buenos y malos, «nosotros» y «ellos», los ciudadanos se ven forzados a elegir bandos en lugar de buscar soluciones comunes.

Los buenos y los malos

Chomsky subraya los peligros inherentes a la polarización extrema, que es fomentada en parte por insultos y ataques verbales. Cuando la política se reduce a una lucha entre buenos y malos, «nosotros» y «ellos», los ciudadanos se ven forzados a elegir bandos en lugar de buscar soluciones comunes. Este tipo de polarización debilita la democracia, porque las diferencias ideológicas se convierten en conflictos existenciales en lugar de discusiones racionales y constructivas.

 

Andres Malamud ha señalado que la polarización extrema alimenta la narrativa de un «nosotros» frente a un «ellos». En este ambiente, los insultos son herramientas discursivas que agitan las emociones del electorado y permiten a los políticos construir una lógica maniquea donde el adversario es visto como una amenaza existencial. Esta estrategia de división es común en muchos movimientos populistas, que recurren a este tipo de tácticas para seducir a los votantes al presentar una batalla cultural, moral y política que justifica el uso de linguaje polarizante y agresivo.

 

Factores que explican la aceptación del insulto

Polarización política y tribalismo
En sociedades altamente polarizadas, el discurso insultante refuerza la identidad de grupo. Los votantes no solo se identifican con Trump y Milei, sino que también perciben a sus oponentes como enemigos. En este contexto, el lenguaje agresivo es interpretado como una muestra de autenticidad y valentía en la lucha política.

El desprestigio de las élites y la crisis de representación
En Estados Unidos y Argentina, el desprestigio de las instituciones políticas ha generado una percepción de crisis de representación. El insulto contra la clase política o los medios de comunicación es visto como una forma de desafiar el statu quo y conectar con un electorado desencantado.

La espectacularización de la política
La irrupción de las redes sociales ha intensificado la teatralización del discurso político. Los insultos de Trump y Milei generan reacciones inmediatas, viralización y mayor cobertura mediática, lo que refuerza su imagen como actores dominantes en el escenario político.

Los insultos de Trump y Milei generan reacciones inmediatas, viralización y mayor cobertura mediática, lo que refuerza su imagen como actores dominantes en el escenario político.

Consecuencias democráticas del uso del insulto

Si bien el insulto puede ser una estrategia efectiva para captar la atención y consolidar un electorado fiel, también tiene consecuencias negativas en la calidad del debate político. La normalización de la agresividad verbal contribuye al deterioro del pluralismo, la deslegitimación de los adversarios y la erosión de las instituciones democráticas. Además, el uso constante del insulto como herramienta de comunicación política puede generar un efecto bumerán, en el que el hartazgo ciudadano conduzca a una demanda de discursos más moderados y conciliadores.

 Si los líderes políticos utilizan insultos como estrategia recurrente, los ciudadanos pueden percibirlo como un comportamiento aceptable y replicarlo en su entorno, en redes sociales y en debates cotidianos.

Efectos muy nocivos y profundos en el lenguaje y la convivencia de la sociedad

El uso del insulto constante por parte de la clase política como arma política tiene efectos profundos en la sociedad y la ciudadanía.

Cuando los políticos utilizan insultos para desacreditar a sus oponentes, refuerzan la división en la sociedad. Se crean bandos irreconciliables, donde el debate deja de centrarse en ideas y propuestas para convertirse en una lucha de identidades políticas enfrentadas.

El discurso político influye en la forma en que las personas se comunican en la vida cotidiana. Si los líderes políticos utilizan insultos como estrategia recurrente, los ciudadanos pueden percibirlo como un comportamiento aceptable y replicarlo en su entorno, en redes sociales y en debates cotidianos.

Cuando el lenguaje agresivo domina la esfera pública, se refleja en las relaciones interpersonales. Familias, amigos y comunidades pueden dividirse por posturas políticas irreconciliables, profundizando la fragmentación social. Es decir, pueden empezar a imitar ese comportamiento en sus discusiones diarias, llevando la comunicación a un terreno más agresivo o despectivo. ¡Y lo estamos viviendo!

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