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Por Enrique Dans, Ph.D. por la Universidad de California (UCLA), profesor de Sistemas de Información en el IE Business School.

 “El problema de esta compañía es la falta de cultura innovadora”, dijo el CEO mientras pedía a su secretaria que le imprimiese los correos electrónicos del día para revisarlos y sacaba su pluma del bolsillo para firmar las actas de una reunión…

De acuerdo, la situación corresponde a una simple imagen mental dramatizada, pero no deja de ser habitual: directivos que afirman buscar una cultura innovadora, una orientación proactiva de su compañía hacia eso que llaman “las nuevas tecnologías” – cuando en realidad suelen referirse a productos y servicios que fueron creados generalmente hace ya varios años… ¿cuánto tiempo tiene que estar una tecnología entre nosotros para que algunos le quiten el calificativo de “nueva”? – pero que no son capaces de plantearse el abandono de algunos de los elementos más rancios y anticuados de su cultura.

Lo primero que tienes que tener claro si hablas de innovación es si realmente quieres que tu organización sea innovadora. Gestionar organizaciones verdaderamente innovadoras es un verdadero dolor de cabeza. Frente al concepto clásico de compañía en la que cada uno tiene su trabajo, sus responsabilidades bien delimitadas, su esquema jerárquico, sus dependencias y sus papeles bien asignados, las organizaciones innovadoras son una especie de rebaño de gatos imposibles de pastorear en la que cada día, un chalado viene con una idea que ha leído en no-sé-dónde o que ha escuchado a no-sé-quién y que, en su opinión, hay que empezar a poner en marcha pasado mañana. Una auténtica locura. Si eres un directivo “de los de antes”, de los que miran lo que pasa fuera de los protectores muros de su empresa con la ceja levantada y una elevada dosis de escepticismo, es muy posible que “eso de la innovación” sea, en realidad, una simple pose, “soy innovador” como quien dice “visto a la moda”, pero cuyo desarrollo real e implicaciones seguramente te quieras pensar un par de veces. Después de todo, ya tienes una edad, la vida es corta, y haciendo lo mismo que haces hasta ahora, es más que posible que llegues hasta el momento de tu jubilación (juro haber escuchado esa frase de algunos directivos más de una y de dos veces).

Pero si, después de analizar la cuestión, realmente quieres convertir tu compañía en innovadora, ten en cuenta una cosa: no hay forma de cambiar las cosas sin romper algunas cosas. No puedes pedir a las personas que trabajan contigo que sean innovadores, si la compañía en la que pasan las horas trabajando lleva casi desde su fundación haciendo siempre las cosas igual. Sencillamente, no es coherente. No tiene sentido. No va a funcionar.

Las empresas, todas las empresas, tienen un enemigo común: se llama isomorfismo. La definición académica del isomorfismo, procedente del ámbito de la sociología, es “la tendencia de las organizaciones a parecerse cada vez más en sus estructuras y procesos a su entorno normativo. Todos los bancos tienden a parecer un banco, todas las compañías eléctricas suelen ser muy similares, todas las universidades son prácticamente idénticas entre sí, y todas las empresas fabricantes de automóviles parecen cortadas por el mismo patrón. Si nos teletransportasen de alguna manera a las oficinas de cualquiera de estas empresas, no nos costaría mucho decir rápidamente en qué industria estamos, porque casi todas las empresas que la conforman responden a infinidad de estereotipos comunes y tienden a parecerse mucho entre sí.

Cuando realmente aparece alguna que hace las cosas de distinta manera y consigue superar de alguna manera las barreras de entrada establecidas, suele destacar. Tesla destaca en la industria de la automoción porque se parece muy poco a todo el resto de la industria, y es lo que la inmensa mayoría de los observadores consideraría con toda propiedad una empresa innovadora.

Por supuesto, el isomorfismo no surge por casualidad. Se trata, por un lado de una búsqueda de la eficiencia, de la optimización: se tiende a consolidar una manera de hacer las cosas porque parece la más lógica, la más eficiente. La más lógica y eficiente, claro… en un determinado momento, y a la luz de los avances de la tecnología en un momento histórico determinado. Por otro lado, el isomorfismo proviene de fuerzas de la propia industria, de infinidad de normativas, de procesos de normalización y estandarización, o simplemente, de la incorporación progresiva de directivos y trabajadores que provienen de otras empresas de la industria, en una suerte de “promiscuidad” o “entrecruzamiento genético” que termina por hacer que las características de las empresas en una industria confluyan entre sí hacia un prototipo común, un estándar aceptado.

Si quiere cambiar cosas, si de verdad quiere facilitar el desarrollo de una cultura innovadora, tendrá que romper cosas. Tendrá que identificar el isomorfismo y desafiarlo, para evitar que su empresa se parezca a todas las demás. Identificar a todas esas personas que contribuyen a que las cosas se hagan siempre igual: los que se niegan a probar cosas nuevas, los que se acomodan, los que están convencidos de que ya lo han visto todo… los devotos de la cofradía del isomorfismo. Si no quieren cambiar, demuéstreles que en esa compañía y bajo su dirección se van a encontrar con una inequívoca vocación de cambio: nada de complicidades, de privilegios para “los de toda la vida”, ni de excepciones consolidadas por antigüedad. Si quiere ser innovador, no privilegie el mantenimiento de las viejas estructuras, porque cada una de esas excepciones será una roca en el camino de la coherencia.

Si quiere que su empresa sea innovadora, le va a costar mucho más que lo que cuesta decirlo. Va a tener que romper cosas. Empiece a hacerlo. Hoy mejor que mañana.

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