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Sin duda, Eric Migicovsky y Pebble tienen mucho que enseñar con sus éxitos. Seguramente será el preludio de un nuevo tipo de uso del crowdfunding que muchos van a intentar aprovechar.
Por Enrique Dans, Ph.D. por la Universidad de California (UCLA), Profesor de Sistemas de Información en el IE Business School.

 Terminó la campaña de Pebble en Kickstarter para su nuevo modelo Pebble Time, sobre la que ya hablamos cuando comenzó el pasado enero, que además de duplicar en fondos obtenidos a la anterior, se ha convertido en el récord absoluto de la historia del crowdfunding hasta el momento (la campaña anterior de Pebble también lo fue durante mucho tiempo).

Más de veinte millones de dólares. Pronúncialo despacio: vein-te-mi-llo-nes-de-dó-la-res. Una cantidad que no convierte a Pebble en líder de nada – la categoría smartwatch está completamente monopolizada por el momento por una empresa que aún no ha sacado a la venta su producto pero que ha preparado para su lanzamiento una producción de más de cinco millones de unidades que sin duda se venderán de manera entusiasta – pero que consagran a Eric Migicovsky como una de las personas que mejor ha sido capaz de entender el fenómeno del crowdfunding y el funcionamiento de sitios como Kickstarter.

Para poner en el mercado su segundo modelo (o el tercero si consideramos el Pebble Steel, que en realidad era idéntico al primer modelo pero metido en una carcasa metálica), Pebble no necesitaba el crowdfunding. Las ventas de su modelo anterior, que además fue el que señalizó para muchos otros fabricantes el momento de lanzarse al mercado smartwatch, la cualificaban perfectamente para la obtención de acuerdos de distribución con las cadenas minoristas que hubiese querido, y la legitimaban para sostener una posición ante los usuarios perfectamente sostenible, basada en un principio de “less is more” y en un precio que los diferencia claramente de la propuesta de Apple.

La compañía, sin embargo, eligió la via de la financiación colectiva, y ha logrado que unos cien mil clientes, contabilizando los pedidos individuales y los múltiples, soliciten su reloj y adelanten el dinero del mismo. De acuerdo, cien mil relojes no son nada comparados con los más de cinco millones que Apple espera poner en el mercado en pocas semanas, pero sí son suficientes para que una empresa pequeña y con gastos contenidos pueda hacerse un hueco más que respetable en el mercado. Y sobre todo, supone un tipo de uso del crowdfunding que, aunque en algún sentido contraviene las normas de uso previstas por los creadores de Kickstarter, legitima mucho este tipo de proyectos, porque les proporciona la oportunidad no solo de vender su producto, sino también de obtener unos beneficios nada despreciables en términos de visibilidad.

Los vídeos de la primera y segunda campaña de Pebble en Kickstarter deberían ser estudiados en todas las escuelas de negocios: son un compendio probado y certificado de cómo ilusionar a decenas de miles de clientes hasta el punto de que adelanten su dinero. La forma de mostrar el producto, la posibilidad de verle la cara al equipo, y la claridad y la sencillez de planteamientos han logrado que muchísimas personas se metan la mano en el bolsillo y acepten entregar cantidades nada despreciables, entre los $160 y los $250, por un producto que les ilusiona. Algo verdaderamente complicado – que se lo pregunten a cualquier startup que se dedique a la fabricación de productos tangibles – pero que puede servir como modelo a seguir para muchos proyectos de diversos tipos: no hace falta ser una startup, no es requisito imprescindible ser pequeño o ser desconocido… simplemente hace falta tener un proyecto que sea capaz de ilusionar a un número adecuado de personas y cuyo éxito pueda de alguna manera condicionarse al apoyo colectivo.

Sin duda, Eric Migicovsky y Pebble tienen mucho que enseñar con sus éxitos. Y mucho me equivoco si no se convierte en el preludio de un nuevo tipo de uso del crowdfunding que muchos van a intentar aprovechar.

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